Capítulo 11: Adiós

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Ambos abrimos los ojos tanto como podemos. Siento el sudor frío bajar por mi frente, volteo y noto que las piernas de ella tiemblan. Emilio nos apunta con el arma, si nos dispara, no llamará la atención, ya que al lado los soldados aburridos no dejan de apretar sus gatillos solo por gusto.

—Si lo haces, irás a prisión por mi asesinato y también por el de Damián —menciona una nerviosa Aidée.

Estoy impresionado con su valentía. Creía que la conocía bien, pero siempre subestimé su verdadero coraje.

Emilio se queda estático por unos segundos, después mueve la mano y cambia su objetivo; apunta a su propia cabeza. Veo su extremidad temblar y como varias gotas de sudor bajan por su frente. Observo que Aidée abre la boca para decir algo, pero creo que los músculos de su lengua están tan tensos que no es capaz de darle forma a las palabras.

«No creo que Emilio lo haga. No lo hará. Es una trampa».

Sin embargo, no tardamos en estremecernos al escuchar otro disparo, esta vez más potente que los anteriores.

Emilio tuvo el mismo destino que Brisa.

No somos indiferentes a la muerte de Emilio, sin embargo, hay veces en las que nos vemos obligados a dejar de lado los sentimentalismos, congelar nuestras emociones y actuar con indiferencia ante la tragedia

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No somos indiferentes a la muerte de Emilio, sin embargo, hay veces en las que nos vemos obligados a dejar de lado los sentimentalismos, congelar nuestras emociones y actuar con indiferencia ante la tragedia.

Una vez Aidée salió del vahído que le provocó presenciar ese suicidio, comenzó a llorar, aunque no por eso perdió el objetivo de su misión. Se tragó sus traumas, ganas de vomitar la bilis y también el hartazgo. Se retiró de la oficina para ir de regreso a la habitación de Brisa y agarró el primer trapo que encontró a la vista. Cubrió sus manos con este, hurgó en los cajones del escritorio, evitando a toda costa acercarse al cadáver, y cogió de allí todo objeto de valor que pudiera servirle a ella y a Tom en un futuro.

Billetes variados, centenarios, un reloj de manecillas y un estuche de puros importados de quién sabe qué país europeo.

Yo solo observaba. Mis ojos se movían entre el chorro de sangre que salía de la sien de Emilio y toda la actividad que hacía mi exnovia. Le prestaba atención al ritmo de sus pasos ansiosos, a sus suspiros que ahogaban sus deseos de llorar y también a esa arcada que daba cada que recordaba que acababa de ver cómo alguien se voló los sesos. Aun si hubiera estado vivo, no sería capaz de ayudarle. Es demasiada información turbia para mí, es conocimiento que nunca debí haber adquirido. Ahora que sé la verdad, creo que menos que antes podré descansar tranquilo

La verdad no siempre hace bien, pero como somos tercos, a huevo la queremos.

Solo me moví cuando Aidée bajó las escaleras con premura. Decidí ir tras ella, ya que me había convertido en una especie de sombra para mi exnovia y Tomás. En la sala de estar no había actividad, creo que no pasó mucho tiempo, pero vaya, se sintió igual a una eternidad. Antes de salir para siempre de esa casa, ella se detuvo en el tazón en el que la familia suele dejar las llaves, buscó usando el trapo las de la camioneta de Emilio y las metió dentro de su chaqueta de Nylon.

La fosa a la orilla del río | DISPONIBLE EN FÍSICO| ✅ |Where stories live. Discover now