Capítulo 10: Teoría del caos

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Él nos pagó e incluso nos dio una propina por el servicio. Tom y yo nos hallábamos emocionados y estábamos a punto de marcharnos cuando él nos preguntó a dónde íbamos.

—No sea chismoso, güerito —repliqué.

—Vamos por ahí nomás —secundó Tom.

Emilio se balanceó sobre sus talones antes de preguntarnos:

—¿Puedo ir con ustedes?

Luché para no zurrarme de la risa delante de él.

—La neta, no —dije tratando de contener mi carcajada—, si algo le pasa nos echan la culpa a nosotros.

—La neta, no —dije tratando de contener mi carcajada—, si algo le pasa nos echan la culpa a nosotros

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La casa de Emilio se encuentra unos metros antes del batallón militar. Es fácil saber cuál es, ya que es la única construcción que tiene una fachada pulcra, un jardín delantero cubierto de flores y una camioneta del año.

Decidimos estacionarnos en la otra calle porque no queremos levantar sospechas con los soldados. Mientras Javier detiene el vehículo, escuchamos un disparo a lo lejos. Se trata de uno de los tantos tiros al aire que echan los soldados cuando se aburren de estar encerrados. Este ruido hace que Tom, Aidée y yo nos estremezcamos.

Me asomo por la ventana del coche, la calle se encuentra desierta y el batallón está lejos, así que les somos indiferentes. Sin embargo, un terror comienza a corroer mis entrañas inexistentes. Siento como mis manos tiemblan y una serie de pensamientos aleatorios y perturbadores se pasean por mi cabeza. Me arrepiento de haber venido. Esto es un suicidio.

Bueno, para ellos. Yo ya me encuentro muerto. A mí qué, ¿verdad?

—Yo creo que mejor nos vamos —menciona un ansioso Tom.

—Su papá nunca está, lo sé porque se la pasa teniendo de mandadero al mío —contesta Aidée, suena desafiante, jamás usó ese tono conmigo.

Otro tiro al aire se escucha, lo que hace que mi amigo de un respingo. Volteo para ver a Javier, quien está absorto tamborileando en el volante.

—¿Y las empleadas? —interroga él.

—No trabajan hoy —resopla—. Por algo te he estado insistiendo con que viniéramos. Por lo de las elecciones las mandó a descansar. Además, la patrona nunca está, se la pasa haciendo compras en Papantla desde lo de Brisa.

—¿Segura? —pregunto, estoy tan nervioso que incluso me duele la cabeza.

—En el peor de los casos Emilio no está y ya —concluye ella.

El tercer disparo es lo que obtiene Aidée como respuesta.

—¿Y si no está? —Tom agacha la cabeza y deja salir el aire que contenía en sus pulmones.

—Pues ni modo —responde, decepcionada—. Tendremos que buscar otra forma de sacar dinero para irnos.

—Sabía que pronto se te acabarían las ideas —digo con aire irónico—, no te preocupes, a mí también se me dejaron de ocurrir soluciones.

La fosa a la orilla del río | DISPONIBLE EN FÍSICO| ✅ |Where stories live. Discover now