CAPÍTULO TRES ~Ella~

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La rojiza luz del ocaso se filtra a través de las ventanas pintando cada rincón del pequeño atelier con su color. El trazo de los lápices sobre el papel y el deslizar de los pinceles sobre el lienzo eran la música que todos los presentes escuchaban mientras trabajaban en sus proyectos. Algunos conversaban y otros se dedicaban enteramente a lo suyo.

     El tiempo corre con cierta rapidez y la noche cae, dejando en soledad el atelier. Las luces del lugar seguían encendidas y uno de los caballetes del área de pintura todavía sostenía un lienzo de tamaño mediano. El pincel en la mano de Mirela viaja del lienzo a la paleta de caja con treinta y tres compartimientos que sostenía en su mano izquierda. Con una breve mirada la chica inspecciona el reloj de pared.

     <<Casi las nueve, supongo que hoy también llegaré tarde a casa. Si quiero terminar mi portafolio para la exposición a tiempo, no tengo de otra más que trabajar horas extra>>

     Pasando el pincel de aquí a allá, primero con un color y luego con otro, Mirela da los últimos toques a la pintura antes de dejar su firma en la misma haciendo uso de un pincel fino y pintura blanca. La chica deja la paleta y los pinceles usados sobre un banco junto al suyo y se levanta con las rodillas y la espalda totalmente rígidas. Ordenando rápidamente su área de trabajo, baja el cuadro del caballete y lo guarda dentro de su oficina, en donde también se encontraban resguardados bajo mantas más de un cuadro hecho por sus manos, todos de diferentes tamaños.

     Después de asegurarse de que llevaba todas sus cosas personales consigo, cierra la oficina con llave, apaga las luces de la sala y sale del atelier. Tras cerrar la metálica reja que protegía su amado negocio, Mirela se encamina por la misma ruta de siempre hacia su casa. Primero un viaje en tren de tres paradas de distancia, luego una corta caminata por la ciudad y finalmente un viaje en bus; un viaje de cuarenta minutos en total.

     Al bajarse del transporte público, la chica toma la decisión de pasar por una pequeña tienda de víveres que estaba en la entrada de su vecindario. Compra los insumos que necesita y al salir, escucha un maullido cerca. Al voltear a un lado la pintora se topa con un gato callejero, apenas un cachorro, peludo y de un suave color crema, que rondaba junto a la basura en busca de comida. Mirela se coloca de cuclillas y llama la atención del animal con un siseo. El gato se acerca lentamente, con precaución, y cuando su cabeza se encuentra con la mano de Mirela, se deja acariciar como si nada.

-          Sin hogar, por lo que veo.

     El gato dedica una mirada interrogante a la chica antes de seguir restregándose contra su mano.

     <<El condominio de la residencia no prohíbe tener mascotas...>> Piensa de repente <<La última mascota que tuve se quedó en casa de mis padres. Quiero llevármelo>> Un pensamiento diferente irrumpe en su mente <<Pero una mascota, sin importar el tamaño y la especie, es una responsabilidad. Este gato está muy delgado, debo alimentarlo adecuadamente y llevarlo al veterinario>> <<Actualmente no tengo mucho tiempo que digamos, no creo que pueda...>>

     El gato comienza a ronronea bajo el tacto de Mirela e inclinándose hacia el suelo, termina boca arriba. Con una mirada el felino suplica más caricias y el hilo de raciocinio de Mirela se deshace.

     <<Al carajo todo, no todos los días encuentras un gato tan cariñoso como este. Puedo hacer tiempo para cuidar de este pequeño>>

     Con decisión Mirela vuelve a entrar en la tienda, compra una bolsa de comida para gatos y al salir, se inclina y vuelve a sisearle al gato. Cuando el animal se acerca, ella con mucho cuidado escurre su mano libre por debajo de la barriga del felino y lo levanta del suelo. El animal no se resiste ni lucha por bajar al estar en brazos de Mirela, quien retoma el camino a casa con una gran sonrisa en el rostro.

LA GUERRA DEL LINAJE DIVINOWhere stories live. Discover now