Epílogo: A la orilla del río

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Tom y yo solíamos chapotear en el río hasta quedar completamente arrugados por la constante exposición a la humedad

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Tom y yo solíamos chapotear en el río hasta quedar completamente arrugados por la constante exposición a la humedad. Siempre fui más llevado que él, así que ponía una mano encima de su cabeza y lo hacía sumergirse en el agua, pero como mi amigo era más grande que yo, se abalanzaba contra mí y me hacía caer de espaldas al río.

En una infancia todavía llena de ilusiones y esperanzas de papel, La fosa a la orilla del río era nuestro lugar para escapar de la dureza del horrible día a día. El concepto siguió siendo el mismo una vez crecimos, no obstante, en lugar de jugar, era el sitio en el que nos emborrachábamos, fumábamos porros y nos llenábamos de drogas.

Es interesante como las formas en las que uno evade la realidad evolucionan para mal. Siempre a lo malo.

Entre todos esos recuerdos y cavilaciones de un yo más dulzón, termino por marearme. No sé si sea porque ya estoy por dejar de existir, o es el estrés al que siempre me encuentro estando sobrio. Me siento en una roca y observo al río, a sus aguas cristalinas correr y correr, mientras emiten el armónico y rítmico arrullo que tanto me relaja.

En definitiva, es mejor despedirme de este mundo con ese sonido que con una canción de los ridículos de Timbiriche.

Sin embargo, no estoy tan tranquilo sabiendo que a mi derecha se encuentran mis restos. Mismos que continúan siendo devorados por ese montón de mariposas del espanto. Uno de esos animales de mal augurio se posa en mi nariz, ya no la ahuyento, por el contrario, sonrío ante ese gesto. Vuelvo a mis pensamientos dulzones, a aquellos que me avergüenzan y me hacen querer intoxicarme para no pensar como ese Damián que tanto aborrezco.

Aunque ahora, por más que me odie, los dejo fluir con naturalidad por primera vez en mucho tiempo.

Imagino que Tom y Aidée van en el camión abrazándose el uno al otro, que tal vez la madre de Emilio encontró el cadáver ensangrentado de su hijo y cayó presa de una crisis emocional. Suspiro y pienso en la mía, todavía no se ha enterado de que yo también he muerto, tengo la avidez por quedarme y saber su reacción, pero sé que eso es imposible.

Para muchos existe una oportunidad de cambiar, ver el amanecer de nuevo y engañarse a sí mismos pensando que pueden mejorar las cosas, pero, si son iguales a mí, no les queda más que lamentarse por la vida que continuará sin ustedes.

Como dije antes, fui alcanzado por las consecuencias de mis acciones y quizá mi castigo por ser tan hijo de puta fue presenciar todo lo que sucedió por culpa mía sin poder intervenir. Así como el castigo de Tom y Aidée será vivir igual a un par de fugitivos por la eternidad, y el de mi padre una sentencia de años.

¿Cuáles serán las consecuencias de las elecciones presidenciales fraudulentas? ¿O la que afrontará Javier luego de ayudarme a cambiar el destino de Tomás y Aidée?

Cierro los ojos, tomo una gran bocanada de aire y me levanto de la roca, haciendo que la mariposa en mi nariz vuele para alejarse. Meto las manos dentro de los bolsillos de mis pantalones y me animo a voltear a mi derecha. Para mi sorpresa, ya no hay cadáver alguno, solo un montón de insectos del espanto en la tierra mojada. Pronto, estos comienzan a revolotear y revolotear, están preparados para volar y desaparecerse.

Y creo que yo también estoy listo.

Fin.



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