16. El tatuaje

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Sara no estaba de humor aquel día así que comimos Daniel y yo a solas. Lo cual fue malo por un lado porque quería probar mi habilidad y bueno porque disfruté de la compañía de Daniel.

Él pareció un poco ausente durante la comida, mirando mucho el teléfono y contestando mensajes. Jamás se había comportado así comiendo conmigo y cuando le pregunté si era algo importante solo contestó «Sara». Así que dejé que aquella comida transcurriera más entre silencios que palabras.

Tras el rato compartido con Daniel y su teléfono, me fui al centro de datos y me dispuse a trabajar. Tenía que dejar de pensar en él y concentrarme en lo que estaba haciendo para salir lo más pronto posible y acribillar a Tom a preguntas para ver qué sabía de todo esto de la habilidad y el colgante.

Antes de que me diera cuenta había terminado con lo que tenía que hacer, gracias al enfado y a la cabezonería por terminar cuanto antes, si le pusiera ese mismo empeño a cada cosa que hacía no habría quien me parase. Cogí el coche y fui hacia casa haciéndome una lista mental de preguntas que quería que Tom me respondiera.

Pasé por casa primero para ordenar un poco mi habitación y coger ropa limpia para el día siguiente. Al estar quedándonos a dormir en casa de Tom tenía que ir haciendo paseos para recoger cosas de primera necesidad como... bragas limpias.

Sentí un escalofrío mientras sacaba un par de camisetas del cajón, como si no estuviera sola en casa. Me giré rápidamente y no vi nada. Quizás simplemente era mi imaginación gastándome una mala broma. El robo había sido demasiado para mí, me había dejado con una sensación de inseguridad muy grande, aunque hubiéramos cambiado la cerradura de la puerta y puesto cerrojos especiales en las ventanas. De lo cual se encargó Tom, cosa que le agradecía encarecidamente porque no podíamos permitirnos pagar a un cerrajero.

Cuando subí a casa de Tom él estaba en el estudio con la puerta entreabierta. Llamé con un par de golpecitos por si estuviera haciendo algo importante. Sabía que trabajaba aunque no sabía en qué exactamente y tampoco era plan de interrumpir así porque sí, aunque seguro que me había oído entrar.

—Ahora salgo, dame un minuto —escuché que me decía desde dentro.

—Vale —contesté y fui a dejar las cosas en la habitación de matrimonio que se había convertido en la de mi abuela y mía.

La casa de Tom era exactamente igual que la nuestra pero espejada, aunque por dentro no se parecía en nada, la habían remodelado mientras sus padres vivían en ella y estaba más nueva. El suelo de tarima era calentito y se podía andar descalza sin helarse los pies, no como en la nuestra que era de baldosas y te congelabas a la mínima.

—¿Estás lista? —dijo una voz de repente en la puerta de la habitación.

Pegué tal respingo que podía haberme subido saltando encima del armario, pero era Tom simplemente.

—¡Joder, que susto me has dado! —le grité.

—Esa boca señorita —me regañó poniendo cara seria y diciendo no con el dedo de una mano— ¿qué modales te han enseñado mientras yo no estaba?

—Disculpe caballero —contesté con retintín— como si tu boca estuviera más limpia.

—Me lavo los dientes tres veces al día por lo menos —dijo y sonrió ampliamente.

Tenía una sonrisa preciosa. De esas que te hacen sonreír a ti también aunque no sepas muy bien por qué, de las que se contagian porque la felicidad se escurre en el aire y te llega. Me reí.

—Idiota.

—Anda ven a la cocina, nos hacemos un café y hablamos, ¿te parece?

—Perfecto.

ArtefactoWhere stories live. Discover now