CAPITULO 2

9 0 0
                                    

Liv

Estaba en el coche de Raph, un Ford Focus St, color gris. No quería quedarme en casa de sujeta-velas, asique, aunque no tenía nada que hacer, decidí que me daría una vuelta por el estudio de arte al que solía ir. Cualquier cosa menos quedarme en casa a oír de nuevo como se amaban esos dos. Raph arrancó e hizo rugir el motor.

–Asique no sabías que estaba Stella... – dijo riéndose, tras un breve silencio, mirando hacia la carretera.

–Agh, no empieces con eso – Sabía perfectamente que entre yo y Stella no había más que odio. Giré la cabeza para observarlo. Tenía las dos manos en el volante y una pequeña sonrisa se dibujó en su cara cuando terminé de quejarme.

–Ambos sabemos que han pasado la noche juntos. Yo al menos, los he tenido que escuchar durante toda la noche – dijo, mirándome de reojo. Sus ojos negros me observan divertidos y la sonrisa perduraba. Fuera del coche el sol ya había salido y las calles se iban llenando poco a poco de color.

–Es posible que supiera que estaba, pero que se me hubiera olvidado ponerle un plato justo a ella– contesté finalmente, cruzándome de brazos. Su relación con Nicholas no nos había traído más que una ristra interminable de gritos en la casa. <<Todo tipo de gritos>>

–A mí tampoco me cae especialmente bien– dijo aún entre risas. Hoy estaba sonriendo más que de costumbre.

- ¿Por qué sonríes? – pregunté seria. Me molestaba, no sabía por qué, pero me molestaba. Ver a toda esa gente feliz. Y luego estaba yo. Suspiró y su cara volvió a su seriedad habitual. Ya había hecho efecto en él, como pasaba con todos. Ya le había arruinado un momento feliz. Nos acercábamos al estudio de arte. Raph buscó una plaza libre en el aparcamiento y apagó el motor.

–Ya va siendo hora de que te compres un coche – dijo.

–Tengo un coche, pero está en la casa de mis padres – respondí tranquilamente, sin mirarlo.

–Pues entonces deberías visitar a tus padres y recogerlo – dijo como si eso fuera la cosa más obvia. No me gustaba el rumbo que estaba tomando esta conversación. Noté como el enfado se iba apoderando de mí y fulminé a Raph con la mirada. Él no sabía qué había pasado entre mis padres y yo, pero lo que sí sabía es que no debía mencionarlos. Nunca

–"Puis entoncis debirías visitir a tis padris" – dije en tono de burla aun cuando mi interior ardía en llamas – Cierra la puta boca. Ya volveré a casa yo sola. Raph se quedó perplejo unos segundos dado mi repentino cambio de humor. Ya sabía que parecía idiota poniéndome así, pero cualquier cosa relacionada con mis progenitores me amargaba sobremanera y arrebataba cualquier sonrisa de mi cara, dejando solo expresiones de ira a su paso. Salí del coche, agarrando mi bolso y pegué un portazo.

–¡Que te diviertas volviendo a casa andando! –oí gritar Raph desde su coche.

Lo ignoré y me dirigí hacia el estudio, atravesando el aparcamiento. Sin poder evitarlo, miles de pensamientos inundaron mi cabeza, como fantasmas que se unían para sumirme en la oscuridad ¡¿Qué vaya a la casa en la que me crie?! Si él supiera como fue mi infancia, ni se atrevería a insinuar que les hiciera una visita a mis padres. Pero él no lo sabía. No quería seguir dándole vueltas a esto, porque no merecía la pena que yo gastara mi tiempo en ello. <<Cálmate Liv>>.

En la puerta del estudio, un pequeño establecimiento con las paredes llenas de grafitis, estaba Nahuel. Se había mudado aquí hacía tres años. Compró el estudio y lo abrió al público, para que todo aquel que quisiera, entrara a despejarse. Nahuel tenía un año más que yo, es decir, 21 años y era una de las personas que más me había ayudado a lo largo de mi vida. Un día, tres años atrás, yo me encontraba deambulando por las calles, sin rumbo y botella de whisky en mano. Por cosas de la vida, acabé tirada en la puerta del estudio, que, por aquel entonces, había abierto hacía unos meses.

–¿Qué hace una chica como tú por aquí? –dijo Nahuel, que se había acercado a la puerta. Me giré para mirarlo a los ojos. Su color castaño traía la calidez que había perdido hacía tiempo. Una camiseta básica, unos vaqueros y unas deportivas. Un tipo sencillo.

–Intentar morirme –respondí, apartando la mirada.

Nahuel ignoró mi comentario y me invitó a pasar. Por primera vez, en ocho años, cogí un pincel. Una de mis aficiones siempre había sido pintar, pero mis padres me lo prohibieron a los nueve años porque "no servía para nada y me desconcentraba de los estudios". Me sentí ¿liberada? ese día. Volvía a tomar las riendas de mi vida poco a poco. E iba a demostrarle al mundo que yo no era lo que parecía.

–Buenos días –la voz de Nahuel me devolvió al presente. Me miró, con su sonrisa eterna, a la vez que se acercaba a darme un abrazo. No era una gran partidaria de que la gente invadiera mi espacio personal, sin embargo, como él me importaba, no iba a hacerle el feo.

–Buenos días –respondí, con una risita. Me alegró comprobar que por mucho que pasara el tiempo, él seguía teniendo esa personalidad tranquila que le caracterizaba. Esa era otra de las pocas personas capaz de sacarme una sonrisa.

Entré en el estudio y cogí mi caja de óleos que ya había acumulado una fina capa de polvo, de un gran armario con todo tipo de pinturas. Llevaba apenas una semana sin venir. Solo había un par de personas más, sentadas en las mesas, y les saludé con un gesto de la cabeza. Me había fascinado bastante el cuadro de Paul Mathieu que había visto esta mañana en Instagram, asiqué me dispuse a copiarlo en una pequeña cartulina.

–Ah, Mathieu. Típico de ti –comentó Nahuel a mi espalda. Solté una risita.

–Solo he pintado un cuadro suyo y, contando este, dos. ¿Cómo que típico de mí?

–Te gusta más lo abstracto –respondió encogiéndose de hombros. No se lo podía negar. Las cosas tradicionales y típicas tendían a aburrirme. En cambio, algo que no se hallaba definido por las reglas, en lo que no había barreras. Eso me llamaba la atención. Llegar a un punto en el que te encontrases tú sola, en un lugar blanco donde pudieras expresarte de la manera que tu quisieras de una forma tan íntima que nadie comprendería. Solo había llegado a ese punto una vez.

Y fue tan devastador verlo reflejado en papel, que desde entonces me dediqué a copiar o retocar levemente los cuadros antes de calcarlos. No quería volver a ver, a sentir, a repetir la experiencia de verme reflejada completamente en una hoja. Todos mis pensamientos, memorias y recuerdos...

Aún así había conservado el dibujo.

Cuando Las Circunstancias Se Dan - Circunstancias 1Where stories live. Discover now