Epilogo.

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Harry conoce el camino de memoria. Es como respirar, como pronunciar su propio nombre, como salir en la noche y ver las estrellas cuando miras arriba.

Es igual que la primera vez, o la última, o todas. Todos los detalles tan familiares que se abren paso en su corazón como viejos amigos. Las luces de la ciudad, pasando en un borrón junto a él, una larga línea brillante. Pero él no necesita las luces. No necesita ver. Conoce el camino, siempre conocerá el camino a casa.

Las luces abren paso a los suburbios, el rocío nocturno se colecta en las bancas de los parques y en los columpios. Si mira hacia arriba el cielo parecerá una explosión. Todas esas estrellas esparcidas en el cielo oscuro como tinta. La luna se posa baja redonda y plateada como una moneda. Puede pensar en la luna, o las estrellas, o cualquier cosa en la que siempre soñó. No tiene que enfocarse. No necesita recordar en qué esquina girar, qué calle tomar. El mapa está tatuado sobre su piel, en un millón de pecas y cicatrices y constelaciones. No tiene que recordar absolutamente nada.

Gira en una esquina. Las luces empiezan a escasear. Gira en otra esquina. Ahora no hay nada más que oscuridad. Los prados están justo ahí y le traen de vuelta todas aquellas memorias de verano, ese tiempo que pasó conduciendo, conduciendo, y los campos de canola contrastaban con el cielo de color propano, haciendo que su corazón se saltara un latido.

Gira en otra esquina. Los recuerdos brillantes del verano desaparecen, pero está bien. Ahora va camino a casa. Sigue derecho. No hay más esquinas, solo un largo trecho de carretera que continua hacia adelante.

La grava del camino de entrada cruje bajo las llantas del auto. Igual que la nieve, blanca y fresca, crocante bajo los pies. Siempre le encantó el invierno. Y el verano. El uno o el otro, decían sus amigos, pero Harry piensa que está perfectamente bien amar las dos cosas a la vez.

El sonido de la puerta del auto que se cierra hace eco una vez. Camina por el sendero, pasando las flores y con cuidado de no pisar el prado; más allá de las plantas de jazmín que brillan blancas bajo la luna, hasta la puerta de entrada, pintada del mismo verde que la hiedra que escala las paredes de piedra.

Abre la puerta y la luz dorada cae sobre el suelo en un suave brillo. Harry entra, cierra la puerta tras de sí. Al otro lado de la habitación, las llamas danzan en la chimenea. Draco, que está acurrucado en un sillón, levanta la mirada.

–Llegaste –le dice.

Harry cruza la habitación, se agacha y lo besa.

–Sí, –contesta– ya llegué.

***

Más tarde, en la oscuridad de la noche, Harry sueña con largas avenidas y oscuros campos, carreteras sin fin que lo llevan en dirección de un atardecer del color de las flores de canola, de las hojas de otoño, del color de una perezosa tarde de verano. Mira el brillante cielo despejado y da un paso al frente.

Cuando se estira entre sueños, Draco lo abraza más fuerte.

Harry encontró su hogar.

Corriendo en el aire Where stories live. Discover now