07 † BESTIE PROIBITE

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Observarlo era mi placer culposo. Había aprendido recientemente que para mí él estaba prohibido, y por alguna extraña razón eso solo conseguía que lo encontrara aún más fascinante. 

Entre más tiempo permanecemos en este país, más dudo de tu capacidad para mantener controladas a las bestias. 

Muchas cosas pasaron por mi mente al escuchar las quejas de Eliot. Por un lado estaba el hecho de que mi primo parecía olvidar que nosotros éramos tan bestiales como ellos, tal vez hasta más. Por otro lado estaba el sofocante tono posesivo y las maliciosas intenciones que hacían brotar las palabras de su boca. 

Sabes que odio hacer comentarios sin fundamentos primo, pero permíteme preguntar si son celos lo que escucho detrás de tus acusaciones.  fracasé en ocultar la risa que bañaba mis palabras. 

Eliot me miró irritado y podía jurar que su rabia se mezclaba con un ápice de vergüenza. Sin embargo, se mantuvo inmóvil recostando su espalda en el respaldo de la silla.  Aun así sentía como la frustración emanaba de su cuerpo. Me gustaba ver como hasta el más mínimo movimiento de mi parte lograba causar un terremoto de emociones en él. Pobre bestia. 

Pensaba que lo tuyo era no perder el tiempo princesa, ¿desde cuándo haces preguntas de las cuales ya conoces las respuestas?

Touché, Eliot tenía un punto. Pero cuando se trataba de verlo sofocarse en un torbellino de sentimientos contradictorios, todo valía la pena. Desde pequeña mi pasatiempo favorito siempre había sido provocarlo y ver como sus ojos grises se tornaban oscuros. Eliot era un hombre fuerte, de eso no cabía duda, pero cuando se trataba de mí él se convertía en la criatura más vulnerable de la tierra. Y era justo su vulnerabilidad selectiva una de las cualidades que lo convertían en mi juego favorito. 

Tienes razón, ya sé la respuesta. Pero debo confesarte que prefiero escucharla salir de tus labios. Hablé casi en un susurro, las palabras salían de mi boca escurridizas y envueltas en una falsa timidez. 

Caminé hasta el gran ventanal de vidrio y me recosté sobre él. La oficina de Eliot era probablemente mi lugar favorito de toda la hacienda. Era extremadamente minimalista;  un escritorio negro, un librero negro y un sillón diván negro eran lo único que adornaba la habitación. Eso además de la pintura en tonos oscuros del mapa del infierno de Dante Alighieri que colgaba majestuosa de la pared blanca. 

Pero el detalle más divertido de aquel espacio era el impresionante ventanal de vidrio que hacía de cuarta pared. Daba una vista completa de pies a cabeza al viñedo principal y permitía que la luz del sol abrazara con todo lo que se encontrara a su paso dentro de aquella habitación. Y más importante aun, le ponía los nervios de punta a Eliot. 

Ambos sabíamos que el cristal era lo suficientemente resistente para aguantar el peso de un ejército, pero aun así el corazón de mi primo siempre se detenía con pánico cada vez que me recostaba en aquella pared de aire. Mentiría al decir que no estaba obsesionada con la preocupación en sus ojos, se sentía como el maldito paraíso saber que tenía a alguien que daría la vida por mí siempre.

Nessa, ¿cuántas veces es necesario que te repita lo mismo para que lo entiendas? Eliot se enderezó y giró suavemente en su silla para dar espaldas a su escritorio y encararme. No pude contener la risa picará que se escabulló de mis labios. 

Su cabello miel se encontraba atado en un desordenado intento por ser contenido. Tenía una camisa blanca desabotonada hasta la mitad de su torso que me permitía tener una buena vista de su pecho desnudo lleno de pequeñas pecas. Su ceño fruncido enmarcaba su rostro y sus ojos grises me miraban acusadores. 

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