98

223 24 27
                                    

Padre,

Al día siguiente Marissa difícilmente me dignó más que unas cuántas miradas. Seguiría estando avergonzada por lo de ayer. Pero yo no la dejaría escaparse tan fácil así.

—Buenos días Marissa. — La saludé antes de ponerme cómodo en el sofá.

—Buenos días Padre John.

—¿Qué tal la espalda? — Pregunté directamente. Era preferible hablar de ello antes que ella cambiase de tema.

—B-bien. — Marissa asintió incómoda.

—¿Cuándo hay que volver aplicar la pomada? — La cuestioné. — Según tengo entendido debes hacerlo dos veces al día.

—N-no tienes que preocuparte por esto Padre John...yo...

—¿Quieres que lo haga Carla entonces? Si es así yo...

—¡No! Por favor no la molestes. — Marissa respondió de inmediato mirándome a los ojos. Ella se dio cuenta no mucho después que yo sonreía. —

¿Estás siendo irónico verdad qué sí?

—Puede que un poco. — Estuve de acuerdo. — Pero digo muy enserio lo de la aplicación de la pomada. Incluso tengo pensado contactarme con algún cuidador para que te pueda ayudar si tanto te molesta que lo haga yo y...

—¡Por Dios Padre John! No. — Marissa abrió los ojos como platos. — No sé ni cómo podré pagártelo después.

—No se supone que debas pagar nada. En absoluto.— Mi respuesta sonó tan agria que Marissa movió la silla de ruedas hacía atrás. Sorprendida. — Perdóname.

—No tienes por qué disculparte Padre. Yo soy la que debería de hacerlo, por las molestias. — Marissa recalcó mirándome por fin. Algo en ella estaba cambiando, pude darme cuenta. Pero no sabía si para bien o para mal. — ¿Puedo ser franca contigo Padre?

—Por supuesto.

—Bueno, supongo que después de verme desnuda tenemos más confianza ¿No? — Ella río de repente, como si lo de ayer fuese una completa tontería.

—Prometo que no lo hice. — Me expliqué, pero Marissa ya lo sabía. Ella estaba bromeando conmigo ahora, y supongo que yo me lo había ganado.

—Lo sé. — Ella acercó la silla hasta donde yo me encontraba con brillo en los ojos.

¿Cómo yo no me había dado cuenta Padre? Hacía mucho que ya no había un abismo allí.

Y por suerte, ella tampoco se hundió en él. Me alegro tanto por ella.

—¿Por qué presiento que no me va a gustar? — Crucé los brazos a espera de su gran revelación. Marissa no me hizo esperar demasiado.

—Padre John...tu...ya sabes... ¿Lo has hecho alguna vez? — Indagó un poco avergonzada.

—¿Hacer qué?

—Bueno, eso, lo que hacen todos los demás. — Marissa hizo gestos raros con los brazos antes de darse por vencida. — El celibato padre. Antes de ello

¿Lo has hecho?

Vaya, aquella pregunta sí fue inesperada. No pude evitar toser unas cuantas veces.

— ¿Por qué me preguntas esto Marissa?

— Bueno, curiosidad. — Ella respondió rápidamente, pero había algo más. — Okay, vale. No me mires así Padre. — Se distrajo por un rato mirando al techo antes de volcar su atención a mí otra vez. — ¿Eres virgen o no?

¿Por qué la interesaba saber aquello Padre? No tenía la menor idea, pero me hizo gracia la forma en que lo dijo.

— Siento decepcionarte Joven. — Me acomodé más en el sofá. — Pero la castidad la perdí hace mucho, mucho tiempo — Expliqué. — ¿A qué se debe esta pregunta?

Si esto hubiera ocurrido hace diez años, seguramente me habría reído antes de invitarla a mi habitación a que lo descubriera por sí misma. Pero claro, eran otros tiempos. Y por suerte, no la conocí en ese entonces.

Marissa pareció desanimarse un poco.

— No somos tan parecidos después de todo. — Ella musitó bajito antes de asentir. — Siento haberte preguntado cosas tan raras, es solo que...

— ¿Qué pasa?

— ¿Cómo se siente acostarse con alguien más?

Nunca me moví tan incómodo como en aquél instante.

¿De verdad teníamos que hablar de ello?

—Marissa...

—Por Dios Padre. — Ella resopló. — Pasé toda mi infancia deseando morirme, con críos llamándome fea y ballena. Y encima mi primer beso fue con el novio de mi hermana muerta. Perdona que sea tan directa ahora, pero eres el único hombre que me ha visto desnuda a parte de mi madre, así que sí, me da morbo saberlo ¿sabes? — Se me acercó más.

—¿Sabes qué es una pregunta muy personal verdad?— La encaré con seriedad. — No es algo que uno deba preguntar tan a la ligera Marissa.

—Lo sé. — Ella estuvo de acuerdo. — Pero no te estoy preguntando como lo haces. — Sonrió. — Eso lo sé muy bien. He leído sobre ello, y visto. REALMENTE visto en muchos videos muy prácticos.—Miró a otra parte un momento.— Y si soy honesta padre, también...ya sabes... Lo probé conmigo misma a veces y...

—¡Marissa!

—Tómalo como una confesión ¿Quieres? A mí también me avergüenza decir estas cosas, ¡Pero ya me has visto desnuda! — Me señaló. — Y encima me vas a ayudar con la crema en la espalda, así que por favor, escúchame ¿Vale?

Asentí con desgana, pero no dije palabra. Si era una confesión, yo la oiría sin más. O al menos lo intentaría.

—A lo que iba. — Ella volvió a mirarme. — Que tengo curiosidad por saber cómo se siente el tener a alguien más tocándote porque sí ¿Sabes? Me pregunto si será como en los libros.

—No lo es. — Dije de repente, me salió sin querer.

—¿No? ¿Entonces cómo es?

¿De verdad me estaba ella preguntando algo así? Por supuesto que sí.

¿Quería yo responderla? Puede que un poco quizás.

—Deberás probarlo por ti misma hija mía. — Me obligué a soltarlo al final. — Es todo lo que puedo decirte.

—¿No muy bueno entonces? — La desconfianza en su cara me sacó una débil sonrisa.

—Sino fuera bueno, — Expliqué. — los demás no lo harían tan a menudo. — Me obligué a acrecentar. — Después de todo es un pecado carnal muy común.

Marissa me observó fijamente por un largo tiempo, pensativa. Intentando comprender mis palabras.

—¿Te gustaba cometer este pecado antes de ser un sacerdote? — Me preguntó sin tapujos.

—No voy a responder esta pregunta Marissa, lo siento.

—Y yo lo siento por preguntártelo Padre. — ella calló, pero no sin antes regalarme una sonrisa.

Una prueba que independiente de mi respuesta, ella no se lo tomaría a mal en absoluto.

Perdóname Padre porque he pecadoWhere stories live. Discover now