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Padre,

De repente sentí frio. Tanto que me aferré más a Marissa de forma involuntaria.

La necesitaba cerca, tanto como fuese posible.

—Mi padre y yo...—dejé que mis manos descansaran en las rodillas de Marissa. — Tenemos una relación complicada.

—Si quieres podemos hablar de otra cosa...— Marissa comentó rápidamente pero yo negué con la cabeza.

—No, no me importa hablar de ello. — dibujé caracolas con la yema de los dedos en la pierna de Marissa como distracción.

Tocarla parecía ser el antídoto idóneo para mi creciente malestar. No me importaría tocarla por el resto de mi vida si necesario.

—Bien.— Marissa asintió y yo lo hice igual.

—De joven yo solía ser... El opuesto de lo que soy ahora. — Empecé. — Y mi padre siempre ha sido... Rígido. — Ladeé un poco la cabeza para que Marissa me viera con claridad. — Y su rigidez terminó por chocarse con la mía.— Expliqué.— Sin embargo, cuando yo era un crío, hacía de todo para complacerlo, pero eso para el señor Raúl González no era suficiente. Nada para él lo es. Y a veces, creo firmemente que él aún sigue pensando que tanto yo como Harry no somos sus hijos biológicos. — Sonreí un poco.— No me mires así Marissa, que no pasa nada cariño. — La besé con delicadeza en los labios antes de alejarme. — Supongo que independiente de su rigidez, padre intentó amarme a su manera. Yo solo...no comprendí sus formas. Por eso... dejé de intentar comprenderlo y comencé a hacer las cosas a mi modo.— sonreí con amargura.— La rebelde.— observé distraídamente a mi vieja plancha de surf.— No debería haber actuado de aquella forma ahora que lo pienso. Porque por mi culpa... Harry aguantó él solo la rigidez de mi padre. Mientras que yo simplemente opté por seguir mi propio camino.

—John yo...— Marissa parecía dispuesta a decir algo antes de negar con la cabeza y envolver sus brazos alrededor de mi cintura. Abrazándome como respuesta. — Ahora eres alguien distinto.— restregó su nariz en mi cuello haciéndome cosquillas.

—Eso no me hace menos culpable.

—Eso te hace humano. — Sentí su boca rozar mi piel, y su aliento calentarme con cada palabra que ella recitaba. Aquello me estaba excitando de una forma que jamás pensé haber imaginado. Marissa me estaba consolando, fue lo que me obligué a recordar, pero aquello no me hizo estar menos exaltado.

La quería.

¡Y maldita sea padre! La deseaba.

Quería hundirme en su interior y clamarlo como mío propio.

Contemplarla desnuda y descubrir lo que la hace ser como es.

—M-Marissa...

—¿Sí? — Ella musitó dulcemente.

—Estás demasiado cerca. — Expliqué bien bajito. Mi voz empezaba a cambiar. — Y sé que lo estás haciendo por un buen motivo, pero mi cuerpo entiende de otros que no el tuyo.— Ella siguió en la misma posición, sin moverse siquiera. — Marissa...

—Lo entiendo.— Ella asintió después de unos segundos en silencio.

No, no lo haces.

—Te deseo Marissa.— Intenté hacerla entender.

—Y-yo también lo hago.— Ella replicó.

No de la forma que hacía yo.

—Perdona que sea soez cariño...—Tragué saliva. — Pero no solo quiero que nos masturbemos. Quiero tocarte, quiero hacerte todo lo que me ronda la cabeza. — Susurré cerca del oído de Marissa y la sentí temblar de forma involuntaria.— Quiero hacerte el amor por primera vez...Y entonces follarte una vez te acostumbres a mí. — Su cabeza terminó hundida en mi pecho. Ella estaba avergonzada de escucharme, pero yo dejé de avergonzarme de mis sentimientos. Me prometí ser honesto con ella, y lo sería en todo.— Quiero besarte entera, y cuando digo entera, es entera y...

—¡V-vale! Lo entiendo, lo entiendo.— Ella alzó las manos y me tapó la boca con sus dedos, pero eso no me impidió besarlos. Me hizo gracia la forma como

los ojos de Marissa se abrieron como platos. No la culpaba de tal reacción, ella aún no conocía esta faceta mía. El John que no era un cura todavía era recién para ella. Y casi desconocido para mí. —John... Yo...

—Quieres alejarte ahora.—Me desanimé un poco, pero Marissa me sorprendió al negar con la cabeza.

—Y-yo quiero hacerlo también... Pero... Sabes...— Musitó un poco avergonzada.— Ahí abajo yo... Porque no me podía mover... Así que...

—¿Marissa...?— La observé sin entenderla del todo.

—¡Que no me he afeitado ahí abajo!— Soltó tan de repente que en un principio me costó entender lo que ella intentaba decirme. Una vez lo hice, me vi incapaz de contener la risa. — ¡Padre John!— Ella dejó escapar "Padre" con nerviosismo. — En los videos que vi las mujeres lo tenían afeitado y el mío está grande.

—Marissa cariño mío...— Acaricié sus mejillas.— Que tengas pelo ahí abajo es lo que menos me preocupa ahora. — La hice entender.— Estás lastimada, y tienes poca experiencia en el acto sexual. Me da mucho más miedo lastimarte que no ver algo natural de tu cuerpo como puede ser el pelo.— La miré detenidamente a los ojos. — Marissa, te deseo.—La acerqué más a mí y la besé. Ella me besó también. Quedamos así unos minutos antes de alejarme. — Pero no podemos hacerlo...

—¿Por qué no?— Ella sonó desdichada.— ¿Es por el pelo verdad? Si me das un rato me deshago de él y...

—No cariño, no es eso.— Sonreí por su inocencia. — Yo no tengo preservativos.

—Pero en los videos que yo vi...— Ella se puso pensativa.— No recuerdo haberlos visto con ninguno.

—Marissa... Tú no sabes si yo estoy limpio.— Expliqué. — Que lo estoy, que cada año hago mis pruebas, pero eso no es suficiente ¿Vale? Quiero que tú entiendas eso cuando en un futuro te vayas a acostar con alguien más.

—¡Yo no pienso hacer estas cosas tan vergonzosas con alguien más!— Me observó boquiabierta. Yo acababa de decir una estupidez, y sentí ganas de pegarme un puñetazo bien fuerte, pero cambio, para remendar mis fallos, la besé. Ella pareció reacia al comienzo, pero me aceptó al final. El beso no tardó demasiado en ganar más fervor.

Ambos deseábamos eso. Ambos lo queríamos.

—He escuchado... que hay una píldora del día después...— Ella comentó entre suspiros, y aquello fue... La gota que colmó el vaso. Mi cuerpo la quería, y la razón dejaba de tener control sobre mí. El único vestigio de ella se fue cuando comprobé que la puerta del estudio estaba cerrada.

—Maldita sea...— gruñí.— No quiero que tu primera vez sea en mi viejo estudio, en un banco.

—Yo nunca creí siquiera que tendría una primera vez...— Marissa sonrió, como si todo aquello fuese

demasiado surreal para ella.— ¿De verdad crees que me importa el lugar Padre?— Y de nuevo ella profirió la palabra prohibida. Pero de esa vez, eso solo me excitó más.

Que alguien la detenga Padre, o mucho me temía yo pasarme de la cuenta.

—No me tientes más de la cuenta pequeña.— Empecé a besarla el cuello lentamente.— Estoy intentando ir despacio aquí.

Entonces la escuché reír y algo en mí hizo clic.

No tenía por qué ser vergonzoso, o romántico como en las películas y en los libros.

Marissa nunca me ha pedido algo así.

Y ahora, me doy cuenta, que ella tampoco quiere algo del estilo.

Tanto ella como yo, solo queríamos ser amados.

Y yo la amaría Padre. Aunque a mi manera.

Perdóname Padre porque he pecadoHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin