Richard Cole (45)

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Esa revelación me impactó. Como si no fuera suficiente haber terminado en un hotel con una mujer a la que apenas acababa de conocer, descubría en ese momento que esa mujer era casada y tenía un hijo.

Antes de quedarse dormida, Rachel me dijo que ese encuentro había sido lo mejor que le había pasado en mucho tiempo.

La dejé ahí ya bien entrada la noche, dejándole dinero para pagar el hotel y una nota agradeciéndole por todo. Luego, tranquilo, satisfecho, pero cargado de infinito remordimiento al mismo tiempo, volví a casa con mi esposa.

Nunca me había creído a mí mismo capaz de una bajeza como ser infiel, mucho menos a una mujer tan maravillosa y extraordinaria como mi esposa Adele. Y por más que se me ocurría razón tras razón que podía tratar vanamente de exculparme, ninguna era suficiente para tratar de convencerme a mí mismo de que podía remediar mi error.

Pasaba que Adele y yo llevábamos diez años casados. Éramos un matrimonio feliz y floreciente. Adele era la mejor del mundo. Era una mujer inteligente, dulce, elegante y maternal. Me amaba, me protegía, cuidaba de mí. Y era hermosa, muy hermosa. Además, tras diez años de un matrimonio maravilloso, habíamos decidido que era hora de completar la familia y tener herederos.

En realidad, no sabíamos cuántos hijos queríamos tener, pero la idea nos parecía de lo más encantadora. Así que lo intentamos. Y lo intentamos. Y lo seguimos intentando. Lo intentamos por meses, y nuestro bebé jamás apareció.

Fuimos al médico para que nos ofreciera una explicación que pudiéramos comprender. Él nos dijo que Adele padecía de lo que llaman en lenguaje coloquial "útero hostil". Nuestros bebés podían crecer en su interior, pero antes de cumplir siquiera un mes, su cuerpo los rechazaría.

Esa tarde regresamos a casa en completo silencio. Dejé a Adele en nuestra habitación y luego salí directamente a un bar a desahogarme.

Y entonces conocí a Rachel.

Pasé semanas jurándome que se lo iba a confesar a mi esposa. No sabía si me lo perdonaría. Después de todo había cometido el peor error de mi vida en el peor momento posible. Le había fallado y eso era algo que yo sabía muy bien. Pero si me lo perdonaba, yo sería otro hombre. Era algo que solo quedaría como un error de una vez en toda mi vida.

Sin embargo, nunca se lo dije. Por el contrario, luego de unos días, volví a buscar a Rachel.

La busqué en el mismo lugar y a la misma hora de la primera vez. Yo creía que a lo mejor no le resultaba demasiado grato verme por el hecho de que, a pesar de que le había dejado una nota y todo lo demás, no había sabido de mí en varias semanas, pero ella fue tan cordial conmigo como si nada hubiera pasado.

Rachel y yo tuvimos una relación clandestina tan confusa que ni yo mismo la comprendía. Ella me había contado de su matrimonio y yo del mío, pero aun así seguíamos juntos, encontrándonos en hoteles, en bares, o en lugares ocultos que ya no recuerdo. Aunque lo mío con Rachel alimentaba mi espíritu y me devolvía la vida, no podía dejar de pensar en Adele. No podía dejar de pensar en lo que le estaba haciendo sin importarme nada.

Así que planeaba terminar con Rachel. Pero no podía. La necesitaba. Me había acostumbrado a ella, la quería, la deseaba, deseaba tenerla y estrecharla a todas horas del día.

Así que callé, y la tuve junto a mí. La culpa me mataba, pero trataba de ignorarla.

Incluso llegué a encontrarme con ella en su propia casa. Ella calculaba la hora exacta en la que ni su esposo ni su hermana estarían presentes, así que ambos nos colábamos en su habitación y ahí perdíamos la razón. En la cama que ella compartía con su esposo. Sé que me debía evocar cierto respeto hacia él, pero por el contrario yo tenía que admitir que lo encontraba emocionante.

Cuatro de agosto © [MEMORIAS #1]Where stories live. Discover now