12 † SQUISITO DOLORE

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Los minutos pasaron y junto a ellos las horas, pero aun así la oscuridad espeluznante no abandonó el cielo de Palermo aquella noche.  La tormenta nuevamente no se hizo esperar y llegué a cuestionarme si aquel clima caótico no era una advertencia del destino, una amenaza silenciosa para recordarme que debía tener más cuidado en cada paso que me atrevía a dar.   

A pesar de tener mi objetivo más claro que nunca, debía reconocer que los roces curiosos con los hombres Vitale habían transformado mi cruzada. El sabor a cacería parecía cada vez más convertirse en un juego de busca y encuentra, entre más huyeran de mí más crecería mi ansia por encontrarlos y acabar con ellos. 

Todos los sucesos que habían tenido lugar en mi vida aquellos días hacían difícil asimilar que tan solo llevaba cuatro puestas del sol de la ciudad del pecado. Cuatro días habían sido suficientes para desestabilizar los cimientos de La Cosa Nostra, porque la clave para ganar aquella guerra no era cuestión de cuantos golpes se dieran sino que tan estratégicos resultaban estos.  Siempre había sido un factor elemental tanto para Eliot como para mí que en terreno italiano no debíamos trabajar duro, sino inteligente. 

Era consciente del hecho de que aquella jugada engatusadora de atraer a las presas a las puertas de la cueva del cazador de manera tan precipitada era algo difícil de interpretar, pero todo tenía un sentido y mientras mi presencia tirara de todos los hilos en Italia cada acción tendría un objetivo. No era momento de dejar cosas al azar, doce días eran los destinados para que todo llegara a su fin y la carrera inevitable con el tiempo lograba ponerme nerviosa. Un tic tac de ciclo infinito se repetía en mi mente una y otra vez. 

Una ráfaga de viento abrió la ventana del estudio estrepitosamente, las puertas francesas de madera de la entrada se abrieron de par en par golpeando las paredes y causando un estruendo en toda la hacienda.  El cuervo de aquella mañana se encontraba ahora parado encima de la esquina del escritorio, sus ojos negros me miraban fijamente retadores. Y por alguna razón que aún desconozco mi reacción involuntaria fue acercarme a él, como una polilla a luz, pero en este caso una víbora a la oscuridad. 

No pude dar más de un paso porque el animal soltó un graznido grotesco tan pronto como sintió mi intención y desapareció nuevamente tan rápido como hizo presencia.  Encima de la madera blanca del escritorio quedó una marca roja con la forma de sus patas, una mancha de algo que parecía sangre. 

Vannesa. El nombre hizo eco en el aire y rebotó en todas las paredes de la casa al mismo tiempo que un relámpago cegador se encargó de iluminar esta. Los restos de la voz se mezclaban con el ruido de la lluvia y una sonrisa escapó de mi boca al saber que el juego había comenzado nuevamente. 

 Habían venido, claro que lo habían hecho. Tarde o temprano todos terminaban cediendo de alguna forma. 

¿Por qué no me sorprende su actitud infantil? La voz del mayor de los gemelos llegó hasta mis oídos y la molestia que ella reflejaba logró convertir la situación en algo más interesante. 

Dejé adrede salir una risa más fuerte de lo que se puede considerar natural, la noche estaba especialmente encantadora y era momento de probar si los gemelos eran capaces de sortear su camino a través de las sombras. 

 La electricidad había sido apagada a propósito y la puerta, como había sido ordenado, se encontraba abierta para recibir a los Vitale.  Daba la ilusión de ser una cueva abierta al peligro, una casa embrujada demasiado tentadora como para ser rechazada. 

Vannesa. Esta vez la voz de ángel tenía un tono más lúgubre, más serio. Si algo había podido percibir esos cuatro día rodeada por la casta italiana era que por alguna explicación desconocida los gemelos no se comportaban igual cuando se encobraban solos a cuando estaban el uno con el otro. 

Angelical InfernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora