Escena extra 6:

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Antártida, ubicación desconocida.

Unos años antes.

VICENZO:

La cárcel te cambia.

Llevo un mes encerrado en una celda de máxima seguridad en un sitio que no existe en medio de la Antártida, comiendo arroz y frijoles todos los días, y lo único que puedo hacer es añorar mi familia y una buena comida hecha por mi madre o por mi hermana. Incluso por mi esposa. Extraño a mis hijos, a los que ya han nacido y a los que no. Mis labios se curvan hacia arriba. Si paso aquí el resto de mi vida, al menos tengo el consuelo de saber que una parte de mí vivirá en ellos. Las autoridades me tomaron y sentenciaron a cadena perpetua sin libertad condicional por crímenes de lesa humanidad, pero no acabaron conmigo.

Mala hierba nunca muere.

En especial si hablamos de la muerte.

Camino tan rápido como los grilletes en mis tobillos me lo permiten, deteniéndome frente a Anaia, la sueca regordeta encargada de la cocina. Sus mejillas se sonrojan cuando repara en mí. Todos aquí son seres detestables que no merecen su comida ya que la maldicen, pero yo la aprecio aunque por dentro esté vomitando con cada bocado. No puedo debilitarme. Si tengo pensado salir de aquí debo estar más fuerte que nunca y gracias a Anaia mi peso no solo se ha mantenido, sino que ha aumentado. Soy su favorito y la prueba de ello es la gigantesca tercera porción que me da, a la cual le agrega extra de sal y especias.

─Eres insaciable, cariño ─dice─. Cunando vaya a casa la próxima semana te traeré un postre. Soy amiga de algunos guardias y estoy segura de que encontraré cómo pasarlo.

Le guiño un ojo.

─Muchas gracias, Anaia. Me consientes demasiado.

Ríe como una adolescente enamorada.

─Eres mi favorito y creo fielmente que eres inocente de todo de lo que se te acusó.

Sonrío, conteniendo una risa.

Fui juzgado por cometer un estimado de tres mil novecientos homicidios no comprobados.

No habían pruebas de ningún tipo. Solo el deseo de un presidente y sus amigos de ponerme aquí. Un aliado de mi esposa, pero no mío. Lo dejé claro cuando hice que uno de mis hombres follara a su esposa frente a él por haberse atrevido a coquetear con la mía, enseñándole quién sí es una puta a la disposición de todos. Arlette se molestó conmigo por interferir en sus negociaciones, motivo por el cual dejó que la policía me llevara.

Sé que quiso castigarme por interferir en sus planes dejándome pudrir unos días en la comisaría, pero todo se tornó más agrio cuando el secretario de estado hizo su aparición con treinta convoys para trasladarme a la corte suprema y sentenciarme.

─Pasaría toda mi vida aquí comiendo tu comida sin ninguna queja. ─Ríe y a diferencia de otros días en los que los presos la molestan con sus quejas, se ve relajada y feliz, por lo que aprovecho la oportunidad para preguntar─. ¿Cómo está el mercado de valores de Chicago?

Sus ojos se suavizan ante mi pregunta.

Cada palabra que decimos es escuchada, así que encontré mi propia forma de hablar en clave con ella. Esta se comunica con Arlette cada vez que tiene un día libre. Ayer lo fue.

─Está bien, pero pronto habrá una alza.

Me tenso ante sus palabras.

No he terminado de asimilarla cuando un estremecimiento nos hace estremecer a todos, haciendo temblar el suelo de la especie de torre en la que nos hallamos. Estamos en medio del océano porque suelo escuchar el sonido de las olas del mar desde mi celda. Anaia me mira con ojos asustados e intento transmitirle calma, pero no soy muy bueno en ello ya que ni siquiera tengo una sospecha de lo que sucede. Sé que se trata de mi esposa, ella misma lo ha insinuado hace unos segundos, pero no sé cuáles son sus planes.

Vólkov © (Mafia Cavalli III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora