Le seguí hasta la cocina y me senté en uno de los taburetes mientras él hacía los cafés. Aún pasarían horas hasta que mi abuela llegara de su turno y estaríamos él y yo, solos. De repente fui consciente de ello y me sentí algo incómoda. Confiaba en Tom, era como un hermano para mí, pero había cambiado mucho en los últimos años. Podría decirse que había doblado su tamaño. No en altura, que también había crecido, sino de espaldas. Era casi un armario como se suele decir, y estaba lleno de músculos.

Músculos que se notaban a través de la camiseta de algodón que llevaba. Esa maldita camiseta gris. Debía tener cientos de ellas. ¿Acaso era como un uniforme?

—Siempre llevas una camiseta gris de manga larga, ¿por qué?

Tom se giró mientras la cafetera sonaba haciendo el primer café y alzó una ceja.

—De todas las preguntas que podrías querer hacerme, ¿me preguntas por mi forma de vestir? —dijo anonadado— tengo muchas camisetas grises, en la academia es lo que más llevábamos y además la manga larga me sirve para tapar esto.

Se arremangó un poco y pude ver una especie de tatuaje serpenteante alrededor de su brazo con pequeñas motas plateadas salpicadas en las esquinas... pero no formaban parte del dibujo del tatuaje... Acerqué la mano y toqué una de las motas, era de metal, como una especie de bolita incrustada en la piel.

—¿Qué es esto? —Arrugué el ceño—. ¿Por qué llevas este tatuaje? ¿Qué significa?

—Ves, esas son preguntas mucho más interesantes —dijo mientras ponía la segunda taza en la cafetera— los símbolos son griego antiguo... dicen cosas sobre protección y colaboración, de ti y de mí, del tándem que debemos formar cuando tu habilidad esté por fin en funcionamiento.

—¿Un tándem?

—Sí, tú tienes la habilidad y yo soy como una especie de batería para ti, si me tocas en alguna zona con metal podrás recargarte con mi energía. No funciona igual de bien que el artefacto, pero puede ayudarnos a salir de alguna ocasión fea.

—¿Una ocasión fea?

—No creas que el robo fue algo aislado. Tu artefacto es muy valioso y hay gente ahí fuera que hará lo que sea para quitártelo. Para obligarte a usar tu habilidad en beneficio propio.

De repente me acojoné. No había pensado las cosas hasta ese punto. Si alguien conocía mi habilidad y quería que yo la usara no tenía más que amenazar a mi abuela, a Tom, o a Pat para obligarme a hacer lo que quisiera.

—No pongas esa cara de susto pequeñaja, yo estoy aquí para protegerte. Para asegurarme que no te pase nada malo y para que, si ocurre, sepas defenderte.

—¿Me vas a enseñar artes marciales? —pregunté haciendo gestos con las manos como en las películas— ¿a patear culos?

—Te voy a enseñar a protegerte para que no tengas que patear culos.

Volví la mirada hacia el brazo tatuado de Tom, extendí mi mano y acaricié los símbolos y las pequeñas bonitas de metal incrustadas en su piel.

—¿Te dolió mucho? —dije al sentirle temblar bajo mi tacto— lo siento.

—No lo sientas, yo decidí el número de sensores que ponerme y lo grande del tatuaje. Fueron unas cuantas sesiones y en realidad no duele tanto. Los sensores... esos si fueron más dolorosos, pero mi cuerpo no los rechazó, que habría sido peor.

—¿Son de plata?

—Sí, para conducir mejor la electricidad y conseguir que puedas recargarte más rápido.

—¿Y qué pasa contigo cuando yo me recargo?

—Me debilito, mi energía no se carga como la tuya, yo soy una persona normal. Si tomas mi energía respiraré más lento y mi corazón irá más despacio, me moveré más lento y mi cerebro no podrá funcionar a toda su capacidad.

Me horroricé al pensar en Tom tan débil.

—Entonces nunca me recargaré contigo.

—Esa es la situación ideal pequeñaja, pero si llega el momento tienes que saber cómo, así que practicaremos. Ya están los cafés, vamos al salón.

Salió de la cocina con las dos tazas humeantes y le seguí. No se había bajado la manga y el tatuaje era algo hipnótico sobre su musculoso brazo.

—Puedo... ¿ver el tatuaje entero? —pregunté casi sin pensar en lo que estaba diciendo.

Tom dejó las tazas en la mesa del salón y se giró lentamente hacia mí. Se bajó la manga que tenía subida, cogió la camiseta por la parte de abajo con los brazos cruzados y se la quitó tirando hacia arriba de un solo movimiento.

Se me quedó la boca seca.

No solo por ver su pecho desnudo, que era como si alguien lo hubiera esculpido, todos aquellos músculos tan perfectamente colocados. Sino por cómo quedaba el tatuaje sobre ellos. Iba prácticamente desde la cara anterior de la muñeca de su brazo izquierdo serpenteando brazo arriba, rodeándolo, enroscándose en sus bíceps, hasta llegar a lo alto del hombro para luego bajar por su pecho y dibujar una especie de mosaico en él. Todo lleno de esas pequeñas bolitas de plata que debían haber dolido un montón.

Se giró un poco y pude ver que al igual que hacía en su pecho también recorría su omóplato hasta terminar en su nuca. En una pequeña bolita incrustada ahí mismo justo donde empezaba su pelo.

Di uno, dos, tres pasos hacia él y con mis manos recorrí los trazos del tatuaje, pensando en todo el dolor que había provocado mi simple existencia en Tom. Todo lo que tenía que haber soportado estos años por mí, para mí. Y no pude evitar derramar una lágrima.

Tom se giró con una mirada brillante que no supe descifrar. Me tomó la cara con su mano y utilizó su pulgar para borrar la lágrima que se me había escapado.

—No llores, por favor —me dijo— al tocarme con tantas emociones me traspasan y me las das a mí, vas a hacer que llore también y no puedo, soy un hombre hecho y derecho —bromeó sonriendo de medio lado al decir aquello.

—Siento que hayas sufrido tanto por mí. Estaré a la altura de lo que quieras enseñarme, te lo prometo. No habrá sido para nada.

Y con esa promesa sellé un futuro que no sabía que existía, que no podía llegar a ver venir, pero que se acercaba lenta e inexorablemente hacia mí como un tsunami, dispuesto a poner mi mundo patas arriba.

ArtefactoWhere stories live. Discover now