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Padre,

El coche que tenía disponible no era el más adecuado para alguien envuelta en moratones, por eso, pedí al chófer que condujera despacio una vez recogiéramos a Marissa en el hospital.

Hacía años que yo no conducía un vehículo por mi cuenta.

Por eso no me atreví a ponerlo en marcha yo solo. No quería ser el causante de un accidente debido a mi falta de práctica.

El chófer fue la opción más acertada después de todo.

—¿A dónde debo llevarte Sr. O'Brien?— El chico me preguntó con todo el respeto del mundo, y sin embargo no me gustó escuchar aquél apellido.

Hacía años que yo ya no era un O'brien.

—A este hospital.— Le entregué el papel con la dirección escrita, y observé como el joven transcribía todo en el GPS que tenía al lado del volante.—

¿Cómo te llamas hijo?

—Gerardo, señor O'brien.— Respondió él con la misma educación antes de pisar el embrague y poner la marcha atrás.

—Bien Gerardo, yo me llamo John.— Comenté.— Y me gusta que me llamen así. ¿Puedo llamarte Gerardo?

—Por supuesto señor.— El chico asintió mirando través el espejo retrovisor panorámico sin saber que decir realmente.

—Vaya, señor ¿Eh?— Sonreí.— A veces se me olvida que ya no soy joven.

Y es entonces cuando me acuerdo de Marissa. Ella sí lo es.

Solo yo que no.

Trece años de diferencia nunca pesó tanto como en aquel instante. Aquel año, sin ir más lejos, yo recién cumplía los cuarenta, y Marissa como mucho llegaba a los veintisiete.

Me sentí un poco depresivo al pensar aquello, y no llegué realmente a comprender el porqué.

Cuando de repente, todo empezó a encajar en mi cabeza.

Algo que no me había parado a pensar antes.

Que Marissa, desde el principio, solo me veía como un viejo amigable e inofensivo.

Olvidándome por completo de sus cumplidos y de lo hermosa que ella decía ser mis pecas.

Perdóname Padre porque he pecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora