Capítulo 3

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Una voz de mujer despertó a Lucía. Esta que estaba tan relajada y calentita debajo del edredón se desperezó llenando toda la cama con sus extremidades. Se dio cuenta de que se encontraba sola, el lobo feroz había madrugado y la había dejado descansar sin molestarla. Abrazó la almohada oliendo ―sin percatarse de lo que hacía―, hasta que se paró a pensar y la soltó sentándose en el colchón un poco desconcertada. No entendía qué le pasaba con el aroma de aquel bruto, pero era adictivo.

Un poco cohibida por aquella voz de mujer se quedó de pie en mitad de la habitación sin saber muy bien qué hacer: si salir y saludar o tirarse por la ventana. La segunda opción no era viable, así que se armó de valor y salió para enfrentarse un día más a Dante y a su mundo complejo. Encontró en la cocina a una mujer madura vestida de pies a cabeza de cuero y charlando animadamente con su pesadilla. Aquella señora levantó la vista y la pilló infraganti observándolos.

―Buenos días, bella durmiente, estaba deseando conocer a la chica de Dante. ― Se acercó a Lucía y le dio dos besos―. Soy Carla, la mujer de Rocky. Su segundo al mando.

―Es un placer, me llamo Lucía.

―Eh, chica de cristal, siéntate y desayuna. Por tu bien, no me cuestiones―. Intervino Dante recogiendo los platos del desayuno.

Lucía se sentó en la isla de la cocina, obedeció pues no tenía ganas de discutir con él y menos delante de aquella desconocida. Dante le sirvió café, zumo y una tostada de mantequilla y mermelada. Lo agradeció, estaba muerta de hambre.

Carla se acercó con una bolsa negra de viaje y se la entregó con una sonrisa. La abrió y vio que el contenido era ropa, pero no una cualquiera, sino de motera. Sacó el pantalón negro de cuero y una camisa a cuadros con tonos burdeos y negros. También había ropa interior negra de encaje.

―Dante me dijo que físicamente eras delgada, creo que te estará bien. Bueno, tengo que irme, nos vemos luego en el taller―Carla se despidió con dos besos y se marchó.

―Gracias―miró a Dante agradecida.

―No olvides ponerte mi chupa siempre que salgamos de casa, entendido. Es muy importante que la gente de nuestra calaña te veo con ella, así sabrán que eres la mujer del presidente de los Atalaya. Es la única manera de protegerte.

―No lo olvidaré, descuida.

Justo en ese momento el teléfono móvil de Lucía sonó dentro de su bolso. Este frunció el ceño y fue a la silla del comedor a buscar el aparato. Lo sacó y vio que en la pantalla ponía Raúl. Miró a la chica extrañado y sin pedirle permiso colgó.

― ¿Quién es Raúl?

―Mi novio, bueno mi expareja. Él todavía no lo sabe.

― ¿Me puedes explicar ese rollo? ¿Cómo que no lo sabe?

―Verás ―De repente, Lucía, se puso a llorar descargando todo su estrés―. Ayer por la noche lo seguí hasta el Club Séptimo Cielo porque sospechaba que me era infiel y no me equivoqué. Y fue cuando decidí regresar a casa a por mis cosas y desaparecer de su vida, pero vi tu local, el Atalaya y solo quise tomarme una copa, el cuerpo me lo pedía. No sabía que era un club privado de moteros.

Dante la observó sintiéndose culpable, a Lucía le habían roto el corazón y él le había complicado más la existencia. Sin mediar palabra se levantó del taburete y fue a un armario de la cocina, sacó una botella de whisky y sirvió un chupito.

―Aquí tienes tu copa, te sentará bien. Venga, adelante. ― La animó a beber. Esta cogió el vaso gimoteando y se lo tomó de una sola sentada. La garganta le ardía, pero le daba igual―. Ahora, chica de cristal, estás bajo mis dominios y eres mía.

El teléfono volvió a sonar, de nuevo era Raúl. Esta vez descolgó sin darle tiempo a reaccionar al tipejo infiel.

―Mira gilipollas, Lucía te ha dejado por ser un putero y ahora está conmigo. Lo entiendes, es mía.

―¿Quién cojones eres tú! ―vociferó Raúl al otro lado de la línea. Hasta ella lo escuchó.

―Yo soy el hombre que la hará temblar de pasión. Te lo advierto, si intentas molestarla te partiré las piernas―. Colgó.

Sostuvo el móvil en la palma de la mano trazando un plan en su cabeza por si llegaba el momento de actuar contra el ex de su chica. No supo muy bien de donde vino ese sentimiento, pero le dio una punzada de celos de que otro hombre hubiese probado su mercancía. Estrelló el teléfono contra la pared destrozándolo en el impacto.

― ¡Vístete! ―Fue una orden clara.

Lucía saltó del taburete y fue corriendo al cuarto de baño a cambiarse de ropa. Una vez vestida se quedó mirando su reflejo en el espejo, los colores subieron a sus mejillas. Sintió mucha vergüenza al verse, cada curva de su cuerpo resaltaba en ese tejido tan ceñido. Apoyó la espalda contra la pared y resbaló hasta sentarse en el suelo, metió la cabeza entre sus piernas para tranquilizarse. Toda aquella situación la estaba superando. Unos golpes en la puerta la sobresaltaron.

―Chica de cristal, tengo que ir a trabajar. ¿Se puede saber qué cojones haces?

―No pienso salir a la calle vestida así, parezco una cualquiera. ¡Me niego! ―protestó, estaba muy harta de obedecer como una perra.

―Voy a contar hasta tres, sino sales entraré a por ti y no te va a gustar lo que te voy a hacer. Uno

Lucía se levantó del suelo y se alejó de la puerta del baño, no se fiaba de la fuerza bruta de aquel animal. Intentó mirar algún artilugio para defenderse, tenía claro que no pensaba salir y someterse.

― ¡Tres! ―de una patada abrió la puerta.

La joven gritó y le tiró a la cara el papel higiénico. Dante abrió las aletas de la nariz respirando con fuerza, estaba muy harto del infantilismo de Lucía. Al acercarse vio como la chica se tapaba la cara con las manos, estaba asustada y no pretendía hacerlo. Sabía que era un bruto con las palabras, pero no era ningún maltratador. Le habían enseñado a respetar a las mujeres como se merecían. Se la cargó a los hombros y salió con ella del baño, la dejó en el suelo del salón y le alzó el rostro con la mano.

―Estás preciosa, no te sientas incómoda. El creador te hizo para volver locos a los hombres, que nunca te de vergüenza esconder las armas más valiosas que te otorgaron. ― Lucía quedó embobada con sus palabras―. Tengo que ir a trabajar al taller, ¿estás preparada? ― Asintió con la cabeza y antes de salir de casa se puso la chupa que con orgullo luciría ese día.

Subieron al ascensor y bajaron en silencio. Dante la observó de reojo fijándose en los rasgos y físico de Lucía, era una mujer muy hermosa para sus ojos. Tenía una belleza clásica, tierna, nada que ver con las mujeres del club. A estas las había creado un herrero y a Lucía un poeta.

Llegaron a la calle y Dante le dio un casco, se lo colocó con dificultad. Él, al verla que no acertaba con la sujeción, la ayudó. Se montó en la moto y la arrancó, ella se sujetó de sus hombros y subió. Se abrazó a su cintura con fuerza y escuchó como decía.

―Si te beso, no tengas miedo―. El motor rugió y volaron sobre el asfalto.

Un cosquilleo se instaló en el vientre de Lucía ante aquella declaración, era emoción pues sentía que Dante podría ser su destino cruzado.

Dante, bajo mis dominiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora