Parte 16

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Draco toma el volante otra vez en Birmingham. Harry no está seguro de a donde van, pero no le importa.

–Duerme un poco –le dice Draco y Harry asiente. Se gira hacia él, con los ojos apenas abiertos, lo suficiente para poder observarlo sin que Draco se de cuenta. De vez en cuando el brillo dorado de una lámpara se cuela entre las ventanas, o las luces de otro auto que pasa iluminan a Draco por un segundo. Siempre mirando al frente, piensa, observando su rostro. No le quita la mirada de encima.

Se duerme con los ojos aún puestos sobre él.

***

La siguiente vez que se despierta es flotando con suavidad hasta la realidad, las luces borrosas se enfocan gradualmente. Intersecciones adornadas con luces de tráfico, brillantes lámparas, autos que pasan veloces por los lados. Desde lo lejos logra llegar el sonido de los trenes. Harry se endereza en su asiento, parpadeando con pesadez. Es Londres, se da cuenta. Su reloj suena anunciando las tres de la mañana. Pero esta ciudad nunca duerme y el tráfico es abundante incluso a esta hora. Harry se pregunta cuantas personas están de camino a Heathrow, en camino a miles de destinos en los que solo puede soñar.

–¿A dónde vamos? –murmura con la voz aun cargada de sueño. Draco le lanza una mirada rápida.

–Tu vas a casa.

La cálida sensación de ensueño se esfuma tan rápido como si se hubiera quitado una capa. Mira a Draco, su corazón acelera el paso.

–¿A casa...? –repite.

–A tu apartamento –le dice Draco.

La caja de concreto en el cielo. ¿Es aquí donde termina todo? Las arenosas playas de Sutton-on-Sea, el brillante alboroto de Brighton, los vertiginosos precipicios azotados por el viento en la costa de Cornish, los campos de Canola de Wiltshire, el cielo estrellado de Snowdonia...

...¿y todo termina aquí, en un vacío apartamento con muebles polvorientos y paredes blancas?

In inceptum finis est.

Pues claro que así termina. Todo eso era tiempo prestado, el viaje. Una aventura robada, momentos que no debieron suceder, memorias que nunca debieron ser creadas. Y ahora Draco volverá a la mansión, con su preocupada madre y dedicados elfos, y Harry volverá a su impecable apartamento y se parará en el balcón a beber whisky, en donde, quizás, si presta mucha atención, podrá escuchar a alguien silbar sopla el viento al sur, al sur, al sur...

En el profundo y prístino salvajismo de Snowdonia se había sentido como si tuviera la luna balanceada en el corazón, ligera y clara como el mismo cielo. Aquí, en Londres, parece pesar cual plomo sobre él, cortándole la respiración. El peso no hace más que crecer mientras se alejan de la avenida y siguen unas terriblemente familiares calles. Hasta que al fin llegan al bloque de apartamentos; Draco estaciona el Renault con la misma gracia que siempre trae consigo, ya sea de pie al borde de un precipicio en Cornwall o tomando la mano de Harry para enseñarle un lago lleno de estrellas. Por un momento su corazón se alegra cuando Draco camina con él a las escaleras, pero luego recuerda que han estado conduciendo por horas. Una taza de café antes de que se marche sería la mínima cortesía.

Se siente extraño pisar el apartamento de nuevo. Le toma una eternidad encontrar sus llaves, y el doble abrir la puerta. El aire tiene un leve aroma a polvo, piensa Harry en lo que enciende las luces, iluminando las paredes blancas, los vacíos estantes, las encimeras de la cocina que no guardan ningún objeto. Las cortinas están completamente corridas y más allá del río las luces de la ciudad tintinean. Harry pone las llaves sobre la encimera suavemente.

–¿Quieres algo de café? Aunque no tengo leche –dice Harry, pero Draco niega con la cabeza.

–Un té estaría bien.

Corriendo en el aire Donde viven las historias. Descúbrelo ahora