XXI: Polos opuestos de un imán

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Tessa Sterkur

Irwin la agarró por los brazos, le hizo dar media vuelta y se encaró con ella.

—¿Se puede saber en que estabas pensando? —le preguntó.

Tessa contrajo las cejas, pero no dijo nada.

—¿Tienes alguna idea de lo que te podría haber hecho? —siguió diciendo.

—¿Quién? ¿Tu hermano? —bufó, cansada de tantas amenazas.

—¡Esto es serio, Tessa!

Ella, al escucharlo, se puso de puntillas y se pegó a él.

—¿Pero a ti que te pasa? ¿¡Cómo puedes dejar que tu familia mande en tu propia casa!?

—Eso no te incumbe —dijo, separándose un poco.

—¡No haberte casado conmigo! —gritó.

—¡Yo no quería casarme contigo! ¿Te crees que eres la única obligada? ¿Por qué no te pones en mi lugar? Amaba a una chica antes de comprometerme contigo, ¿y sabes qué pasó? ¡NADA! Porque apareciste tú.

Sus palabras la hirieron, pero le daba la sensación que no quería decirlo ¿Una chica? ¿Estaba enamorado de una chica? Tessa nunca se había enamorado, jamás. No sabía lo que se sentía y muchos menos no poder estar con esa persona, por eso no era capaz de comprender lo que sentía. Entonces se acordó de la conversación que había tenido con su padre. "Se supone que debías elegir a esa niña para que su estúpido infantilismo no le permitiera darse cuenta de nada"

De pronto, se calmó. Lo miró a los ojos y le formuló la pregunta que le había estado carcomiendo por dentro.

—¿Por qué te casaste conmigo y no con Edmee? —preguntó, tan bajo que por un momento pensó que no la había escuchado.

Irwin también se relajó y tragó saliva. No dijo nada. No podía decir lo que realmente era, pero Tessa quería escuchar las palabras de su boca, que salieran de él. Tenían una mina llena de niños leilanis viviendo como esclavos. Era eso.

Se casó con ella porque pensaron que, al tener quince años (y ahora dieciséis) y no diecinueve como Edmee, nunca se daría cuenta de nada. Lo que no sabían era que no pasaron ni tres meses y ya lo había descubierto.

Pero Irwin no podía enterarse. Mauro. ¿Qué iba a pasar con él, si fuese así?

—Déjalo —susurró ella entonces, haciendo un gesto para quitarle importancia.

Suspiró. Quería llorar. De verdad que sí. Hacía ya mucho tiempo que lo comprimía, creyéndose ser fuerte, pero no podía más. Echaba de menos a su familia, a su madre, a Arian, a Calen, a su padre y a sus hermanos. Debían de ser tan felices allí, todos juntos. Ya ni si quiera se acordaba de lo que era tener una familia.

No podía aguantarlo más.

Se dio media vuelta, deseando llegar a su cuarto, tumbarse en la cama y no despertarse nunca, pero la mano de Irwin interrumpió sus pensamientos.

La agarró y le dió la vuelta, con delicadeza.

—Tessa —empezó a decir, con un gesto triste—. No soy tan malo como crees.

Ella lo miró.

—Yo no creo nada.


Tessa sentía un aumento de peso en su cuerpo, más problemas que soportar, por cada paso que daba. Caminaba por los mismos jardines de siempre. Sola y únicamente acompañada por el silbido de los pájaros que se posaban en los árboles. No podía dejar de sacarse de la cabeza la conversación que había escuchado entre Marlin e Irwin.

Cada palabra resonaba una y otra vez en su mente.

—Señorita Stekur —oyó la voz de Gareth a la par que sus pasos.

Irwin y James caminaban hacia ella, despacio. Su mayordomo era un poco más bajo que su esposo, no porque fuera pequeño, sino porque él era muy alto, al igual que su familia. Era hereditario. Gareth vestía con traje sencillo, de tela humilde aunque no ganga ni pobre, y su señor llevaba puestos ropajes mucho más caros y prestigiosos.

A saber cuántas horas de maltrato infantil en la mina fueron necesarias para comprarlo.

—Qué coincidencia encontraros aquí —siguió diciendo.

—Claro. Es una coincidencia asombrosa encontrarme en mi propia casa —gruñó.

El hombre se le acercó, pero Irwin no, que se quedó observando las rosas que había en un lado.

—Perdonadme si me habéis malinterpretado. No me refería a eso.

Tessa se compadeció de su amigo. De acuerdo, tal vez no lo era del todo. Ella era la señora y él el sirviente, toda una novela romántica cutre, pero de verdad lo apreciaba. Era el único que se preocupaba por ella y se dirigía con afecto.

—Tranquilo, señor Gareth. Sois un buen hombre —miró a Iriwn detrás de él y entonó un acento sarcástico y alto para que la escuchara—. El único de la casa.

Recibió exactamente lo que quería. Una simple mirada molesta por el rabillo del ojo, pero le era más que suficiente. El joven chico apretó los labios, suspiró enfadado y arrancó la flor de su ramo con torpeza. Caminó hacia ellos y se colocó junto a James, ambos mirándola.

—Espero que la hospitalidad que recibís en mi vivienda sea de vuestro agrado, señorita Betancourt —dijo, con evidente enojo y dándole énfasis a la palabra "mi".

Sintió una punzada en la barriga al oírlo llamarla así. Hacía ya mucho tiempo que nadie pronunciaba su verdadero y legítimo apellido.

—Sí, lo es —respondió, con el mismo todo irritante.

Se quedaron callados mirándose fijamente, hasta que Gareth interrumpió (gracias a Dios) el momento con un carraspeo. Tessa comprimió las ganas de abofetearlo y a todos los de su sangre. ¡No lo aguantaba más! Le encantaría verlo a él semidesnudo picando icota y no a sus esclavos.

Irwin, al final, miró a su mayordomo, actuando como si no hubiera pasado nada.

—Eh, Gareth. Encárgate de ella. Vigílala, por favor —la miró—. No queremos que destroce el jardín con sus rabietas.

—No soy yo la que va arrancando rosas por mi paso —protestó con agilidad.

El joven frunció el ceño, miró la flor y se la tendió, pegándosela en el pecho. Tessa se dio asco en ese mismo instante, porque se había acordado que la rosa que le había regalado hacía unos días la había puesto en su cuarto, en un jarrón a remojo. Le hubiera gustado dejársela a Mauro porque a saber cuanto tiempo llevaba sin ver una, pero no podría haber hecho nada con ella. Se preguntarían de dónde la sacó.

Tras haber sujetado la planta, Iwin hizo una pequeñísima (casi invisible) reverencia y se marchó.

—Perdonarlo, mi señora. Hoy es su cumpleaños y no le ha ido demasiado bien con su familia.

Tessa lo miró, sobresaltada.

—¿Qué? Espera... ¿es hoy su cumpleaños?

—Sí. Esta noche se celebrará y llevo trabajando para él lo suficiente como para saber que está nervioso por ello. No es una familia muy unida, que digamos.

Se quedó mirando los labios de su sirviente y luego desplazó la mirada hacia la silueta, que se desvanecía entre los arbustos, del chico. Era gracioso. Ella pasó su cumpleaños sola, sin que nadie lo supiera, deseosa de estar con su familia y con él sucedía lo contrario.

No tenían nada en común.

Eran polos opuestos de un imán. 

Sangre y fortunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora