2. EL DESPERTAR

533 67 25
                                    


Abrió los ojos de golpe, intentando respirar, y entró en pánico al sentir que parte de su rostro se encontraba dentro de un respiradero.

Dio una fuerte bocanada, incorporándose, y al momento se vio rodeado por tres enfermeros, dos mujeres y un chico joven, que atropelladamente le pedían que se tranquilizara y le ayudaban a recostarse de nuevo.

—Señor, tiene que relajarse —dijo una voz, que le sonó demasiado lejana.

Se mareaba. El techo comenzó a dar vueltas...

La segunda vez que despertó, comprendió al instante que se encontraba en una habitación de hospital, recostado sobre una cama, y que aquello que cubría su boca era una mascarilla de oxígeno.

No había nadie en la habitación. Miró hacia la ventana, que permanecía cerrada mediante un sistema de protección y desde donde entraba la luz solar, refractándose en el cristal y dividiéndose en las diferentes longitudes de onda del espectro electromagnético, iluminando el techo con los colores del arco iris.

Miles de dudas asaltaron su mente. ¿En qué ciudad estaba? ¿Cuánto llevaba inconsciente? ¿Dónde estaba Peter? ¿Qué había sido de los demás? ¿El mundo seguía funcionando con normalidad?

¿Le faltaba algún miembro?

Poco a poco, notándose entumecido, comenzó a hacer revisión de sus extremidades, moviendo dedos y articulaciones.
Todo parecía estar en su sitio y no encontraba dificultad a la hora de moverse, salvo el agotamiento que su letargo le había regalado.

Entonces, un enfermero apareció. Lo reconoció enseguida. Era uno de los que le había visto despertar la primera vez. Debía de tener unos veinte años.

—Por fin despierto de nuevo —le dijo con alegría—, y ahora más tranquilo, por suerte. ¿Qué tal se encuentra?

—Me gustaría responder —Su voz sonó seca, y necesitó carraspear un par de veces para que saliera fluida—, pero ni siquiera tengo idea de dónde estoy.

—Está en el Hospital Comunitario de Los Ángeles, en California.

—¿QUÉ?

Sus coordenadas habían ido en dirección a Nueva York, pero la nave no había aguantado bien su entrada en la atmósfera, estallando en llamas.

Tony recordaba haber apurado hasta descender varios kilómetros, e instado al chico a que saltara e hiciera uso de su paracaídas.

Peter estaba asustado, muy asustado, y no quería dejarle solo. Tony debía pilotar lo que iba quedando de la maltrecha nave para intentar que no se estrellase en un lugar poblado.

Era una misión suicida, y no pensaba involucrar a Peter otra vez, de manera que había acabado por activarle el traje, lanzarlo fuera, en contra de su voluntad, y programar el paracaídas.

Aún podía recordar los gritos y maldiciones del chico cuando vio truncados sus deseos de permanecer junto a él.

—¿Y el crío? —le preguntó al enfermero.

Sentía resquemor en la garganta. Debía de haber estado mucho tiempo inconsciente.

El enfermero, que se había acercado a revisar el gotero del suero, le miró con gesto confundido.

—¿Qué crío?

—El crío —insistió—. Venía conmigo. Tuvimos juntos el accidente. Es un adolescente con cara de bebé.

—Lo lamento, señor —respondió—, pero cuando le encontraron no había ningún chico con usted.

Suspiró tras la máscara de oxígeno. No quería aceptar aquella realidad.

El chico del antifaz (Starker)Место, где живут истории. Откройте их для себя