CAPÍTULO 28

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Me encontré temblando, tal vez hasta estaba llorando; no podía pensarlo tanto.

Mi culpa.

¿Y ese texto cómo entró? ¿Yo? ¿Liam? Él estuvo conmigo.

No negué en lo más mínimo la caída de lagrimas, aunque tampoco creía poder evitarlas.

El poema tenía razón, siempre fue mi culpa.

¿Yo lo había inspirado? Yo lo había inspirado.

¿Quienes podían ingresar a este apartamento? Liam y yo, ¿no fue Liam? Él estaba conmigo.

Era mi culpa.

¿Por qué había estado ignorándolo? ¿Por qué estaba preocupada en banalidades mientras personas sufrían por mi irresponsabilidad? Estaba siendo una persona asquerosa, solo me preocupaba mí.

Volví a sollozar.

El poema tenía razón.

Inna se perdió por mi culpa, ¿por qué seguí haciéndome la tonta? Inna murió por mi culpa.

A pasos largos, y con la carta sobre mi mano sumamente inestable, salí de mi habitación entre lágrimas y sollozos.

—¿Mía?— la voz de Liam me obligó a acelerar—. ¿Qué pasó?— lo sentí acercarse y avancé aún más rápido—. Mía.

Llegué al pestillo de la puerta y corrí escaleras abajo, sin importarme el estar viendo nublado por culpa del llanto. Tenía que llegar a algún lado, aunque no sabía a dónde, solo necesitaba un poco seguridad.

Fui cómplice de asesinatos.

Maté a mi única amiga.

Llegué a la puerta de salida y la dejé cerrarse detrás de mí, antes de que Liam pudiera atravesarla; me había estado siguiendo y no quería hablar con él, tenía miedo. Liam no iba a entender.

—¡Mía!— volvió a llamarme.

Los edificios a mis lados se distorsionaban gracias a mi carrera y los colores se fusionaban ante mí, prefería centrarme en eso que en la realidad.

Visualicé la oficina de Emily y concluí que ese tenía que ser mi destino. Emily era quien me había estado ayudando y la primera persona hacia la que correría, luego de mi hermano, claro, pero él estaba a kilómetros.

Liam me detuvo sosteniéndome desde mi muñeca antes de que pudiera llegar a la puerta y me giró hasta quedar frente a frente.

Lo miré entre lágrimas.

El castaño tenía el rostro preocupado y el ceño fruncido. Llevó sus manos a mis mejillas y, con sus pulgares, comenzó a limpiar las lágrimas, como si eso las detuviera.

—Mía, ¿qué pasó?

Sentía muy complicado el contestarle entre sollozos.

A él también acababa de arruinarle la mañana.

—Emily— fue lo único que logré pronunciar.

—¿Te puedo ayudar?

La calidez de sus manos me llevó a cerrar los ojos y tomar un leve respiro, para relajarme, como solo Liam podía hacer.

Negué frente a él. No podía ayudarme.

Guié mi mano a una de las suyas en mi mejilla y enredé nuestros dedos, bajándola, para poder avanzar.

Observé como, lentamente, volvía a relajar su rostro, y caminamos hacia la oficina de la periodista; tenía que mostrarle, aunque ella también pudiera acusarme, e iba a estar en todo su derecho.

MelifluaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt