Capítulo 7: Orbes violeta

838 183 75
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¿Los muertos duermen?

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¿Los muertos duermen?

Fue lo que me pregunté durante la noche en lugar de dormir. Estuve todo el tiempo consciente, con los ojos cerrados y escuchando los suspiros de mi madre mientras ella descansaba. El canto del gallo del vecino hace que por fin los abra, estoy boca arriba, viendo a un techo que ahora desconozco, pero que antes era mi único punto de disociación. Volteo y admiro la ventana, el cielo está empezando a aclararse para darle paso al amanecer.

Mamá sigue dormida, parece una niña a la que debo de proteger, pero por desgracia soy incapaz de hacerlo ahora, ya que fui asesinado por mi mejor amigo.

Dicho de ese modo suena bastante tétrico.

«Estábamos mi mejor amigo, un colado y yo, bebiendo caguamas a la orilla del río, entonces, el aire comenzó a faltarme y después sentí un impacto en la cabeza que acabó con mi vida».

Repaso esa oración un par de veces y me doy cuenta de un detalle importante que olvidé: el colado. Emilio estuvo con nosotros esa tarde que yo morí, y si bien no fue el que me asesinó, algo tuvo que haber sabido, a menos que Tom también lo haya matado, pero dudo que alguien como mi mejor amigo sea capaz de hacer eso dos veces. Me siento en la cama, cruzo los brazos y analizo la situación, tengo varias lagunas mentales de ese momento, son como visiones cubiertas con una espesa neblina, similar a la que hay en las carreteras que pasan por los cerros.

Emilio siempre me pareció tan irrelevante que incluso, siendo un cómplice de mi asesinato, lo ignoré por completo. ¿Sabía algo? ¿Lo planeó junto con Tom? ¿Está escondiéndose? ¿Se preocupó por mi muerte? A todas esas preguntas respondo con un «ni puta idea».

Tamborileo en mi brazo y frunzo los labios, hago trabajar a las pocas neuronas que me quedan para saber el papel del colado en todo esto. Si Aidée lo sabía, entonces Emilio, a quien le gustaba pegarse a nosotros como si fuera una sanguijuela, también.

De un salto salgo de la cama, voy hacia la ventana y la abro para que el viento me pegue en la cara. El patio de la abuela, en donde solía jugar con todas las aves de corral, se encuentra vacío. Ahora es solo pasto y hierba mala bien crecida. El pozo de donde sacábamos agua está delante de mí, recuerdo que me gustaba sacar para beber a expensas de que la abuela me chingara porque me podría agarrar una cólera. Sonrío de lado ante ese recuerdo, me consuela saber que al menos una parte de mi existencia no fue solo miseria o placer destructivo.

La fosa a la orilla del río | DISPONIBLE EN FÍSICO| ✅ |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora