Capítulo 8

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A la mañana siguiente se despertó enredada en el cuerpo de su chico, le encantaba la sensación de madrugar abrazada a él.

No quiso despertarlo, y lo observó durante un buen rato. Era un hombre tierno y duro a la vez, muy dominante, pero a pesar de su carácter no la coaccionaba; al contrario, le daba libertad para pensar y realizarse como persona.

―Buenos días, chica de cristal. ― Abrió los ojos medio adormilado.

―Buen día, tipo duro―. Le dio un beso que calentó sus cuerpos, pero esta vez desataron la pasión bajo el agua caliente de la ducha entre juegos y caricias.

Lucía se estaba adaptando bien al club, esta nueva vida le fascinaba y más caminar al lado de Dante. Le daba gracias al destino por haberse cruzado con él, solo tenía ojos para su hombre peligroso y tierno. Tenía el nombre en sus labios a todas horas del día y lo mejor de todo que estos eran correspondidos con besos.

Se estaban preparando para salir a la calle, Dante tenía trabajo en el taller. El teléfono móvil de su chico que se encontraba en la isla de la cocina sonó y Lucía lo cogió pues este estaba en el baño terminando de asearse.

―Dante, mueve tu puto culo al taller. Tenemos reunión, el Indio ha puesto precio a tu cabeza, ten cuidado en el trayecto.

Lucía colgó temblando y con un nudo en la garganta que la ahogaba, las lágrimas estaban a punto de salir, aunque intentaba sin éxito contenerlas. En ese momento apareció Dante vestido y con las llaves de la moto en la mano, la encontró gimoteando en el salón y se preocupó.

―Nena, ¿qué sucede? ― La abrazó para calmar su sufrimiento.

―Te ha llamado Rocky, el Indio ha puesto precio a tu cabeza―habló con la voz quebrada.

― ¿Por eso estás llorando? ― Lucía asintió―. No te preocupes, no me pasará nada.

―No eres inmortal, sangras al igual que todos. ― Se apartó de su abrazo molesta―. Te van a matar Dante, no puedes morirte, ¡te lo prohíbo! ― gritó tapándose la cara. Este la cogió por las muñecas.

― ¿Por qué? ―preguntó sin mostrar emoción.

― ¡No lo entiendes todavía! Este sufre por ti. ― Se tocó el corazón―. No sé qué me has hecho y tampoco entiendo esto que me provocas

― ¿Qué te provoco? ―preguntó con la voz oscura.

―No sé explicarlo ―Lucía se tiró a su cuello y lo besó con toda la pasión que conocía. ― Dante

―Tranquila, soy difícil de matar―. Hundió su cara en el hueco de su cuello y aspiró su aroma.

Lucía tenía los nervios crispados, intentaba confiar en sus palabras, pero era difícil después de ver con sus propios ojos cómo se las gastaba el club de los Mohicanos. Condujeron con dirección al taller de motos, Dante iba atento a la carretera no quería sorpresas. El semáforo se puso en verde y al arrancar la moto, de la nada, salió un coche que la embistió. Lucía salió disparada al asfalto y rodó varios metros hasta que chocó con la acera. Dante se deslizó varios metros sujetos a la moto, no había podido soltarse, la pernera se le había enganchado en el chasis. Quedó tendido inconsciente en el suelo.

Lucía abrió los ojos y vio varias motos rodeándolo, no podía mover un músculo. Se fijo en las chupas, llevaban el emblema de los Mohicanos y tras varios minutos se alejaron del sitio y se llevaron con ellos a Dante. Solo quedó la moto.

Se tumbó bocarriba y gritó con todas sus fuerzas mirando al cielo, su peor miedo se había hecho realidad. Arrastró su cuerpo hasta una farola y con las pocas fuerzas que le quedaban se alzó, tenía sangre en la frente y varias contusiones, pero nada grave. Caminó cojeando hasta la moto, pesaba una barbaridad para ella. Lo intentó, pero no pudo. De la misma rabia le dio una patada haciéndose daño en el intento. Se cayó al suelo sujetándose el pie y vio algo que la podía ayudar, la pistola de Dante estaba en el suelo. Jamás había usado una, pero la utilizaría para pedir ayuda.

Justo en ese momento pasó un coche y lo paró con el arma apuntando al vehículo y con la cara llena de lágrimas. El conductor se detuvo asustado, Lucía aporreó la ventanilla gritando que saliera del coche. Este lo hizo con las manos alzadas y se retiró unos centímetros temiendo que disparara el arma, pero no lo hizo. Lo único que quería era el coche para llegar al taller e informar a los chicos de lo sucedido. Se montó y arrancó dejando en el asiento del copiloto la pistola.

Llegó y aparcó justo en la entrada de mala manera. Se apeó como pudo y llamando la atención de todo el mundo. Físicamente estaba lamentable. Carla al verla salió en su busca y la ayudó a sentarse encima de una pila de neumáticos, con la mirada buscó a Dante y al no verlo se asustó.

― ¿Dónde está Dante? ―preguntó temiendo la respuesta.

―Ha sido una emboscada, un coche nos arrolló en un cruce y salimos disparados después―rompió a llorar.

― ¿Después que! ―evocó Rocky negando con la cabeza, no quería creer que su presidente estuviera muerto.

―Los Mohicanos vinieron y se lo llevaron, no sé si está muerto o solo inconsciente, no se movía.

El vicepresidente reunió a los hombres, irían de caza y traerían de una pieza a Dante. El club tuvo una reunión de emergencia y planearon asaltar a los Mohicanos a bocajarro y a machete en mano.

Carla llevó a Lucía a la enfermería que tenían improvisada, allí intentó curar sus heridas, pero esta no se lo permitió. Tenía otras cosas más importantes de qué preocuparse y no era precisamente ella misma.

―Lucía, cálmate, hay que desinfectar las heridas―intentó darle con la gasa, pero esta la apartó de un golpe.

―No puedo, tengo que ir a buscar a Dante. ¡Lo van a matar!

―No puedes hacer nada, eres una mujer. Estos asuntos son ―no la dejó terminar.

―Cosas del club, ya lo sé.

Se miró al espejo y ella misma limpió sus heridas y las desinfectó. Se reunió con las chicas en el bar, todas estaban preocupadas y en silencio. No solo los Mohicanos tenían a Dante, sino que muchos de sus hombres irían a rescatarlo jugándose la vida. Tenía claro una cosa, que alguien pagaría con su vida la ira de los Mohicanos.

Carla le trajo un vaso de vodka y dejó la botella al lado para que se sirviera las veces que quisiera, todas tenían un nudo de nervios en el estómago. Entre trago y trago se acordó de algo que podía ayudar en todo aquel asunto. Lo vio claro y se excusó con las chicas diciendo que necesitaba ir al baño.

La noche cubría con su velo la ciudad, los chicos se acababan de ir a por refuerzos. Les iban a pedir a los Ángeles del Infierno ayuda, estos eran hermanos y tenían muy buena relación con la hermandad. Nadie podría impedir que intentara ayudar a su chico sin que se derramara sangre. Fue directa al coche que había robado, pero una voz la interrumpió.

―Diga lo que diga, no me vas a hacer caso, ¿cierto? ―preguntó Carla que le había seguido.

―Cierto. El día que me crucé con él en el Atalaya, sin conocerme me dio lo más preciado para un miembro del club, su chupa con el emblema. Me salvó de que aquellos brutos me tocaran; sin importarle que me acababa de reclamar como suya para protegerme. Ahora me toca a mí salvarlo a él. Dante ha hecho más que darme un simple chaleco.

―De acuerdo, solo espero que sepas lo que haces. ― Se acercó a ella y le quitó el móvil para apuntar su número de teléfono―. Si me necesitas no dudes en llamarme.

Lucía se subió al coche y arrancó, su primera parada sería ir en busca de Raúl, necesitaba entrar en el Séptimo Cielo y sabía que aquel local era exclusivo en miembros, por suerte su exnovio era cliente habitual.

Dante, bajo mis dominiosWhere stories live. Discover now