CAPÍTULO 21 | Cinco, cuatro, tres, dos, uno

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AARÓN

Era una mancha y sentía que me arrastraba, que hacía mover mis pies sin detenerse. No lo entendía, ni siquiera sabía por qué estaba ahí o por qué todo parecía estar girando sobre mi cabeza. Pero sucedía, el reloj me lo estaba indicando. El tiempo seguía corriendo incluso dentro de la casa por más que no lo pareciera. Por más que no nos diéramos cuenta.

Estábamos tan concentrados en el peligro que se volvía imposible recordarlo.

Porque es justamente eso lo que sucede la mayoría de las veces. No lo sabemos, lo olvidamos, pero estamos viviendo sobre el tiempo, él nos hace avanzar, nunca retroceder, y la mayoría de las veces ni siquiera somos conscientes de ello.

Estaba observando el reloj sin entender por qué lo hacía, pero percibí algo extraño en la fuerza del sonido que emitía. Ni siquiera notaba que lo estaba escuchando pero en mis oídos siempre estaba, nunca se iba.

—¡Oye, Aarón!—me llamó alguien, noté esas palabras lejanas. Mis ojos permanecieron inmóviles, no tuve la mínima intención de voltearme hasta que un par de manos se aferraron a mis hombros y lo hicieron por mí. Me encontré entonces otra vez con los expresivos ojos de Esther, quien me observaba con la misma sonrisa de siempre—. ¿Vas a ayudarnos?

Evitaba preguntar, me sentía algo extraño y todavía oía al reloj, así que alcé la mirada y divisé a ese tal Daniel siendo arrastrado por Victoria, quien tiraba de él hasta que por fin consiguió meterlo dentro de la cocina. Esther ladeó la cabeza en dirección a ellos y enseguida se apresuró a alcanzarlos, cosa que yo también terminé por hacer para no quedarme a solas con el reloj otra vez.

En la cocina no estaban todos. Sobre la mesa había dos cajas más grandes que las que habíamos visto y estaban cerradas. Los cuatro nos acercamos a ellas en silencio y en cuanto Esther intentó extender su mano para abrir una de ellas, Victoria reaccionó.

—¿Qué haces?—le espetó como si fuese un niño pequeño a punto de meter sus dedos en la toma de corriente—. No sabemos de dónde salieron.

—¿Y si sólo es comida?

—¿Por qué iba a ser sólo comida?—replicó Daniel.

No esperé a que me detuvieran a mí también, me apresuré a extender una de mis manos y abrí la primera caja. No ocurrió nada, no me hizo daño, así que eso pareció relajar tanto a Daniel como a Victoria quienes no tardaron en extenderse para ver qué había dentro. Ella lanzó un suspiro y se alejó. No dijo nada, y en cuanto Esther y yo nos inclinamos para verlo y descubrir que sí se trataba sólo de comida, ambos esbozamos una sonrisa. Pero tampoco dijimos nada.

Abrimos la otra caja, más de lo mismo, y luego nos dispusimos a ordenar. Solo eran latas en su mayoría, alimentos no perecederos y una caja extraña que contenía siete botellas de agua. Victoria no tardó en tomarlas y llevarlas hasta la mesada, en donde se detuvo a observar las etiquetas de cada una.

—Al parecer vamos a recibir estas botellas todos los días, como si tuviesen que alimentarnos—masculló antes de girarse y pedirme que le pasara la caja. No dudé en hacerlo, ni siquiera vi qué había dentro, pero en cuanto sus manos la tomaron, antes de que yo pueda soltarla, sentí algo extraño recorrerme todo el cuerpo—. ¿Qué mierda?

Fue como una descarga pero a la vez me hizo daño. La caja cayó a nuestros pies y oímos el ruido de cristales rompiéndose, pero ya no podía reaccionar. Victoria no tardó en inclinarse para revisar la caja, yo retrocedí. Observé mi muñeca, ardía y la mancha comenzaba a cambiar.

Todo sucedía rápido y despacio a la vez, Victoria sacó dos cajas, las pequeñas a las que estábamos acostumbrados, de la grande, y luego me observó antes de murmurar:

00:00Donde viven las historias. Descúbrelo ahora