—Mía— advirtió.

—¿Sabías que siempre supo lo de mi hermano?

—Mía.

La miré y, al instante de entender, me levanté del sofá.

—¡Siempre lo supiste!— la apunté con mi dedo índice y ella no argumentó nada en su defensa—. ¡Siempre lo supiste! ¿No te molestaba verme tan triste? ¿Ver a mi madre tan arruinada? ¡Viste nuestra estabilidad desmoronarse y no hiciste nada!

En mi mente no dejaban de pasar todas las veces en las que lloré frente a ella, todas las veces en las que nos encerramos en mi habitación solo para que una niña de catorce años no viera a su madre llorar, todo lo que ella pudo haber evitado solo con honestidad.

—Te mandé al psicólogo...— contestó.

—¿Para reparar lo que rompiste?

Se paró a centímetros de mí.

—¡Solo hago mi trabajo!

Oí algo caer desde la habitación de Liam y rápidamente abrí los ojos alarmada.

—¡Ann!— me quejé en un murmullo.

—Vos empezaste gritando, yo no sabía que había alguien más acá— me respondió de la misma forma—. Solo hago mi trabajo, ¿sí? No es mi responsabilidad desmentir o no dramas familiares.

Sentí mis labios separarse por inercia y mis ojos abrirse aún más por la rabia.

¡Realmente creí que ella era lo más cercano a una amistad que había tenido durante toda mi vida!

—¿Querés hacer tu trabajo en serio? ¿Por qué no investigás un poco sobre todas las mierdas que estoy pasando?

—¿De qué hablás?

Frunció el ceño.

Ella también parecía enfadada.

Sin contestarle avancé a pasos acelerados hacia mi habitación. No tenía ni idea de todo lo que lo que podía provocar lo que iba a hacer, pero siquiera me importaba.

Abrí la puerta e ingresé a gran velocidad, aunque Ann siquiera estaba detrás de mí, así que tuve que regresar.

—¿Y?— cuestioné.

Ella pareció comprender y me siguió. Cerré la puerta luego de que ella ingresara, no quería que Liam oyera más nada.

Con rapidez la guié hasta mi closet y, ya allí, frunció el ceño con confusión.

—Esto es un caos, Mía— murmuró.

Mentira. Solo había quitado ropa de una pared y la había acumulado en las otras, eso no lo hacía un caos, pero sí estaba sobreexplotado.

Ignoré su comentario y avancé hasta las fotos e hilos al final de aquella habitación.

Señalé el inicio de las imágenes hacia Ann.

—Voy a hacerlo rápido porque confío en que sí hayas leído mis libros y no solo hayas pretendido— anuncié.

—Es mi trabajo leerlos.

Suspiró.

—El día de mi inscripción un chico murió y en su sangre había glitter, y no lo digo irónicamente. Mi primer día dentro del internado un chico se "suicidó"— hice comillas con mis dedos—, y tenía un beso celeste en pecho...

—¿Me estás hablando en serio?

—¿Por qué mentiría sobre esto?— ella no me contestó—. En mi primera fiesta mataron a mi única amiga solo porque me fui por unos minutos, porque pude haber detenido todo simplemente estando con ella— dejé salir un suspiro—. No te hacés una idea de cómo me sigue carcomiendo la culpa hasta ahora, encima fui con la psicóloga y lo relacionó directamente con mi hermano, como si también hubiera sido mi culpa.

MelifluaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora