CAPÍTULO 38 | Las puertas de Roma

10.5K 985 353
                                    

ESTHER

Me gustaba estar afuera, en el jardín, y creo que a Aarón la idea no le desagradaba porque la mayoría del tiempo estaba conmigo. Sé que esa vez era de madrugada y que yo estaba muerta de sueño, al igual que él quizás, pero supongo que ninguno podía dormir después de lo que había ocurrido. Yo seguía sintiendo los brazos de Eva alrededor de mi cuerpo, todavía podía sentir la sangre recorriéndome de arriba abajo como si fueran hormigas debajo de mi piel. Cada vez tenía más ganas de echarme a llorar. No iba a hacerlo, no por orgullo o darles a los demás una imagen débil de mí, sino porque, además de pocas ganas para dormir, sentía que si lo intentaba las lágrimas no iban a salir. Solo no, no podían.

Por las noches la temperatura bajaba y un viento bastante horrible nos hacía estremecer, esa vez no fue la excepción. Además de temblar me estaba congelando, tanto Aarón como yo la estábamos pasando bastante mal pero no queríamos irnos.

Llevábamos hablando varias horas de cosas que en realidad no importan demasiado, nada sobre Eva o el riesgo de muerte. Evitábamos los temas duros, a ninguno le gustaba hablar de eso, al menos yo pasaba de lo que para mí no tenía por qué preocuparme. Si iba a morir, perfecto, carpe diem, vamos a encender las luces hasta que llegue mi hora.

—¿Azul o amarillo?—le pregunté a Aarón en algún momento.

Él me observó como si no entendiese la pregunta.

—Yo diría que amarillo—le aconsejé.

Preguntó por qué.

—El amarillo es un color feliz. El azul es un color triste—dije—, y no me gustan las cosas tristes.

Por primera vez lo vi esbozar una sonrisa mientras se echaba hacia atrás para observarme con cierta chispa extraña en sus ojos. Percibí un poco al Aarón que conocía detrás de esa fachada o, al menos, al que creía conocer, a ese que no sonreía y retrocedía si intentabas acercarte. Me pregunté por qué se había esfumado, qué había hecho para conseguirlo. De repente me sentí feliz al entender que quizás sí que lo estaba alcanzando a conocer.

Pero entonces, en ese pequeño momento de gloria, recordé a Eva. El vacío volvió a instalarse en mi pecho de forma incontrolable.

—Esto apesta—mascullé, algo confundida y enfadada conmigo misma—. 00:00 es una tortura y nos está cambiando demasiado, no para bien. Por Dios, yo antes ni siquiera me habría acercado a una chica ensangrentada. Jamás. No sin antes morir.

—Es lo que hace alguien que está luchando por sobrevivir—dijo él.

—¡Lo sé! ¡Pero nos está cambiando! ¿Y qué si yo no quiero cambiar?

Su mirada cambió en cuanto escuchó eso y creo que volví a ver al antiguo él pero esta vez, como ya conocía su parte tranquila, entendí que no estaba hartándose de mí o aburriéndose. Sólo se lo estaba tomando en serio.

—00:00 no está haciendo nada que tú no le permitas—dijo—, eres tú y sólo tú. Nadie puede cambiarte más que tú misma.

Creía que estaba perdiendo el tiempo, que siempre lo estaba perdiendo, pero también pienso que a partir de ahí la conversación cambió tanto para mí como para él. Yo seguía dándole vueltas en mi cabeza a lo de Eva pero, al mismo tiempo, a todo el tema del cambio y, por encima, se le agregaron las palabras de Aarón. Eran casi como un lema. De poder cambiar la estrella en mi muñeca, habría puesto eso. Nadie puede cambiarte. ¿Era verdad? ¿Por qué sentía que había algo detrás? ¿Algo como "no son ellos, eres tú y sólo tú"? No lo sé, creo que nunca podré saberlo, pero lo que sí sé es que nadie podría permitirse mentirme con palabras que, de todas formas, eran falsas. Era buena dudando de todo, tanto que a veces me hartaba.

00:00Donde viven las historias. Descúbrelo ahora