01 † NUOVO INFERNO

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El aire gélido de aquella tarde congelaba mis huesos hasta el punto donde el dolor era casi insoportable. Sin embargo, mi organismo respiraba lento con el fin de mantener mi mente concentrada, tratando de conservar la perfecta sincronía entre mi alma y mi cuerpo. Mis manos no temblaban por el frío, mis músculos no estaban contraídos y mi cuerpo no estaba a la defensiva.

Frente a mí el ataúd bajaba lentamente y aún así mi corazón no se inmutó en acelerarse ni por un latido. Ninguna lagrima resbaló por mis mejillas aquella tarde. Simplemente estaba ahí, erguida como un ente a la espera de que aquel ritual llegara a su fin. Por mí, no por ella.

Una vez tocó el suelo no pasó mucho tiempo para que se incendiara en llamas. El fuego ardió sin prisa, llevándose consigo todo a su paso. Los gritos de sufrimiento y piedad se mezclaban con el silencio. Podía sentir como el calor que emanaba del hueco en el suelo impactaba mi cuerpo como una oleada de tranquilidad. Porqué a final de cuentas eso era todo lo que lograba sentir en aquel momento. Tranquilidad.

No me moví de aquel lugar hasta cerciorarme de que todo estuviera reducido a cenizas. Vi arder aquella llama feroz por una larga hora sin parar. No podía permitirme apartar la mirada de tan morboso espectáculo.

Cuando la llama perdió su fuerza supe que todo estaba terminado. Ya no tenía sentido mi presencia en aquel lugar. Pero antes de dar vuelta y marcharme di unos cuantos pasos al frente, para llegar justo al borde. Contemplé un segundo el polvo grisáceo que quedaba en el fondo de aquel agujero y por unos segundos me mantuve en silencio. Como un gesto de respeto por quien se había ido ese día, y por todo lo que se había llevado a la tumba consigo.

Con los ojos cerrados y con una serenidad absoluta exclamé casi como un susurro

Polvo eres y en polvo te convertirás.

Y me di la vuelta y caminé. Caminé sin mirar atrás ni un solo segundo, por qué no había nada que me importase ya detrás de mí.

Eliot se encontraba a unos cinco metro de mí, en silencio.

Todo en Eliot llegaba a resultar llamativo de manera casi hipnótica. Era ese tipo de hombre que miras una vez y sabes que no es tu tipo, sabes que no te conviene. Pero por alguna razón que nunca llegas a comprender no puedes dejar de mirar.

Mi parte favorita de Eliot siempre ha sido cómo sus labios se tiñen de un color naranja durazno, que combinan extrañamente bien con su tez bronceada. Las facciones de su rostro eran fuertes. Sus rasgos se resaltaban siempre por la marcada línea del borde inferior de su mandíbula, que era llamativa por si sola debajo de la barba corta algo descuidada que él insistía en mantener.

Sus ojos eran grandes, sobre-expresivos y grises con un matiz algo azulado. Además siempre que sonreía se formaban unos pliegues tiernos alrededor de sus ojos y estos se cerraban dándole un aura de ternura. Probablemente eso sería lo más llamativo de él si no fuera por su melena. Por qué si existía algo en la tierra por lo que Eliot se preocupara más que por mí, eso era su cabello. Este llegaba casi hasta sus hombros, tenía siempre unas ondas suaves naturales y un color café caramelo con sutiles visos dorados.

Además tenía una pequeña peca unos centímetros al lado de su ojo izquierdo y otras aún más pequeñas cerca de la comisura inferior de su boca. Le daba una mezcla de inocencia y provocación. Esos son pequeños detalles en los que llegas a fijarte después de haber pasado toda una vida junto a alguien.

Esquivé su mirada y pasé junto a él sin dirigirle la palabra. El solo se limitó a seguirme en silencio. Sabía con seguridad que él estaba aún más tranquilo que yo con aquella situación. Ambos sabíamos que era algo necesario para poder seguir adelante con nuestras vidas.

Angelical InfernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora