George Monroe (38)

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¿No puedes llevarme? —suplicó esta mañana

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¿No puedes llevarme? —suplicó esta mañana.

No sé cómo hice para resistirme a esa carita. Nunca he sido inmune, pero esta mañana tuve que serlo. Mi Maggie, mi hija menor, debería ganar un premio por poder hacer la cara de cachorro suplicante más tierna del mundo. Es idéntica a Lexie cuando tenía su edad. Solo que Maggie es un mundo aparte.

Y a pesar de que me suplicó que la llevara conmigo al trabajo, no la dejé. Tom tenía partido de bádminton hoy, y ya había quedado en ir con su madre y las chicas desde hace algunas semanas. Siempre les he enseñado a mis hijos que todo debe ser con anticipación y una promesa es una promesa a pesar de todo.

Esta mañana, al darle un beso a mi esposa antes de salir de casa, olía a lavanda.

Mi esposa siempre gustó de los aromas. Cuando la conocí olía igual todo el tiempo, ahora no. Era enfermera, pero decidió retirarse cuando nuestro segundo hijo vino al mundo. Ha emprendido hace poco el proyecto que ha sido el sueño de toda su vida. Ella misma crea perfumes. ¡Perfumista! ¿Alguien puede creerlo? En el mundo de los aromas, ella es algo así como Dios. Es capaz de crear con sus manos sensaciones diferentes por completo, o evocar mundos totalmente distintos al olfato usando casi los mismos ingredientes. Es maravilloso, inimaginable lo que hace con cada esencia. Ella es asombrosa y yo estoy más orgulloso de ella de lo que alguien pueda imaginar.

Además, es hermosa. Hermosísima. Una musa del Olimpo. Lo es desde que la conocí. En eso estuve pensando en el autobús camino al trabajo esta mañana.

Conocí a Helena cuando llegó a trabajar como enfermera al hospital en el que yo era conserje. Recuerdo que la vi por primera vez una mañana en que yo trapeaba los pisos de la recepción y ella llenaba un expediente médico al mismo tiempo. Yo la miré, y esperé por un largo rato a que ella me mirara. Parado en medio de la sala de espera con un balde de agua con cloro a mis pies, el trapeador en una mano, mirando a la bella muchacha, ahí embelesado como un tonto y ella nunca me miró.

—¿Quién es? —pregunté horas después a uno de mis compañeros.

—Es Helena Robbins, la nueva enfermera.

Helena.

Se convirtió en mi nombre favorito. Además, ella era tan linda y tan dulce que su nombre hubiera sonado igual de hermoso aunque se hubiera llamado Fulgencia o Anacleta.

Quería hablarle, pero no podía. Yo por ese entonces era un joven muy tímido. No recuerdo cómo se me ocurrió la idea de las notas.

La primera la dejé en su casillero. Me introduje en la estación de enfermeras con la excusa de que iba a limpiar un poco, y dejé el papelito doblado sintiendo cómo mi cara y mi cuello ardían en llamas.

Lo que decía en la nota era simple. Cuatro palabras nada más.

"Buenos días, Helena Robbins"

Cuatro de agosto © [MEMORIAS #1]Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang