Sus ojos verdes conectaron con los míos y solo fue cuestión de tiempo antes de que su sonrisa se ensanchara aún más y su mirada comenzara a brillar.

Sentí el impulso de escupirlo, es más, hasta de dejar salir todo mi vomito reprimido sobre su rostro, pero no era mi estilo.

Me daba asco aquel lugar, me daban asco las personas que me habían traído, me daba asco él, me daba asco el estar casi desnuda frente a ellos. No entendía qué quería, pero de alguna forma lo presentía.

El hombre quitó su mirada de mi rostro y llevó un dedo hacia mi clavícula, para luego trazar una línea recta sobre mi piel.

—A tu madre le fascina que pase mis labios por ahí.

Automáticamente cerré mis ojos tratando de no recrear esa idea en mi imaginación.

Pero entonces sentí terror con respecto a ella. ¿Estaría bien? ¿Celal me había llevado a ese lugar porque los Badiaga no habían pagado la deuda? ¿Mataría a mi madre frente a mí? ¿Cómo podía llegar a salvarnos yo sola?

—¿Y mamá?— cuestioné en un murmullo.

El elevó las cejas ante su mención.

—Tan bien como puede estar la esposa de un millonario.

Elevó ambos hombros.

Bien, esto no era por ella.

Suspiré.

—¿Entonces para qué estoy atada sobre una silla?

Sonaba bastante segura pero me espantaban todas las posibles respuestas.

—Hace unos días un informante me comentó que estuviste hablando con...— suspiró—. Con mi hijo. Necesito que me digas qué te dijo.

—¿Sobre qué?

—¿De qué hablaron?— replicó.

—De muchas cosas.

El hombre, que anteriormente ya había retrocedido para hablarme, volvió a aproximarse a mi rostro y, esta vez, elevó mi cara con violencia hacia él.

Tragué de forma automática.

—A ver, Pepper menor. Me parece que no estás entendiendo. Te tenemos atada, lejos de cualquier lugar, casi en bolas y estás rodeada de hombres a los que nos chupa un huevo tener que lastimar esta linda carita, así que hablá. ¿Qué estuvieron hablando con Rayhan de mí?

—Nada.

Quité mi rostro de su mano con fuerza y suspiró.

—Bueno.

Se alejó y fruncí el ceño.

¿Eso era todo?

—¿Ya me puedo ir?

Ante mi pregunta soltó una sonora carcajada irónica, yo solo lo contemplé.

—¿Todavía no entendiste?— me dio miedo negar—. En este trabajo no nos gusta dejar clavos sueltos, así que nuestro único clavito en unas horas visitará el cielito, o el infiernito, quién sabe. Pero sí es seguro que mañana te encuentren ahogada en algún lago— aclaró alejándose.

Sentí una lágrima caer a través de mi ojo izquierdo y no permití que se liberara ni una más, hace algunas horas había pensado en esto, en el fin, ahora estaba aún más condenada y no tenía derecho a quejarme.

Pero entonces Rayhan atravesó el umbral sacudiendo su cabello y se detuvo, por solamente algunos segundos, para observarme tratando de entender la situación y luego avanzó con decisión, y quizás que hasta enojo, hacia mí.

MelifluaWhere stories live. Discover now