4. PORDIOSERO

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No recurrieron a los calmantes para intentar tranquilizarle esta vez, pero necesitaron de varios enfermeros para llevarle de vuelta a la cama.

Sus gritos habían resonado por toda la planta, llamando la atención de todos y despertando el sentimiento de lástima entre pacientes y visitantes.

Porque, ¡pobre de aquel señor! ¿Qué le habría pasado para acabar con el rostro tan desfigurado?

Apenas su boca y sus ojos expresivos habían sobrevivido al accidente.

Para Tony, era una maldita pesadilla. Quería arrancarse de cuajo aquella masa de piel que no casaba en absoluto con lo que había visto reflejado durante años en el espejo.

No es que fuese otra persona. Seguía siendo él. Podía verlo en aquellos ojos marrones, cuando se miraba en el pequeño espejito que una enfermera, muy amablemente, le había dejado en la mesilla para que fuera acostumbrándose a su nueva apariencia.

Tras aquel rostro desfigurado y lleno de cicatrices se hallaba él, pero cada vez que se miraba creía ver a un completo desconocido.

¿Así tendría que ser a partir de entonces?

Suficiente tenía que soportar con permanecer allí encerrado, esperando a que les diera la gana de darle de alta, con la incertidumbre de no saber si Pepper, Peter y los demás Vengadores seguían vivos, como para saber ahora que se había convertido en un monstruo a ojos ajenos.

Tenía ganas de acabar con todo, pero la pequeña esperanza de que quedase con vida alguien que le importase le ayudó a sobrevivir los días previos, mientras mataba el tiempo leyendo o viendo la televisión.

—¿Por qué no me creéis cuando digo que soy Tony Stark? —le preguntó a Hugo, mientras el chico colocaba la bandeja con la cena sobre la mesilla—. Y no me digas que es porque no me parezco —añadió en broma.

—No pensaba decir eso —respondió, sonriéndole—. No soy tan cruel.

—¡Ah! Pero lo has pensado. Chico malo.

El enfermero se rió.

—Tony Stark se desvaneció con el chasquido.

—¿Cómo lo sabes?

—Todo el mundo lo sabe.

—Ya, pero, ¿cómo estáis tan seguros?

El chico desplegó la tabla auxiliar de la mesilla, para así poder acercar la bandeja al regazo de Tony, sentado en la camilla, y abrió la tapa para mostrar su cena: merluza blanca hervida con espinacas.

Stark puso una mueca de asco mientras tomaba los cubiertos para empezar a comer.

—Sigo esperanzo una buena y calórica hamburguesa.

—Tony Stark no ha vuelto a dar señales de vida desde el chasquido —le explicó el enfermero, ignorando su comentario—. Es por eso que sabemos que murió.

—No morí —negó, llevándose un trozo de merluza a la boca—. Me fui de la Tierra dentro de una nave espacial.

—No recuerdo haber visto ninguna nave espacial.

—Eso es porque pasó en Nueva York, y estamos en Los Ángeles —suspiró—. ¿Crees que estoy loco, Hugo?

—Por supuesto que no, señor —le aseguró, viéndole comer—. Pero es evidente que su accidente le ha trastocado un poco.

—¿Y cómo crees que tuve un accidente tan catastrófico? —Se llevó el tenedor a la sien, dándose unos golpecitos—. Piensa, muchacho. Aparezco en mitad de la nada, a las afueras, en medio de un boquete enorme y de un montón de chatarra. ¡Y esta cara! —Se señaló el rostro—. ¿Qué crees que me pasó?

El chico del antifaz (Starker)Where stories live. Discover now