Capítulo 9: Par de fugitivos

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La puerta del cuarto de Javier no tarda en azotarse con violencia, tras esto, unos desesperados Aidée y Tom se abren paso, empujan al dueño del lugar y se asoman por la ventana

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La puerta del cuarto de Javier no tarda en azotarse con violencia, tras esto, unos desesperados Aidée y Tom se abren paso, empujan al dueño del lugar y se asoman por la ventana. Ambos se encuentran perplejos. Mientras ella juega con sus manos, Tom muerde con fuerza su labio inferior. Vienen por Tomás, pero no logro explicarme el porqué, el único delito que ha cometido y que amerita este tipo de intervención es mi asesinato.

«¿Quién levantó la denuncia en su contra?», me cuestiono.

Observo a Javier, quien sigue imperturbable, está recargado en una pared mientras se come sus galletas. Deseo zarandearlo para que nos ayude de una puta vez.

Mi amigo se quita de la ventana al poco rato, hace sus cabellos hacia atrás y después sale despavorido de la habitación. Aidée va tras él, y yo me asomo por la entrada para ver qué es lo que ambos van a hacer ahora. Los dos se dirigen al final del pasillo, que es donde se encuentra la habitación que Tomás y yo compartíamos.

Tom sale del cuarto, tiene en manos un viejo bate de beisbol que se compró en un tianguis para jugar por las tardes, y este se encuentra lleno de sangre en la punta. El líquido carmesí está seco y me pertenece. Esa fue el arma asesina, lo que se estampó contra mi cabeza y me volvió un alma en pena que pronto descendería al infierno.

Es una ironía, porque yo, que soy la víctima, no quiero que se castigue al culpable. Por el contrario, él merece una indemnización debido a que le hice mucha mierda. Si yo pudiera, iría con el juez a decirle que se deje de chingaderas y que se enfoque en buscar a verdaderos criminales. Como Polo, quien se dedica a enganchar mocosos pendejos con drogas y luego los explota.

Volteo para ver a Javier, él continúa en su pose, tranquilo y ajeno a todo el drama que se está viviendo. Me mira como burlándose, y sé que lo hace porque este asunto no me afecta. Estoy muerto y no debería importarme lo que les pase a los vivos. Mis actos tienen consecuencias, pero estas ya no me van a llegar.

El timbre suena antes de que Tom y Aidée alcancen a escaparse con la evidencia de mi asesinato. Hago lo único que me queda, y le suplico a Javier con una seña para que nos ayude a salir de esta situación. Que, si bien ya no me afecta, tampoco deja de importarme lo que suceda. Aprieto los labios, junto las manos y cuando estoy a punto de hincarme de rodillas, Javier se mueve de su sitio.

La fosa a la orilla del río | DISPONIBLE EN FÍSICO| ✅ |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora