[...]

Caminé hasta el laboratorio de fotografía, viéndome los pies mientras lo hacía.

Sabía que estaba hiriendo a Changbin, aunque él no me dijera ni una sola palabra al respecto, lo conocía bastante para saber que lo hacía; y eso no me lo podía permitir.

A los pocos minutos, divisé el laboratorio al otro lado de la calle, y corrí hacia este como si fuera alguna roca que me refugiara de la marea.

Cuando entré y la oscuridad propia del lugar me acogió, visualicé dos figuras al fondo.

—¿Jisung? —pregunté. Las figuras se movieron y cuando la luz escasa del exterior les dio en la cara reconoció a Innie al lado de Jisung— ¿Jeongin? —inquirí, confuso.

—Hola, Minho —me dijeron los dos al unísono.

—Con razón ya no te he visto —bromeé con Jeongin, e inmediatamente sus mejillas tomaron un color rosado claramente visible.

Había estado casi la mayor parte del tiempo con ellos dos, y me había dado el gusto de la noticia de que ahora eran casi inseparables; sólo les faltaban decidir qué día se pedirían ser novios.

[...]

Salté de mi asiento al percatarme de la hora.

—Demonios, es tardísimo —dije, levantándome de la silla mientras que Jisung y Jeongin me miraron confundidos.

—¿Tarde para qué? —preguntó Jeongin.

—El viaje de Changbin, ¿recuerdan?

Les había contado la historia a la hora de la comida; Jisung me llenaba de consejos y Jeongin resultó ser unos excelentes oídos.

—Oh, cierto.

—Habla con él, Minho. Una amistad se vuelve más sólida si ambas partes hablan de lo que les preocupa —me aconsejó Jisung, como lo había estado haciendo toda la tarde. Era increíble cómo él podía expresarse así, con tanta naturalidad, con tanta sabiduría.

—Gracias, Jisung. Espero tener el tiempo —miré el reloj—, y si no me doy prisa, no podré despedirme.

—¡Suerte!

Agité la mano cuando me dirigí a grandes zancadas a la puerta de salida.

—Hasta pronto, Minho —dijo Jeongin.

Salí dándoles una sonrisa y apresuré el paso hasta el edificio. Faltaban doce minutos para que las ocho y media se dieran; Changbin tenía que partir antes de las nueve.

Mientras corría hacia mi destino, recordé a Christopher; él ya debería de estar ahí, seguro. Eso hizo que mis pies disminuyeran la velocidad un poco.

No quería llegar y toparme con la despedida amorosa entre ambos porque sabía que me iba a doler, incluso pensarlo ya causaba una aguda sensación de malestar en mi estómago.

[...]

Por primera vez utilicé el ascensor y llegué hasta el tercer piso en menos de un minuto. Di grandes zancadas hasta el departamento 323 y abrí torpemente la puerta, esperando a que Bin no se hubiera ido ya.

—¡Changbin, lamento...!

Mi frase se quedó inconclusa, porque justo al abrir la puerta, me encontré con la escena romántica que quería a toda costa evitar: la despedida amorosa entre Changbin y Christopher.

—¡Minho! Qué bueno que llegaste antes de que partiera. Pensé que no vendrías —la broma no le salió como tal. Se deshizo del abrazo con Chris y se dirigió a mí para abrazarme. Algo del perfume de Christopher se había quedado impregnado en sus ropas, y llegó hasta mi nariz de forma tenue. Intenté sonreír y poner buena cara, aún sintiendo los horripilantes deseos de estallar en berridos y dejar salir a borbotones las pesadas lágrimas que me empañaban ya mi vista—. Oh, Lino, pero no llores o me harás llorar a mí.

Su tono de voz se tornó cálido y tierno, como siempre había sido.

Changbin creía que yo lloraba por su viaje. Era un buen pretexto, pero me sentía mal porque no era cierto. La verdad era que sí sentía dolor, pero era uno propio del corazón, causado por la demostración de afecto entre ellos dos.

Sonreí, esperando que no fuera muy evidente lo falso en mí.

—Cuídate mucho, Changbin —murmuré—, te voy a extrañar.

Aquello había sido honesto, porque era verdad.

—Yo también —me dijo. Y luego la mano de Christopher me acarició la espalda en busca de darme consuelo. Hasta ese momento recordé su presencia y un inexplicable rencor me invadió.

Lo odiaba bastante, pero de igual manera, lo amaba más de lo que podía llegar a odiarlo. No entendía cómo es que había ilusionado tanto a mi corazón y luego lo había dejado caer en un agujero sin fondo y muy oscuro.

—Te acompaño abajo —dijo él, y después tomó la maleta pequeña de Changbin, dejando mi espalda desprotegida de su calor—. ¿Vienes? —me preguntó.

Asentí y pasé mi brazo sobre los hombros de Changbin, luego bajé la cabeza.

Lo que menos necesitaba era que Bin se fuera, aunque sea sólo por dos días; y sin duda serían los dos días más difíciles de mi vida, teniendo que abstenerme de todo tipo de encuentro con su novio.

Bajamos por el ascensor, mientras que nadie pronunciaba palabra alguna y mi vista seguía fija sólo en el piso del elevador. Cuando llegamos al primer piso y salimos del pequeño apartado, la camioneta de la gente del señor Lejeune ya esperaba por Changbin.

Él dio un suspiro y luego se giró para ver a Christopher. Lo miró por un par de segundos, como queriéndole decir algo con sus ojos, parecía que... Suplicaban. Pero Chris bajó la mirada y exhaló despacio, luego besó la frente de su novio.

—Cuídate mucho, amor —le pidió.

El corazón, ya roto en mil pedazos, se contrajo de dolor al escuchar la última palabra.

Bin sonrió débilmente.

—Te amo, Chan —susurró en su oído, y deseé con un fervor descomunal estar en alguna otra parte en ese momento. Pero Chris no dijo nada; esbozó una pequeña sonrisa y volvió a besar la frente de Changbin.

En serio, lo odiaba.

Luego Changbin se giró hacia mí y me sonrió, con esas sonrisas que me había estado dando últimamente.

—Te voy a extrañar —le repetí, porque era lo único honesto que había en mí—, cuídate mucho.

—Nos vemos en dos días —nos dijo, y se despidió con un gesto de mano. Christopher y yo miramos la camioneta hasta que se perdió en las calles oscuras.

Cerré los ojos por un instante, hasta que la voz de Chris me hizo abrirlos de nuevo.

—¿Volvemos al departamento? —preguntó, cínico.

Pero yo no debía estar con Christopher, ni siquiera verlo durante esos dos días. Changbin se merecía respeto y era lo que al menos le daría.

—Chris, estoy muy cansado. Quiero subir y tirarme a dormir —dije—. Disculpa.

—No, no hay problema. Descansa. Nos vemos mañana.

Me sonrió y algo en su confianza de que nos veríamos el día siguiente me hizo creerlo.

—Adiós —musité y sin mirarlo más, subí al departamento.

[...]

Al instante en el que entré, el lugar ya no era el mismo. Se supone que ya debería de haberme acostumbrado a pasar las horas solo, pero ahora, por alguna razón era distinto.

Y ahí, la imagen de ellos dos besándose no se borraba de mi mente y la estaca tampoco de mi corazón; tenía que luchar contra ese recuerdo, ahogarlo en algún agujero de mi mente y así llevarlo al olvido; pero entre más luchaba, más perdía y estos se volvía más nítidos en mi cabeza.

Me dolía bastante y no podía entender cómo tanto dolor cabía en mi corazón; aún cuando este ya no lo soportara, era algo que seguía acumulándose más y más cada vez hasta volver el corazón un peso y luego se desplomaba hasta mis pies, dejando así sólo un espacio vació en la cavidad de mi pecho.

Y dolía, dolía bastante.

Manuel de l'interdit [Banginho]حيث تعيش القصص. اكتشف الآن