CAPÍTULO 28 | El circulo no puede romperse

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ZAYN

Juro que había una voz dentro de mí que quería desatarlo todo, romper la jodida puerta para así poder dejar de ver esa extraña preocupación en la mirada de todos. Era imposible y lo sabía pero, mierda, empeoró en cuanto vi a Maia. La percibí tan preocupada, tan mal consigo misma que algo malo sucedió también conmigo. Y no porque fuera ella, fue más bien la situación. No saber qué le ocurría a su amiga le dañaba. Y era así como me sentía yo con Daniel la mayoría del tiempo.

En ella me veía a mí.

Tenía bien claro lo de la tía de Daniel, aunque no pensaba decírselo y era claro que él tampoco pensaba contármelo a mí. Creo que era una batalla que quería luchar solo y yo sabía que no podía contra eso, no podía solo ir y decirle "eh, sé lo de tu tía y lo lamento, pero olvídalo un rato y hagamos algo loco antes de que te vuelvas depresivo". En realidad, si lo piensas, lo que al final sucedió fue similar. Lo llevé a una fiesta, hice todo lo que no quería solo que sin decirlo. Aunque no estaba logrando evitar que se centrara en el pasado y, en consecuencia, se convirtiera un idiota que arrastra sus pies para moverse y, cuando nadie lo escucha, sólo susurra cuánto quiere morir.

De verdad que estaba fallando rotundamente en ayudarlo.

Daniel era mi mejor amigo. A pesar de todo. Y también estaba encerrado, como Esther, y yo era la Maia que sólo podía estar afuera, observando la puerta de metal a la espera de que esta se abriera a pesar de ser consciente de que eso no iba a suceder.

Comenzaba a frustrarme. Verla ahí, con la mirada perdida, tan sola. Se suponía que Heather era su mejor amiga pero ahí la tenía, una encerrada en su habitación y la otra aguantando las lágrimas.

Habían discutido. Heather estuvo ayudándola solo un rato a golpear la puerta de Esther pero, al no recibir respuestas, se hartó. Dijo que lo más probable era que estuviera evitándolas con una buena razón. Que a medianoche no tendría más opciones que salir. Intentó tranquilizar a Maia diciéndole que no iba a morir. No así al menos, encerrada y sin estar en medio del juego.

Heather de verdad parecía pensar que solo podíamos morir cuando el reloj daba las doce de la noche.

Me acerqué a Maia para luego dejarme caer a su lado, apoyando la espalda contra la pared. Estábamos sentados justo frente a la puerta de la habitación de Esther. Lancé un suspiro y me giré para observarla estática pero mordiéndose las uñas con nerviosismo. Era la primera vez que la notaba tan asustada.

—Va a salir—le dije, intentando darle ánimos.

Ella ladeó la cabeza, sin mirarme, y luego esbozó una sonrisa nerviosa. Bueno, el intento de una. Sus labios temblaban, sus ojos parecían cataratas que querían desbordarse. Pero no lo hacía. No lloraba en lo absoluto.

—No intentes mentirme—musitó antes de tomar aire y bajar la cabeza—. Ya sé la verdad.

Una parte de mí notó en esa respuesta un doble sentido, además del evidente dolor que sentía había algo más. Quizás remordimiento. O cierto odio, ira. Contra ella misma o contra el mundo pero ahí estaba, y no cabía en mi cabeza esa forma de verla. Tenía una imagen diferente de ella. Maia tenía esa particular mirada de aspecto aniñado, infantil y dulce. Parecía imposible que pudiera causarle algún daño a alguien. Cambiar esa imagen era difícil, al menos para mí. Era como ver al bien más puro convertirse en el mal absoluto. Mi cabeza no soportaba esa idea.

Así que esbocé una sonrisa tranquilizadora.

—¿Cuál es la verdad?—pregunté y cuando volteó para observarme con una extraña sorpresa, entendí que no se trataba de ira u odio lo que percibía.

00:00Donde viven las historias. Descúbrelo ahora