7. La no-cita

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El día siguiente en la facultad fue sumamente tedioso. Los compañeros de clase con los que Pat y yo habíamos hecho grupo para una presentación eran de lo más infantiles que podía haber en el mundo. Parecía que no habían madurado ni un ápice durante la carrera.

Después de varias peleas y de que dos casi se tiraran de los pelos porque tenían diferencias horarias irreconciliables quedamos la semana siguiente por la mañana para terminar el dichoso trabajo de marras. Al final nos habíamos dividido las partes que había que hacer, aunque Pat y yo íbamos a hacer las nuestras juntas, y solo necesitábamos juntarnos al final para asegurarnos de que nos gustaba a todos cómo quedaba antes de presentar.

Se nos había ido de las manos la discusión ya había empezado la siguiente clase, pero me daba apuro entrar a la mitad. Era de las pocas clases que tenía la puerta al lado de la mesa del profesor y había que pasar por delante de todo el mundo para sentarse en algún lugar. Así que finalmente me la salté y me fui directa al hospital para ver si podía avanzar con el tema de meter datos un rato por la mañana antes de quedar a comer con Daniel.

Se lo comenté a mi tutor y le pareció estupendo siempre y cuando cumpliera con la cuota de datos que teníamos que enviar a los del estudio. Perfecto, así podía intentar avanzar con los datos todo lo posible e intentar ganar un poco más que los 500€ al mes que me habían propuesto.

Cuando llevaba poco menos de la mitad de los datos del día introducidos llegó la hora de comer. Dejé todo pausado y avisé que me iba pero que volvería en un rato. A todo el mundo le pareció fantástico y ni siquiera levantaron la cabeza de delante de sus pantallas para decirme hasta luego.

Esta vez me encontré con Daniel en los tornos de la puerta principal, antes de salir del hospital, que a esas horas aún estaban abiertos. Sus ojos azules brillaron al cruzarse con los míos y sentí cómo se me ponía una sonrisa en la cara. Verle me hacía sentir bien.

—¡Hola! ¿Qué tal? —pregunté.

—Pues todo sigue igual, salvo que hoy comemos juntos. En vez de ir a la hamburguesería ¿vamos mejor al sitio de los bocadillos?

—Por mi perfecto —no tenía ningún problema con comer una cosa u otra.

—Y tú ¿Qué tal? ¿Igual que ayer?

—Jajaja... —reí mientras pensaba en el colgante y mi abuela y yo dándonos cojinazos— pues me han dejado hacer algunas horas antes de comer así que tendré terminado mi cupo de datos antes de lo previsto y podré irme pronto a casa.

—Que genial, yo pasaré aquí toda la tarde aburrido con Sara parloteando sobre su pelo.

—¿Qué pasa con el pelo?

—Se lo va a cortar porque le han avisado que con la quimio se le va a caer pero a la vez no quiere cortárselo. Es muy orgullosa. Es solo pelo.

Me quedé pensando por un momento en Sara y su pelo, en mí y el mío.

—No creo que sea cosa de vanidad. Probablemente esté triste e insegura ante tanto cambio y la falta de pelo hará que todos la miren diferente y dudo que ella quiera eso.

Daniel permaneció callado unos instantes mientras avanzábamos hacia la tienda de los bocadillos. Se paró de repente, puso sus manos sobre mis hombros y mirándome fijamente a los ojos me dijo:

—Gracias, no lo había considerado así.

—No hay de qué —contesté sintiendo como el calor de sus manos desaparecía al soltarme.

Seguimos caminando en silencio, hicimos la cola y cada uno hizo su pedido y pagó por su parte. «Esto hace evidente que no es una cita» me dije a mi misma. Simplemente daba la casualidad de que los dos teníamos que pasar allí el rato y nos habíamos caído bien. No sabía si sentirme decepcionada o tranquila al respecto. Mientras le daba vueltas buscamos un sitio algo apartado para poder hablar con cierta intimidad. Encontramos una mesa en una esquina y nos sentamos.

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