Lauren Jones (20)

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<<Otra vez tarde

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<<Otra vez tarde. Mierda, mierda, mierda>>.

Deberían estudiar este síndrome mío, digo yo. No es posible que una persona normal sea tan patológicamente impuntual.

A duras penas trato de calzarme una de las zapatillas y beber un vaso de leche al mismo tiempo. Doy gracias a que estoy sola en el primer piso de la casa y nadie es testigo de mi acto circense.

Noah va a matarme. ¿Quién me manda a prometer cosas que no sé si puedo cumplir? "Sí, mañana llegaré temprano, ¿no me crees?". No, no me creyó, y tenía razones para no hacerlo.

Ni una ducha rápida he podido darme. Me siento asquerosa. Seré impuntual, pero no sucia. Descuidada, pero no al extremo. Una completa cerda, pero una cerda decente. En fin, es tarde. Me he vestido y he desayunado como he podido. Si la suerte está de mi lado hoy, no habrá tráfico.

Luego de haberme cepillado los dientes en más o menos treinta segundos, me dirijo a la puerta haciendo mi clásico recuento mental de cosas que puedo estar olvidando. ¿Llaves? Listo. ¿Billetera? Listo. ¿Teléfono? Aquí. Lista o no, ya es hora de irme.

Salgo a la calle. El día ya está iluminado por completo. Si hubiera salido temprano de casa aún estaría algo nublado, pero dada la hora el sol resplandece y el calor es no tan desagradable. Agradezco por eso, porque el calor excesivo a veces me ocasiona problemas que en este momento de verdad no necesito.

A pesar de todo siento que he olvidado algo. Trato de repasar una y otra vez mi lista imaginaria, pero el elemento faltante no aparece ahí. Me frustraría si esto no fuera algo que me pasa todo el tiempo. A estas alturas de mi vida yo ya estoy acostumbrada. Resignación.

Al subir al autobús busco automáticamente los asientos del fondo, que gracias a un pequeño favor del destino están vacíos. Esos me gustan mucho, porque nadie me mira. Podría pararme de cabeza sobre el asiento y, a menos que el autobús diera un sendo frenazo, nadie lo notaría.

Rebusco en los bolsillos de mi polera. Hey, los audífonos podrían ser el objeto misterioso que estoy olvidando.

Pero no, no son, están en mi bolsillo tan enredados como siempre. Suspiro tratando de deducir cuánto tardaré en desenredarlos por completo.

Miro a mi alrededor mientras mis dedos intentan ordenar el desbarajuste de cables. Siempre ha habido dos tipos de autobuses en mi experiencia como pasajera. Los que parecen salidos de Rápidos y Furiosos, y los que son más bien del tipo viejita—en—andador. Siendo estas las circunstancias, necesito los de la primera clase. Pero no, el chofer parece estar disfrutando del último día de su vida. Se detiene a cada esquina con toda la paciencia del universo para mirar esa piedra, o el cartel de la parada de autobuses, o al lindo perrito orinando en ese árbol.

Yo no le diría autobús viejita-en-andador. Más le quedaría chofer-hippie-naturalista.

Hubiera llegado a mi destino en veinte minutos si la vida fuera justa. Pero llego en cuarenta. El doble. Perfecto.

Cuatro de agosto © [MEMORIAS #1]Where stories live. Discover now