CAPÍTULO SIETE ~Profundizando en el Arte~

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Con una mano sostenía el bol y con la otra, movía en círculos y con una velocidad constante la batidora. Cuando Tobías se asegura de que los ingredientes están perfectamente unidos, vierte la mezcla de chocolate y cerezas en un pequeño molde rectangular, el cual luego mete dentro del horno. El tiempo de cocción era corto, quince minutos, y ese tiempo el pastelero lo ocupa en arreglar la cocina y limpiar todo lo ensuciado.

     El cronómetro anuncia el final del tiempo estipulado con un trinar, Tobías se acerca al horno con un palillo de madera en mano y comprueba que el bizcocho está bien cocido por dentro. Apaga el horno y deja reposando sobre la barra su creación. Mientras espera, saca de la nevera una taza con cerezas picadas en trozos y de los estantes, azúcar para hacer cerezas caramelizadas. Cuando la preparación esta lista, se apresura a esparcirla sobre el bizcocho, lo deja reposando otros cinco minutos y lo mete dentro de la nevera, sin dudas satisfecho con su trabajo.

     Ya que había terminado, Tobías se da una ducha y se toma su tiempo para vestirse; quería estar seguro de llevar el atuendo perfecto para la ocasión. A las cinco de la tarde desmolda la torta, la guarda dentro de una caja pastelera y sale de su casa. El joven se dirige a su trabajo y frente a la cafetería, todavía operativa, encuentra a su jefe recostado sobre un auto, esperándole.

-          Cuídalo bien niño —Exige haciéndole entrega de la llave del auto—

-          Realmente no quería molestarlo, pero el evento es muy lejos. Gracias y no se preocupe jefe.

     Tobías toma la llave, se sube al auto y lo enciende. Ya que la ventana del piloto estaba abajo, Henry se cuela por ella.

-          Recuerde usar todos sus encantos Alteza. —Dice con expresión seria—

     Tobías bufa y Henry ríe, alejándose del auto. El pastelero arranca y ve por el retrovisor a su jefe despidiéndole con eufóricos movimientos de mano. La noche arropa lentamente la ciudad y a las seis de la noche, el museo de arte abre las puertas del ala para exposiciones. Tobías llega diez minutos después de su apertura, aparca el auto en el abarrotado estacionamiento y entra en el edificio tras entregarle al portero la entrada que Mirela le dio hace dos días. Cruzando un pasillo de techo alto, el chico pasa a una habitación rectangular de dos pisos iluminada por blancas lámparas de araña, de suelo liso color bronce y paredes marrón claro, que llevaban orgullosas las pinturas de su amiga; para sorpresa del pastelero, el lugar estaba lleno de gente.

     Ya que su presencia era debido a la exposición de arte, antes de buscar a Mirela, Tobías se dedica a observar con emoción su trabajo; de pintura en pintura, escucha muchos comentarios positivos y de admiración hacia su amiga. El chico sube al segundo piso, con una copa de vino en mano que minutos antes le había sido entregada por un camarero, y tras apreciar varias composiciones con temática de fantasía, da con una totalmente magnifica.

     Se trataba de una escalera en caracol, destruida al cuarto giro según se descendía, en cuya cima había una plataforma escoltada por un largo pasillo ovalado, de gran altura y sin techo. Al fondo del pasillo un gran reloj análogo color oro se mantenía quieto en el aire. Aquella construcción, enteramente de piedra blanca, se encontraba levitando en el cielo, con una inmensidad de nubes rosadas y anaranjadas como única vista.

     Una respiración cargada de admiración, una exhalación llena de fervor y Tobías se encuentra a sí mismo al pie de las peligrosas escaleras de piedra. Su cuerpo se inclina hacia atrás y el joven se sobresalta estrepitosamente.

-          ¡AH! —Grita aferrándose con ambas manos al barandal— ¿¡Qué está pasando!?

     Con rapidez el joven sube un par de escalones y permite a sus ojos ver más allá de los peldaños de las escaleras, confirmando la aterradora inexistencia visual de tierra firme.

LA GUERRA DEL LINAJE DIVINONơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ