XXVI: Tierrasrojas.

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Se levantó, sin ganas de hacerlo y se dirigió a la puerta.

—Señor Gareth, ya le he dicho que... —se tuvo que tragar sus palabras al ver el rostro apolíneo de Irwin. Tenía el pelo claro y despeinado; los ojos cansados, los labios rosados e inflados y unas pestañas largas.

No sabía por qué, pero aquel día le pareció atractivo, algo que la repugnó en todos los aspectos. Tal vez porque no tenía la faceta de hombre rico, serio y aburrido. Pero lo que más lo delataba era su peinado, ya que siempre (como si fuera una religión) se lo peinaba hacia atrás y esta vez lo tenía tan revuelto que le cubría toda la frente.

Antes si quiera poder cerrar la puerta, él ya tenía la mano posada en el manillar. Tessa lo miró a los ojos, y él a ella. Estuvieron así un buen rato, intentando explicarse cuál era la razón de todo aquello.

Al final, Irwin apartó la mirada y caminó hacia delante, obligándola a dejar paso. Tessa se apartó, sin dejar de fruncir el ceño y él cerró la puerta tras ellos. Irwin caminó hacia la cama para sentarse ignorando las dos veces que había perdido el equilibrio en el camino.

Había bebido.

A parte del mareo, también lo delató el fuerte aroma a vino fermentado de su bodega, que estaba llena de barriles de la misma bebida. Tessa estaba enfadada y sorprendida al mismo tiempo. ¿Por qué había venido? ¿A caso no tenía decenas de damas más educadas, ricas y atractivas que ella? Irwin dejó caer su espalda en la cama soltando un quejido y frotándose los ojos con una mano.

—Me pareció raro no verte en la fiesta —comentó después de un rato.

No contestó.

Levantó la mirada y posó su vista en ella, al no decir ni una palabra. Puso los ojos en blanco y se levantó suavemente del colchón. Tessa trago saliva, pero no se movió de su puesto.

—Te he hecho una pregunta — le susurró a escasos centímetros de ella, no lo suficientemente enojoso como para sentirse oprimida.

—Estás ebrio.

No dijo nada más.

Irwin esbozó una media sonrisa y abrió ligeramente sus labios carnosos y miró los de ella.

—Sigues sin contestarme, pequeña —volvió a susurrar.

Esta vez se fijaron en los ojos del otro. Tessa se sintió estúpida. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué estaba ahí quieta, comprimiendo la respiración?

Solo era Irwin.

—No me has hecho ninguna pregunta —balbuceó.

—De acuerdo —movió el cuello de un lado al otro. Levantó el brazo derecho y la apoyó en la pared, a su izquierda. Si antes se sentía acorralada, ahora parecía un animal en una jaula—. ¿Por qué no estás en la fiesta, con el resto de invitados, Tessa?

—Porque no quiero.

Irwin sostuvo su mirada un buen rato, hasta que al final se separó y caminó como pudo hacia la ventana. Y por fin pudo respirar. Estuvieron largos minutos callados, ella todavía junto a la pared y él observando las hermosas curvas que formaban las montañas en el horizonte.

—¿Sabes de dónde son esas montañas? —rompió el silencio.

—No.

—Pertenecen a Tierrasrojas —hizo una pausa—. Si algún día la guerra llegase aquí, al otro lado del país, nuestra alternativa sería marcharnos a allí.

—¿A un territorio extranjero? No creo que ese país acepte inmigrantes que huyen de la guerra.

—No lo hacen.

—¿Pues? —insistió Tessa, que sin a apenas darse cuenta había estado dando pequeños pasos hasta incorporarse a su lado.

—Tenemos "amigos" allí, si se podría llamar de esa forma —dijo.

Ambos se quedaron mirando las vistas que proporcionaba su estancia.

—Yo no iría. No podría. Mi familia está aquí —soltó Tessa.

Irwin giró la cabeza y la miró.

—La guerra es lo más horrible que ha creado el hombre —susurró y volvió a fijarse en las montañas—. Cuando llegue, eso será lo último en lo que pienses.

No era cierto. Irwin se había criado en una familia horrible y sin moral. Pero ella no. Su familia era amable, gentil y benévola. Ellos eran lo primero, y aun así llevaba meses sin verlos.

—Eso no ocurrirá. La reina está en Leilania firmando un tratado de paz. Todo esto se va a solucionar —dijo después de un momento.

Irwin suspiró y se agarró de la ventana para no caerse a causa del alcohol.

—La reina... —tartajeó—. Debe de estar muerta ya al igual que Louis.

Tessa no mostró ninguna reacción, pero para sus adentros le suplicó a los dioses que no fuera así. No quería que la guerra llegara a ella ni a su familia. Cientos de personas muertas por las calles, los cadáveres, las casas destruidas y la pobreza.

Era lo último que deseaba. 


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Sangre y fortunaWhere stories live. Discover now