Capítulo 19:

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Chicago, Illinois.

Cinco años atrás.

MARCELO:

─Un desagüe sirve para arrastrar cosas. Si no tiene agua no puedes pretender que funcione ─dice la hija de Carlo, Arlette Cavalli, antes de inclinarse sobre él y depositar un beso en su mejilla, pero a pesar de su encantador y suave tono de voz, lo único en lo que puedo concentrarme es en el peligroso brillo de sus ojos azules, del último tono de azul que adquiere el cielo antes de volverse negro, uno del cuál, me temo, ya he sido víctima─. Los dejaré a solas para que terminen de hablar. ─Se incorpora mientras su padre afirma, evidentes líneas de tensión en su rostro causadas por el comportamiento de su hija, su dulce niña, como él la llama todo el tiempo─. Manténlo alejado de mí, papi ─murmura antes de separarse del todo de él y dirigirse hacia la puerta, dedicándome una sonrisa victoriosa, pero también satisfecha de una manera soñolienta, al pasar junto a mí─. Ha sido un placer trabajar contigo.

A pesar de que mantuvo la distancia al dirigirme la palabra, soy capaz de sentir su aliento contra mi mejilla y mis fosas nasales se llenan del agridulce olor de su perfume, el cual, sospecho, es tan caro y exclusivo que ni siquiera sé asociar a nada que haya olido antes. A diferencia de su prometido, quién todo el tiempo huele a rosas, lo cual sería motivo de burla si no estuviésemos hablando de la mismísima muerte, Arlette sabe mantener en secreto cada detalle de su vida.

Como su padre.

El ambiente en la oficina de Carlo Cavalli, ya de por sí frío, se vuelve gélido cuando la puerta se cierra tras de ella. Mi atención dejó de estar puesta en su hija a penas tomó el pomo en su mano, pues si seguía mirando cuán bien lucía en su vestido mis pensamientos irían en una dirección para la que ninguno de los dos está listo, ni ella ni yo, y su padre se daría cuenta de que quizás no soy el mejor para cumplir con la responsabilidad que puso sobre mis hombros.

Asegurarme de que su dulce niña no esté enloqueciendo.

─Te dije que mantuvieras un ojo sobre ella ─dice, la línea de su mandíbula apretada mientras se incorpora y se acerca para dirigirse al mini bar en una de las esquinas de su oficina. Se sirve una copa de whisky con dos cubos de hielo, pero lo piensa mejor y, tras un sorbo, estrella el vaso en la pared tras de mí dejándose llevar por su wnojo. Por la forma en la que el cristal suena, sé que se hizo añicos─. ¡No que la involucraras en lo que me estoy esforzando por mantenerla alejada!

No puedo evitarlo. Mis labios forman una mueca.

Carlo muy bien podría ser un padre normal y llevar a su hija con predisposición a la esquizofrenia a un psiquiatra que le asegure que está todo bien con ella. También podría ser uno sobreprotector y conformarse con los informes que los informantes que ha puesto a su alrededor, vigilando cada uno de sus pasos, le envían, pero no es ninguno de ellos y me obliga a mí, al jefe de jefes de la ciudad, a acercarme a ella y a agitar un filete de res, oportunidades para probarse a sí misma, frente a su expresión hambrienta de poder.

Lidiar con la atención de un capo como yo.

Manejar una situación de traición.

Arreglar el desastre que ocasionaron su futuro esposo y su primo.

Ella debió rechazarlas todas.

En cambio, no solo las aceptó, sino que las manejó incluso mejor, sospecho, de lo que lo habría hecho yo a su edad. De lo que lo habría hecho su padre y de lo que lo hará, estoy seguro, su prometido y quizás incluso su hermano. Aunque todos tienen sus esperanzas puestas en Flavio Cavalli como el próximo casetto de la mafia siciliana en Chicago en unos años, lo que me involucra, eso es porque nunca han considerado a su hermana mayor una opción. De hacerlo, de hacerlo yo, la escogerían a ella y a su talento para leer a las personas.

Vólkov © (Mafia Cavalli III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora