23. El regalo

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Sonó el timbre sacándonos de la burbuja en la que estábamos. Era muy tarde para que alguien llamara a casa. Ambos nos separamos extrañados y nos miramos con la misma pregunta en mente. Tom se levantó del sofá con cuidado dejándome a un lado con la manta y se acercó a la puerta de casa. Echó un vistazo por la mirilla y acto seguido abrió la puerta.

Me levanté del sofá y me asomé por detrás de él para ver quién era pero no vi a nadie. Tom dio un paso hacia afuera y vi como se tropezaba con algo en la oscuridad. Se agachó y entró con una caja de cartón.

—¿Y eso? —pregunté con el ceño fruncido.

—Parece que nos ha llegado un paquete... —dijo en voz baja, como dudando.

Dejó la caja con cuidado sobre la mesa del salón y la miró alejándose un paso como intentando adquirir perspectiva.

—No lleva dirección ni nada... ninguna etiqueta.

Nada más decirlo me di cuenta de que era cierto. Observé minuciosamente la caja de cartón y no vi nada, ni siquiera un logotipo de la compañía de mensajería.

—¿Quién la ha dejado? —pregunté a Tom.

—No lo sé. Cuando he salido al rellano no había nadie y estaba todo oscuro. No se oían pisadas ni nada tampoco.

—Es extraño —comenté—, han debido dejarla a oscuras porque si no estaría la luz del descansillo encendida.

Tom me miró con un deje de incredulidad, como si hubiera dicho algo de lo que él no se había dado cuenta. Yo también podía ser observadora.

Le vi pegar la oreja a la caja como intentando detectar algún ruido que proviniera de su interior. Pero al cabo de unos instantes se volvió a erguir mirando la caja con desconfianza.

—¿La abrimos? —pregunté.

Tom soltó un suspiro que me dejó ver que no quería hacerlo realmente pero sabía que debía. Fue a la cocina a por un cuchillo de sierra para ayudarse y en unos segundos ya estaba abierta. Me acerqué a él lenta y silenciosamente para mirar mientras desplegaba las tapas.

Me llevé las manos a la boca para ahogar el grito de espanto que me produjo la visión del interior. Dentro había algún tipo de animal pequeño chamuscado. Como si lo hubieran dejado a medio quemar. El olor inundó la habitación como si saliera en volutas de la caja. Tom la volvió a cerrar.

—Vete a tu habitación —dijo seriamente sin mirarme.

Yo no podía moverme. En ese momento recordé la pesadilla del día anterior en la que seguí las pisadas de alguien hasta una hoguera en la que acababa cayendo. Ese animal estaba muerto. Nos habían enviado un animal quemado.

—Crees... ¿crees que es un mensaje para nosotros? —dije en voz alta sin hacer caso de sus indicaciones.

Tom se giró dejando la caja a un lado, poniendo su mano sobre ella para que no se abriera.

—Esther... por favor, vete a tu habitación —dijo arrastrando las palabras, como si estuviera muy cansado de repente.

—Pero... —fruncí el ceño, no entendía la intención de Tom.

—Sin peros. Hazme caso por una vez, por favor —me miró suplicante.

—Te esperaré en tu habitación para que te deshagas de esa caja y luego me cuentes qué es lo que te está pasando por la cabeza y por qué quieres que me aleje.

Me giré sin esperar a que Tom contestara y me fui a sentarme sobre su cama cogiendo uno de los almohadones y poniéndolo en mi regazo. La visión del animal medio quemado me partía el corazón. Habían torturado a un animal para utilizarlo probablemente como un mensaje para nosotros. Estaba convencida de ello, debía tratarse de alguna estratagema para intimidarnos. No necesitaba que Tom me lo dijera para pensarlo por mí misma. ¿Habrían sido los ladrones? En ese caso sabían que nos quedábamos en casa de Tom, el lugar ya no era tan seguro como pensábamos.

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