Capítulo 2: Bruja hierbatera

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Estoy muerto, como siempre quise estarlo, lo malo es que continúo teniendo consciencia de lo que sucede a mi alrededor

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Estoy muerto, como siempre quise estarlo, lo malo es que continúo teniendo consciencia de lo que sucede a mi alrededor. Esto le quita toda la gracia a morir. Incluso me siento estafado. Como cuando mi madre prometió comprarme una bicicleta por Día de Reyes y no hizo más que pedirle al hojalatero que le medio armara una con las piezas que le sobraban. El vehículo no me sirvió ni para una vuelta, pero debía conformarme con él porque era mejor a nada.

Por eso, ahora es preferible estar muerto y consciente, que vivo y consciente.

Cruzo los brazos y observo a los ojos asustados de mi cadáver, a su boca floja y sangre seca ensuciando su frente. Aidée dejó de picarme con esa vara para empezar a rodear el cuerpo y admirarlo con curiosidad. Lo que más me obnubila de todo esto no es que mi deseo se haya cumplido a medias, es que su enojo llegara al grado de volverla indiferente a mi muerte.

Creo que hasta la goza más que yo.

Aidée deja de escrutar el cadáver, mira a los lados para comprobarse que nadie esté cerca, no por el temor a que la acusen de haberme asesinado, esas son chingaderas que no quedan para mí. Cualquier persona que tenga una noción mínima de mi existencia, al enterarse de mi muerte, no acusaría a una muchacha recién salida de preparatoria como ella, lo primero que haría sería señalarme a mí mismo por estar metido en cosas turbias y de paso a mi madre, por no saber hacer su trabajo.

Las mariposas del espanto siguen acumulándose en mi cuerpo inerte, varias posándose en mi cabeza, una en mi nariz y la mayoría prefiere las manos sucias. Mientras tanto, Aidée se da media vuelta para encaminarse a la salida al pueblo, está empezando a atardecer y ella debe volver a casa. Suspiro largo, también giro y la sigo. No tengo nada mejor qué hacer y es preferible eso a quedarme a mirar como los insectos de mal agüero devoran mi cuerpo.

Regresamos a donde las copas de los árboles cubren gran parte del cielo, escucho a lo lejos al río y debajo de mis pies ya hay concreto —con baches y enlodado, pero lo hay—. Como es costumbre de Aidée, se detiene en varios matorrales y arbustos para arrancar alguna hoja y meterla dentro de su bolsillo. Suena como un absurdo, pero cuando hace eso rememoro a la quinceañera que ligué con un lirio azul del pantano.

La fosa a la orilla del río | DISPONIBLE EN FÍSICO| ✅ |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora