Capítulo 2

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Rodaron sobre el asfalto de la ciudad de Berlín, el frío helado se clavaba como alfileres en las piernas de Lucía. El vestido negro que se había puesto para ir a espiar a su ahora exnovio no era adecuado para montar en una Harley Davison. Siempre había tenido miedo a las motos desde que su padre se había matado conduciendo una. En lo único que podía pensar era en que si se caía al suelo se quemaría la piel al igual que el fuego consumía la cerilla. Entrelazó con fuerza los brazos alrededor de la cintura de Dante y apoyó la cabeza en su espalda cerrando los ojos.

Él se dio cuenta de que no iba cómoda de paquete y notó como su pequeño cuerpo se estremecía de las temperaturas tan bajas de la ciudad. Aceleró para llegar lo antes posible a su cueva, solo faltaba dos calles. Dante vivía en un ático junto al río Havel, las vistas eran magníficas e impresionantes. Aparcó junto a la puerta de entrada del edificio y ayudó a bajar a Lucía de la moto. La vio abrazarse el menudo cuerpo y observó cómo los dientes le castañeaban. No era un cabrón con las mujeres, pero aquella rubia de ojos azules le había enfadado muchísimo porque para protegerla le había dado algo muy valioso para un Atalaya y su forma de vida: la chupa del club que otorgaba el valor de mujer de su propiedad. Cuando terminara todo aquel lío tendría que rechazarla delante de sus hermanos para recuperar la chupa y su libertad.

―Mueve el culo, ¿o prefieres congelarte? ―habló con sarcasmo.

―No, y considero que no es necesario ser un idiota prepotente y maleducado conmigo―soltó sin poder contener más esas palabras que la asfixiaba por dentro desde el minuto uno que lo había conocido.

Dante la miró sin un atisbo de simpatía en el semblante, escupió en el suelo y se acercó como un depredador, la cogió de los hombros y la estrelló contra el ladrillo visto del edificio. Su aliento a vodka calentaba sus mejillas heladas.

―No soy como los hombres a los que estás acostumbrada a abrirte de piernas.

―No soy ninguna puta ―dos lagrimones salieron de su mirada azul cielo.

―Ni yo un galán que te va a cortejar y a cuidar. ― Se la quedó mirando y tuvo que reconocer que era jodidamente hermosa.

―Entonces, ¿por qué no me dejas marchar? ―preguntó confusa.

―No soy un asesino, y mis manos no se mancharán con tu sangre. Te metiste bajo mis dominios sin llamar a la puerta y estas son las consecuencias de tus actos. Asúmelo y deja de llorar. ¡Joder!

Dante se fijó que los labios de la muchacha se estaban poniendo morados por el frío, maldijo para sí mismo y la sujetó con fuerza del brazo para dirigirla hacia el portal. Dentro hacía mejor temperatura, pero seguía helada. Llamó al ascensor y subieron en silencio sin mirarse hasta el ático. Era un rellano con una puerta, no había vecinos. Sacó la llave del bolsillo del pantalón y abrió, tiró de la mano de Lucía para que entrara. Esta se quedó en la entrada observando todo, para ser un cabrón tenía el lugar ordenado y decorado con objetos antiguos. Carteles de pin up desnudas decoraban las paredes como en el local, también había fotos de motocicletas de la vieja escuela y de gente donde él salía en más de una sonriendo, parecía otra persona distinta al Dante con pintas de chico malo.

―He puesto la calefacción, al fondo del pasillo se encuentra el cuarto de baño. Será mejor que te des una ducha caliente para entrar en calor―. Explicó tirándose en el sofá para liarse un cigarrillo.

―No tengo muda ―susurró muerta de vergüenza.

Dante cogió el teléfono móvil y llamó a la mujer de Rocky. Habló delante de Lucía, esta escuchó con atención. Le pidió que por la mañana se acercara a su casa con algo de ropa para su chica. Oír aquella palabra le resultaba extraño, hasta esa misma noche había sido la novia de Raúl y en unas horas se había convertido en la mujer de un motero que no conocía. Solo quería buscar alguna forma de salir de aquel encierro.

―Sígueme―le indicó con dos dedos.

Lo siguió hasta una habitación con las paredes pintadas de negro y una cama enorme que ocupaba la mitad de la estancia. Lo vio trastear en un pequeño armario y sacó una camiseta negra de manga larga, se la tiró a la cara.

―Ese será tu pijama, eres mi chica y tienes que llevar mi olor en tu cuerpo. Ahora dúchate que vas a pillar una pulmonía, chica de cristal.

Lucía entró en el cuarto de baño muy cabreada, no le gustaba nada el trato que recibía de Dante. Se dirigía a ella como si fuera estúpida y de porcelana. Era cierto que no se había criado en la mierda de la sociedad en la que él conocía muy bien, pero su vida no fue fácil. Cuando murió su padre en un accidente de tráfico todavía era muy joven, apenas una cría, solo lo tenía a él y a nadie más en el mundo. Había estado en muchas casas de acogida, pero nunca en un hogar de verdad hasta que Raúl se cruzó en su vida y se enamoró locamente. Ahora se preguntaba si había sido amor o necesidad.

Se sentó en la taza del váter y miró su reflejo, estaba horrible de tanto llorar y sufrir por alguien que no lo merecía. Se desvistió y vio el tatuaje que tenía en la cadera, era una frase que se hizo al cumplir los dieciocho años, decía: Destinos Cruzados. Aquellas dos palabras tenían mucha importancia para ella, significa al hombre que todavía tenía que aparecer en su vida. Creyó que Raúl era su destino cruzado, pero se había equivocado.

Se metió debajo del agua caliente y deshizo el frío de su piel arrancándole una dulce sonrisa. Se olvidó del tiempo y disfrutó de aquella paz momentánea hasta que la puerta del cuarto de baño se abrió de golpe. Se quedó paralizada detrás de la cortina blanca de plástico, y aguantó la respiración. No tenía ni idea de lo que pretendía aquel bruto hasta que escuchó el sonido de la orina. Oyó la cremallera de la bragueta y la puerta cerrarse. Corrió un poco la cortina y comprobó que se había ido, solo había entrado a hacer sus necesidades. Aquel hombre no tenía sentido del decoro y modales. Su momento de relax se había acabado de golpe, así que cerró el grifo y salió de la bañera. Se secó corriendo el cuerpo con miedo de que volviera a entrar sin su permiso y se vistió con aquella camiseta negra que le quedaba enorme. No pudo evitar olerla. Dante estaba en lo cierto, su aroma estaba impregnado en el tejido.

Salió del baño y fue descalza con la ropa y los zapatos de tacón en la mano hasta el salón. Lo encontró tumbado en el sofá viendo la televisión. Con timidez, dejó sus cosas encima de una silla y se quedó allí parada sin saber qué hacer o decir. No fue necesario porque este la vio por el rabillo del ojo y apagó la televisión, se levantó y le dio la mano para llevarla a su dormitorio.

―Es hora de dormir, estoy muerto. Dormirás conmigo y no acepto un no por respuesta porque no me fío de ti. ― Le pasó un dedo por la curva de la mejilla―. Te prometo que te pondré el culo tan rojo como un tomate si intentas escapar.

―Eres un bruto ―susurró mirando al suelo.

―No lo voy a negar, soy más animal que hombre― dijo a un palmo de sus labios para después sacar la lengua y lamerlos. Lucía se estremeció, pero no de miedo sino de placer. Ni siquiera Raúl le había lamido con esa oscuridad y excitación tan posesiva.

No protestó y se metió en la cama encogida mirando a la pared. Dante se acostó a su lado bocarriba, solo llevaba un bóxer puesto. Escuchó como su respiración se relajaba; en cambio, ella no podía pegar ojo. Tenía mucho frío, parecía que la helada de la ciudad se había calado en sus huesos. El cuerpo le temblaba de pies a cabeza y los dientes le castañeaban.

―¡Maldita sea, mujer! Si tuvieras más carne en el cuerpo no pasarías tanto frío. ― Llevaba un rato escuchándola y no le dejaba dormir tranquilo.

Cambió la posición a la de cucharita y la abrazó entre sus brazos para darle calor. Lucía se sobresaltó al notar el cuerpo del motero abrazando el suyo, pero lo agradeció pues aquel bruto era una estufa. Al cabo del rato se quedó dormida y pasó una noche estupenda después de aquel día de locos y decepciones.

Dante, bajo mis dominiosWhere stories live. Discover now