Capítulo 6: Mi vida sin mí

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Quizá, si me pongo a llorar ahora, alguien que esté vivo llegue a percibirlo y crear un mito con relación a mis llantos fantasmales

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Quizá, si me pongo a llorar ahora, alguien que esté vivo llegue a percibirlo y crear un mito con relación a mis llantos fantasmales. Sería chido espantar a alguien y que corriera la voz con que escuchó a un muerto, que incluso vio al espíritu ese y que ahora está maldito. Pero, ni siquiera por esa especulación me siento capaz de llorar con el mismo ritmo con el que lo hice esa vez camino a un orfanato.

Me canso de observar a Tom y Aidée besándose y haciendo planes de huida, no sé si estarán bien o no, sin embargo, el que me quede o no, no cambiará nada. Estoy muerto, mi existencia, pensamientos y aportaciones son ahora menos relevantes que antes. Les deseo suerte en su plan, quiero suplicarles por su perdón, pero les he hecho tanto daño que sería una vil burla.

Meto las manos dentro de los bolsillos de mis pantalones, doy media vuelta y comienzo a caminar sin rumbo. Soy un alma en pena cuyo destino es deambular y deambular por la eternidad, viendo a la vida que dejé avanzar sin mí. Es gracioso, porque le soy ahora tan irrelevante a mi existencia como lo era antes para la de los demás. Observo al cielo, está negro y solo es adornado por infinitas motas brillantes. Verga, hubiese sido chido que, al morirme, me transformara en una de esas, pero qué va, las muertes poéticas y destinos profundos no están hechos para mí.

Algunos coches pasan a mi lado, alumbran con sus faros el resto del camino y me permiten saber si estoy yendo en dirección al pueblo o, por el contrario, voy a la playa. Al no ser suficiente, ligeras gotas de llovizna comienzan a descender del cielo. Se avecina una tormenta, una fuerte que se encargará de hacer caer pelicanos y otras aves; que los matará para que otro par de pirados como Tom y yo vayan a quemar sus cadáveres. Me pregunto si las mariposas continúan devorándose mi carne, no las imagino lo suficientemente carroñeras, corren peligro si es que se quedan bajo esta lluvia torrencial.

Mi ropa empieza a empaparse, así como mis cabellos y rostro. Salto sobre un charco formado por un bache en la carretera y acabo ensuciándome por completo. Cierro los ojos y trato de ir atrás, bien, bien atrás, a ese momento en mi vida en el que era feliz y no lo sabía; escucho a la abuela diciéndome que soy un pendejo, que me va a agarrar una pulmonía y que ya me chingué la ropa, también su amenaza de dejarme afuera si no entraba a la cuenta de tres.

La fosa a la orilla del río | DISPONIBLE EN FÍSICO| ✅ |जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें