— Tienes un hermoso hogar, Angeline. – halagó con sinceridad, peinando su cabello con sus dedos.

— Muchas gracias, Harry. – giré sobre mis pies. – Es algo pequeño, pero tan solo yo me encuentro aquí, por lo tanto es suficiente. – dije sacando un par de vasos de los estantes y le ofrecí algo de agua, la cual no tardó en aceptar y agradecer.

— ¿Por qué vives sola? – preguntó mientras caminábamos de regreso a la sala, lugar donde le ofrecí sentarse y hablar.

Su cuerpo se acomodó en una de las puntas de mi sofá, dejé mi vaso de agua sobre la mesa de café y me senté en la otra esquina, sin encontrarme extremadamente alejada de él.

— Porque no tengo con quien hacerlo de todos modos. – me encogí de hombros, desviando la mirada para enfocarla en el rayo de sol que ingresaba por la ventana y apuntaba directamente al agua cristalina de mi vaso.

— ¿No tienes familia? – preguntó con delicadeza, como si estuviera preocupado de la respuesta.

— Si, la tengo. — sus facciones se relajaron al afirmar que no me encontraba absolutamente sola. — Pero he dejado todo en Arizona al mudarme aquí. – asintió comprendiendo la situación y bajé la mirada hacia mis manos.

— Es muy valiente de tu parte. — comentó, logrando que mi corazón se encogiera en su sitio y los recuerdos agolparan mi mente nuevamente.

No era para nada valiente, era una completa cobarde la cual encontró como única opción el huir. Pero no deseé retractarme ante las palabras del hombre frente a mis ojos.

— Siempre ha sido mi sueño mudarme aquí y abrir mis oportunidades hacia el arte... — subí mis piernas hacia el sofá, flexionándolas cerca de mi pecho.

— Muchas veces el arriesgar y tomar caminos distintos nos pueden llevar nuevas oportunidades. — explicó, yo atentamente escuchaba cada palabra que salían de sus rosados labios. — Es aterrador, el estar solo o dejar tu hogar detrás, pero a fin de cuentas termina valiendo completamente la pena. — sonrió cálidamente, dejándome anonadada ante sus palabras.

Tenía razón, no podía negarlo.

— Parece que entiendes mucho de esto. — sonreí abrazando mis piernas a mi pecho.

— Porque realmente lo hago. — bebió de su vaso de agua, yo instalando mi mirada en la manera que sus ojos se cerraban lentamente y su no tan marcada nuez de Adán subía y bajaba en cuanto bebía hasta la última gota.

— ¿Vives completamente solo? — pregunté cuando estiró su mano y dejó el vaso de vidrio sobre la mesa de café, imaginándome que su vida era completamente diferente a la mía, que él no se encontraba en soledad y que mucha gente debía acompañarlo siempre.

— Si, la mayor parte del tiempo. — elevó un hombro y acomodó su cabello nuevamente, asombrándome su respuesta. — Usualmente siempre tengo un equipo de personas en mi hogar, ya que la mayor parte del tiempo me encuentro trabajando. — hizo una pausa y sus ojos apuntaron a los míos. — De todos modos, viajo muy seguido. No tengo la oportunidad de instalarme en un sitio. — le restó importancia a través de un encogimiento de hombros y la desviación de su mirada verdosa.

No podía imaginarlo tener una vida muy similar a la mía, luego del trabajo, no muchas actividades llenaban mi agenda. Me esperaba a un hombre con una agenda apretada, quien luego del trabajo o reuniones se encontrara en actividades con amistades o familia.

— He aprendido a manejarlo con el tiempo, es lo que todos hacemos... nos acostumbramos a ello y terminamos por normalizarlo. — apoyó su brazo sobre el respaldo del sofá, antes de cruzar una de sus piernas sobre la otra.

Beachwood Cafe |h.s.|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora