CAPÍTULO ONCE ~La Muerte es Frágil como el Cristal~

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Los pies desnudos de Tobías sintieron una mullida capa grumosa ciñéndose a ellos y, sorpresivamente, su temperatura no estaba por debajo de los cero grados; algo que antes inconscientemente se pudo haber supuesto. Estando rodeado por un bosque, el nerviosismo del pastelero alcanza niveles alarmantes, poniendo en aprietos el correcto raciocinio de su cerebro. Afortunadamente, y sabiendo que todo se iría al caño si se dejaba controlar por el miedo, el pastelero se mantiene tan calmado como puede e inspecciona el área en busca de algún peligro. Al no oír, ver o percibir nada que fuera mortal para su integridad, el nerviosismo cae de la cima en que la está y es suplantada por prudencia extrema. Con lentitud Tobías se da media vuelta esperando, sinceramente, encontrar una ventana con la forma de su monitor y la vista de su cuarto de fondo.

     <<Por el amor del Creador Sky>> Gimotea al no encontrar lo deseado <<La primera vez que esto pasó, casi muero. No importa cómo, tengo que encontrar la manera de regresar>>

     Dispuesto a ello Tobías opta por hacer algo arriesgado: Explorar el lugar. Caminando hacia un árbol cuyas ramas estaban relativamente cerca del piso, el joven se cuelga tras un salto de una rama de débil aspecto y se la trae consigo al regresar al piso. Ante tal violencia, las delicadas y finas hojas que cubrían las ramas más delgadas que se desplegaban de la rama principal, chocaron unas con otras produciendo un estridente tintineo. Tobías se estremece por el alboroto y con rapidez sondea el lugar con ojos y oídos para asegurarse de que nadie o nada lo hubiera escuchado. Cuando se siente seguro, el pastelero arranca una de las hojas y la inspecciona. Aquel trozo de follaje era de cristal puro e inmaculado, su diseño era similar al de una hoja de otoño pero con las puntas un poco curvadas hacia arriba, y apenas tendría un milímetro de grosor.

-          Prefiero mantener el ruido al mínimo. —Murmura el joven mientras guarda aquella hoja dentro de su bolsillo lateral izquierdo—

     Veloz y cuidadoso, Tobías remueve cada una de las hojas y enterrando la rama desnuda en la suavidad del suelo, empieza a buscar una salida. Yendo en línea recta, los pasos del joven se volvieron largos y sigilosos, tras de sí le seguían las marcas que dejaba la rama de oscuras tonalidades que de su mano colgaba y sus sentidos estaban atentos a cualquier cosa que pudiera parecer una salida o un peligro. En cierto punto, los árboles menguaron su cantidad y Tobías pudo ver un cielo azul oscuro. El lugar le parecía totalmente extraño al joven por razones diferentes a las que había visto hasta el momento; no hacía ni frío ni calor, el clima era simplemente perfecto y el tiempo parecía estar en medio del día y la noche, pero sin estar cerca de parecerse a un ocaso en la Tierra. Después de un rato sin encontrar nada, Tobías comienza a inquietarse. El bosque no parecía tener fin y ese hecho arranca de los pulmones de nuestro forastero un angustiado suspiro. Sus piernas estaban rígidas y cansadas pero el pastelero no pensaba parar hasta encontrar una salida.

     <<Esto es inútil, a este ritmo no conseguiré nada>> Inspeccionando los alrededores en un intento de descubrir que hacer, a Tobías se le ocurre una idea <<Sí subo a un lugar alto, podré hacerme una mejor idea en cuanto a que dirección ir>>

     Tobías suelta la rama que carga y elige el árbol más grande de todos; uno de ramas firmes y cuyo tronco medía cerca de veinte metros de altura. Sosteniéndose y apoyándose solo en las ramas más fuertes, asciende de a poco hasta la copa; aparte de ser su primera vez encaramándose en un árbol, no quería que las problemáticas hojas le delataran. Jadeante y con algo de vértigo por estar a quince metros y medio de altura, el pastelero se abraza con fuerza al tronco del árbol antes de mirar el panorama y al hacerlo, sus piernas casi flaquean al ver lo que el cielo ostentaba.

     Un enorme planeta azul cubría gran parte de la vista, y detrás de él se asomaba tímidamente otro mucho más pequeño. En el fondo, un centenar de grandes estrellas luminosas descansaban mientras una centelleante nebulosa violeta se entretejía como una cinta entre ellas. El planeta más grande tenía secciones, la mente de Tobías pensó en ellas como continentes, de un azul mucho más oscuro y en determinadas partes, se podía divisar múltiples puntitos de brillante luz que juntos formaban grupos de considerable tamaño.

LA GUERRA DEL LINAJE DIVINOWhere stories live. Discover now