Dolor

487 103 14
                                    

Daegu, 2 de diciembre del 1998.

Querida alma gemela:

Dicen que los días buenos superan infinitamente los días malos, pero los malos son malditamente malos.

Vivir con este dolor dentro es el castigo del que me habló Papá. Incluso es un castigo peor del que te pudiera dar el rey del infierno allá abajo.

Ni siquiera me había imaginado que sentiría un dolor como este.

Si me faltara una mano, la señora Kim no me haría levantar esos sacos de harina o cargar las cestas de pan; sin embargo, cuando tienes una enfermedad que no se ve, el mundo sigue funcionando, la gente sigue moviéndose, mientras tú lentamente empiezas a sentir que estás desapareciendo.

Yo no tengo una enfermedad, tengo algo peor: un corazón roto.

He tenido que comenzar a fingir, pero a la larga me desgasta más de lo que parezco.

La señora Kim me ha estado preguntando qué me pasa. Dice que no luzco bien, que he perdido el brillo que irradiaba y mis ojos se han opacado como mi cabello.

Quisiera contarle a alguien todo lo que guardo dentro, que alguien me escuche al contar mi historia. Sí, fui un ángel de la muerte que fue expulsado del cielo por enamorarse de un humano. Lo más probable es que me enviasen a un psiquiátrico si comentara algo como eso, es por ello que prefiero guardar silencio, fingir que estoy bien y esconderles a las personas lo que me está sucediendo.

Mi cabeza está oscura, pero lo último que quiero es traer a las personas que me rodean a este vacío negro. Quiero empujarlas a la luz tal cual lo intenté hacer contigo. Haré todo lo que tenga a mi alcance para lograrlo, ya sea con mi falsa luz, mi falsa energía, mi falsa careta de chico que no tiene una bomba de tiempo retumbando en su pecho.

La depresión es una condición muy bien internalizada y los pensamientos que tengo todo el tiempo imaginando que estás conmigo, que me abrazas o que comemos un helado, no ayudan en nada.

Definitivamente las conversaciones conmigo mismo en mi cabeza contribuyeron a las tormentas eléctricas que estoy experimentando ahora.

Tú eras como la viga que daba soporte a mi techo. Tú, Papá, Taehyung y mis hermanos eran esas vigas, pero tú tenías el poder sobre todos ellos y como ya no estás, todo se desmoronó y estoy tocando fondo.

Créeme que intento aferrarme a algo, pero no queda nada. Ahí es donde estoy yo, en el fondo.

No he escrito por unos largos días porque aquí en el fondo de mi miseria, a mi cuerpo se le ocurrió la brillante idea de enfermarse y terminé desmayándome en medio de la calle.

No sé cómo llegué al hospital, pero cuando desperté supe que tocar fondo era verme en una bata, con la mirada en blanco y terriblemente asustado de mí mismo.

No tenía el control de nada, ni siquiera de mi propio cuerpo o de mis pensamientos.

Lloraba sin razón y apenas tenía energía para comer. No quería despertar, quería dormirme. Ojalá para siempre.

Y es que ni siquiera en el mundo de los sueños podía dejar de sentir ese dolor.

¡Tú me dolías mucho, Yoongi!

Recuerdo cuan brillante era la luz afuera cuando finalmente logré salir. Mi existencia era como una película de un carrete velado por la luz.

Sentado en el autobús que pagué con el poco dinero que me quedó de la ultima paga de la señora Kim, el vaho del cristal difuminaba mi reflejo con cada respiración. Ya ni siquiera reconocía ese reflejo como el mío.

Lo primero que hice al salir del hospital fue ir en busca de la niña de las flores. Con mis ultimas monedas le compré un lirio y caminé a duras penas hasta tu casa. No tenía fuerzas para correr, pero logré llegar y dejártelo en el pórtico como lo hacía antiguamente.

La luz de la sala estaba encendida y me asomé resbalando con una piedrecilla. Rápidamente me puse de pie y me cercioré de que no me hubieras escuchado.

- Perdóname Sun – llorabas abrazando tus piernas en el sofá – Incluso sabiendo que te utilizaba para no perder a Taehyung estuviste allí amándome en silencio. Perdóname por favor.

No entendía a qué te referías con eso.

- Lo mejor será que Taehyung encuentre una familia y no conmigo – sollozaste. Algo que me sorprendió además del hecho de que estabas totalmente abatido en medio de tu salón, fue que estabas vestido de traje. El mismo traje que usas para tocar el piano en grandes salones.

Tu casa era diferente. Habían más cosas en ella e incluso habías pintado las paredes.

Te estaba yendo bien económicamente, aunque por dentro estuvieras en la mismísima miseria.

Como soy un torpe sin remedio y mi cuerpo está flojo, mi pie se deslizó por un alto al que estaba afirmado y caí haciendo un caos en tus arbustos.

Mi codo sangraba, pero no tenía tiempo para preocuparme por eso porque escuché tus pasos dentro de casa y apenas me dio tiempo para esconderme.

La puerta se abrió justo en el momento que logré lanzarme tras el basurero.

- ¿Y esto...? – limpiaste tu nariz con la manga de tu traje. Te observaba por el estrecho espacio entre el basurero y la pared.

Cogiste el lirio con la mano temblorosa. Luego tus ojitos volvieron a llenarse de lágrimas y miraste hacia todos lados buscando a alguien, seguramente al bobo que dejó esa flor en tu puerta y luego se rompió el brazo.

El dolor en mi pecho comenzó a desaparecer un poco.

- ¿Volviste? – le preguntaste a la nada. Sonreíste a pesar de que tenías el rostro hinchado y los ojos aguados – Dime que volviste, por favor...

Si te referías a Sun, lo siento... solo soy yo.

Tomaste asiento en la puerta de tu casa y allí te quedaste un largo rato mientras yo me entumía de frío. Era invierno y quería salir de mi escondite, pero no podía mientras siguieras allí.

Miré mis manos. Una idea recorrió mi mente y pensaba, me preguntaba si muchos años después, cuando la vejez llenara de arrugas estas manos tan pequeñas, volvería a reencontrarte. Me preguntaba qué sería de mí en los años siguientes lejos de ti.

Miré al frente y pude visualizarme como un anciano triste, envuelto en remordimientos por no haber podido cumplir su máximo propósito.

Me preguntaba si seguiría sólo el resto de mi vida. Nadie querría a un tipo raro que apenas ha probado tres tipos de comidas: el plato de frijoles de la señora Jun, el pan caliente de la señora Kim y la sopa de verduras del hospital.

Me preguntaba si encontraría un hogar, alguien que me amara, que me acompañara, supiera mi pasado y lo aceptara como mis errores y mis fallas.

Me preguntaba quién sería esa persona... porque tú estabas tan lejos de mí que era imposible.

A pesar de que estábamos en ese momento tan cerca, a solo tres pasos de distancia... te sentía tan lejos. Tanto que quise llorar.

Cuando la noche cayó por completo y el clima se hizo insoportable, te entraste cargando el lirio en tus manos. Mientras tanto yo no podía moverme. Mi cuerpo no me hacía caso, le dije, le ordené que se pusiera de pie y volviera a esa fría banca de cemento para descansar, pero no quiso.

- Por favor, vamos... – lloriqueé. Los huesos me dolían debido al frío – Tenemos que hablar con Papá...

Tardé más de media hora en ponerme de pie y estirar mis articulaciones para calentar un poco mi descuidado cuerpo.

- Muy bien, están haciendo un buen trabajo – animé a mis piernas – Prometo que esto se acabará pronto, ya lo verán.

Tengo una idea en mente, alma gemela. Pero necesito comentársela a Papá primero.

Espero que todo resulte bien.

Jimin.

QUERIDA ALMA GEMELA | YOONMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora