Jeremiah Sawyers (18)

Comenzar desde el principio
                                    

No la malinterpreten, ella no era mala conmigo todo el tiempo. A veces de verdad parecía que me quería. Solo que no era una mujer muy maternal. Tampoco lo era tía Lola.

Vivíamos en una casa pequeña con solo tres habitaciones aún más pequeñas. Era mucho más que suficiente para mí, a pesar de que papá era el único que nos mantenía, nada nos faltaba. Vivíamos bien, comíamos bien, y éramos como cualquier otra familia.

Yo no tenía muchos amigos, pero hacía mi mayor esfuerzo. Papá siempre decía que debía intentarlo para que mamá estuviera contenta. Era pequeño y frágil, casi rozando el punto de lo amanerado. Eso no me ayudaba mucho para socializar.

Se podría decir que los problemas empezaron una vez que cobré uso de razón.

Eso es lo que yo solía pensar, en realidad. Solía pensar que todo había sido perfecto en mi primera infancia, sin problemas ni disturbios, hasta más o menos el momento en que había cumplido los cinco o seis años. Pero ahora mismo me doy cuenta de que existieron siempre y en todo momento estuvieron ahí. Solo que yo era demasiado pequeño como para percatarme de cualquier cosa que no perteneciera a mi mundo de fantasía.

Me di cuenta de que no tenía una familia perfecta. No tenía unos padres que se amaban tanto que se bajarían el cielo por amor. Por lo menos no mutuamente. Papá estaba muy enamorado de mamá, pero no creo que ella lo estuviera de él.

Tía Lola solía ser quien más jugaba conmigo desde el momento de mi nacimiento. Me sacaba a la calle y juntos bailábamos en la acera ante la mirada atenta y divertida de los vecinos o los que pasaran por ahí. Cuando ya no fui tan chico me di cuenta de que en realidad hacía que yo bailara y ponía una gorra de béisbol junto a mis pies para que la gente pudiera depositar las monedas.

Cruel manera de lanzarme hacia el mundo real.

Sin embargo, yo era bastante feliz aun sabiendo eso. Me cuidaban todo lo que podían, y en lo demás yo me las podía arreglar de maravilla por mi cuenta.

Papá era quien me amaba más y eso lo sé porque me lo demostraba. Solo con él compartía secretos y anécdotas, solo él preguntaba por mi día y solo él me contaba del suyo. Era mi mejor amigo, uno de los únicos que tenía. Era mi amigo y era mi héroe.

Crecí en medio de este entorno. Aprendiendo una que otra cosa, teniendo cuidado en esto y en aquello para no disgustar a mamá o a tía Lola y haciendo todo lo que se suponía que debía hacer. Todo fue más o menos así hasta que un día a los seis años de edad salí temprano de clases, aferrando con especial alegría en mi mano un examen con un enorme sobresaliente para mostrarle a mi madre que no estaba criando a un perdedor, cuando me la encontré en casa, en la sala, en el sofá, con un hombre. Un hombre que no era papá.

El hombre estaba sobre ella, y ella aferraba su cuerpo con sus piernas. Se besaban como yo sabía muy bien que solo debían hacerlo los esposos.

Recuerdo que dejé caer la hoja al suelo, y ese mínimo roce del papel fue lo que los alertó de mi presencia. Se levantaron y arreglaron su ropa presurosamente.

—¿Pero qué demonios haces aquí, Miah? —preguntó mi madre con el rostro ceñudo y ruborizado. Para este entonces había aceptado con resignación la abreviación de mi nombre.

—Temprano en la escuela —yo titubeé apenas.

—Escucha, Miah... —mamá caminó hacia mí con rapidez y se agachó hasta quedar a mi altura— tú no deberías estar aquí, y...

—Temprano en la escuela —repetí de forma torpe.

No sé qué habrá pensado aquel hombre de la escena que estaba presenciando. ¿Pensaría algo malo de que un niño de seis años ya fuera enviado a ir y regresar solo de la escuela? ¿O estaría demasiado avergonzado con él como para siquiera mirarlo?

Cuatro de agosto © [MEMORIAS #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora