8. UN POCO DE COMPAÑÍA

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Su jefe ocupó la silla que había libre ante él, en la cafetería, aquella mañana de lunes.

—¿Qué tal te fue con el muchacho? —preguntó.

Tony removió su café humeante con la cucharilla.

—Si hubieras estado allí cuando salí, lo sabrías.

—Tuve que irme —le recordó—. ¿No te dio mi mensaje la chica de la barra?

Stark asintió.

Al despedirse de Tom, había vuelto a la mesa del pub, pero su jefe no estaba allí, de manera que la camarera le dio el recado de que había tenido que ausentarse.

—Mi mujer —continuó Leonard—. Decía que llevaba mucho tiempo fuera, y no tenía más excusas para darle.

—Ya veo —comentó, desinteresado, untando mermelada en su pan tostado.

—Entonces... ¿todo bien? —siguió el hombre, que no parecía tener intención de dejarle tranquilo.

—Todo bien, Green. Fueron los veinticinco mejores minutos de mi vida —respondió sin mucho entusiasmo, concentrado en su tostada.

Por suerte para él, su jefe decidió cambiar de tema, y centró la conversación en lo que concernía a la propia empresa, relacionado con el nuevo método de gestación de embriones, algo que hizo que Tony volviera a recuperar su entusiasmo y se involucrase activamente en la conversación.

Cuando acabó el desayuno, antes de levantarse, vio a la nueva empleada pasar por su lado y sonreírle.

Se trataba de Sephora, que trabajaba en Recursos Humanos desde hacía menos de un mes. Llevaba el cabello negro azabache recogido en un moño y vestía con traje formal de pantalón.

—¿Podría venir a mi despacho después del desayuno, señor Stark? —le preguntó mientras sostenía su bandeja con la comida—. Tenemos que revisar unas cláusulas de su contrato.


La mujer apenas tardó en reaccionar cuando, una vez en su despacho, Tony cerró la puerta al pasar.

Con una fuerza superior a la que el otro se esperaba, lo agarró de las solapas del traje y lo estampó contra la propia puerta para buscar sus labios.

Tony se dejó hacer tan sólo unos segundos, tras los cuales agarró las manos que lo sujetaban y las separó de él.

—Lo siento, Sephora. No... no puedo.

—No nos va a ver nadie, Tony —le dijo ella, señalando la cámara de seguridad—. La he desconectado.

—No es eso —negó. La mujer retrocedió unos pasos—. Lo siento, Sephora.

Abrió la puerta y se marchó, apesadumbrado.

La mujer era, objetiva y subjetivamente hablando, preciosa, sexy e inteligente. Reunía todos los requisitos aceptados socialmente para que alguien pudiera suscitar atracción.
Sin embargo, y aunque Tony también se sentía atraído, no podía ir más allá.

Simplemente, no podía.


○○○


—Necesito que te esfuerces más, Peter.

—Le aseguro que hago lo que puedo.

Su jefe, sentado frente a él en el despacho, le miró por encima de las gafas sin montura.

—Entonces, ¿por qué estás dándome menos beneficios en la última semana?

El chico del antifaz (Starker)Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum