☣CAPÍTULO 36☣

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         Al despertar estoy tan deprimida que ni siquiera quiero abrir los ojos. Me quedo allí tumbada por largo rato, pensando en que así es como pasaré la eternidad después de que aquel virus —al que Glenn llamó "Genoscidos"— contamine cada partícula de agua que hay en la Tierra: inerte, sin movimiento, sin voz, sin visión. Muerta.

         Sin embargo, cuando siento un lametón en la mejilla abro los ojos automáticamente. Al ver el hocico de Mila a centímetros de mí me levanto de inmediato y recibo un aullido agudo como recibimiento.

         —¡Mila! —Ensancho una sonrisa antes de rodearla con mis brazos, tratando de no apretarla muy fuerte.

         Está erguida y mueve la cola con entusiasmo. A pesar de que sus heridas siguen frescas ya no sangran. Lo único que me preocupa es la pata trasera que mantiene encogida y con las vendas manchadas de rojo. Sin embargo, luce mucho mejor que ayer.

         —Vi morir a cientos de perros —escucho a mis espaldas y al girarme, aún con Mila entre los brazos, veo sentado sobre la orilla de la plataforma a Glenn, con un cigarro entre los dedos y el pelo enmarañado—, cada uno de ellos no era más que artillería desechable. Nadie lloró nunca la muerte de uno. Pero ahora estoy aquí, viendo a una persona llorar de alegría por ver a un perro sobrevivir a una noche crítica.

         —Pasaste la noche en vela para cuidar de ella, ¿no? —respondo divertida, recordando de súbito las cosas que me contó la noche anterior—. Tú tampoco querías que muriera.

         Mientras coloca el cigarro entre sus labios una ligera sonrisa se escapa de ellos, pretendiendo pasar desapercibida. Al verle me aferro un poco más a Mila, sintiendo un cosquilleo efímero en mi estómago.

         —¿Cómo lo llevas tú? Pasaste una noche... —hace una pausa mientras exhala el humo para buscar la palabra adecuada— complicada.

         Me remuevo con incomodidad. No tengo ganas de seguir pensando en eso.

         —Admito que tenía la esperanza de que el día de ayer hubiese sido un sueño.

         —Es razonable. —Se inclina hacia delante, apoyando los antebrazos en las rodillas—. Pero ahora que sabes ciertas cosas, hay otras cuantas que quiero que sepas.

         —No estoy segura de poder con más revelaciones. Al parecer no soy tan valiente como creía. —Me rodeo con mis brazos cuando Mila se tumba a mi lado.

         —En cualquier caso, ya conoces la peor parte —responde condescendiente—. Quisiera, más que nada, darte un poco de esperanzas.

         —¿Eso es posible?

         No puedo evitar sentir el nudo en el estómago formarse de nuevo. Ahora me arrepiento de haberme levantado. Glenn juguetea con su pulgar sobre sus labios mientras el cigarro se consume entre sus dedos. Es difícil interpretar sus gestos, pero tengo la impresión de que se siente compungido.

HOSPEDANTES ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora