Fruncí el ceño.

—No quiero ser grosera, pero pienso que usted no puede obligar a sus hijas a aprender algo que ni siquiera les gusta. Ya mucho tienen con tener que sacar buenas notas en el colegio, en cosas que no entienden.

—¿Podría ser más específica?—cuestionó arqueando una de sus cejas.

—A Mara le gusta el dibujo y supongo que a Massiel le debe interesar algo distinto a la música.

La mirada que Eliam me dedicó en ese momento, fue capaz de helar el propio infierno.

—Quiero que le quede algo muy claro, señorita Piragibe. Depende de mí el futuro de mis hijas, por lo tanto me aseguraré de que ellas aprendan absolutamente todo, hasta aquello que no les gusta ¿Le quedó claro?

Me había quedado más que claro, pero aunque no estuviera de acuerdo con su manera de pensar, fingiría que sí; solo para que se callara y me dejara sola.

—Sí—me limité a responder con delicadeza.

Aunque a decir verdad, ya le había dado mentalmente cinco puñaladas.

El pelinegro no expresó una sola palabra más, por lo tanto solo se giró sobre su propio eje y salió de mi habitación dejándome completamente sola, sentada en mí cama pensando en su personalidad ¿Había sido así de amargado en su adolescencia? ¿O solo fue la muerte de su esposa la razón por la que se convirtió en ese hombre lleno de amargura?

Porque sabía a la perfección que la pérdida de un ser querido, puede llegar a causarnos tanto daño, que termina cambiándonos por completo. A veces sin que nos demos cuenta.

—Hola Samara.

Miré de nuevo hacia la entrada de mi habitación y me encontré con los ojos más tiernos, los cuales me miraban llenos de emoción.

—¡Hola mi florecita!

—¿Puedo dormir contigo?—su voz sonó dulce.

—Claro que sí mi florecita—le sonreí.

La niña me devolvió la sonrisa, entró a mi habitación y cerró la puerta detrás de sí. Dejó su libreta y sus creyones encima de la mesa y después de quitarse sus pantuflas se subió a la cama, frotando la planta de sus pies para limpiar todo rastro de polvo de ellos.

No sabía porque, pero a mí los niños me encantaban. Los niños eran tiernos, creativos y lindos. Aunque tampoco podía negar el hecho de que existían algunos en extremo insoportables.

—¿Puedes contarme un cuento?—pidió la niña mientras se acurrucaba en mis brazos—. Mi papá me cuenta uno todas la noches.

—¿De verdad?—pregunté sorprendida.

—Sí—afirmó ella—. Hoy no, porque le dije que dormiría contigo.

—¿Y qué dijo cuándo lo supo?

—Me dijo que sí, que eres una buena chica.

Shock total.

—Interesante—solté, creyendo que lo había dicho en mi mente y no en voz alta.

—¿Qué es interesante?—curioseó la niña.

—Que tu papá te relate cuentos—me apresuré a responder—. Eso dice mucho de él, es un buen papá.

La pequeña esbozó una sonrisa asintiendo con la cabeza.

—¿Y tú me puedes contar uno?

—No tengo ningún cuento en mente, florecita. Pero te podría cantar una canción ¿Quieres oírla?

Mi perfecta melodía, (BORRADOR)Where stories live. Discover now