Des-Entrañar

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— ¿Con qué miedo a los payasos eh? — la frase había atravesado la estancia haciendo que el rubio casi se atragantara con el sorbo de café que estaba bebiendo.

— ¿Cómo? — Estaba nervioso, y su voz temblaba sólo un poco, la mirada de un Conway relajado y con una ligera curva en sus labios empeoraba su situación, sabía que se estaba burlando de él, y enfrentarse a esta faceta menos hijo de puta de su superior lo tomaba desprevenido.

— Sí... Gustabín, miedo a los payasos. Muy curioso cuando andas por la puta comisaría haciendo el payaso con Horacio — El mayor lo estaba disfrutando, se veía en sus ojos y en la sonrisa ahora más notoria de cómo su silencio y el nerviosismo de su voz le causaba gracia, y lo peor de todo es que no tenía nada con que responder, nada con que atacar en ese momento.

— No sé de qué me habla — Mentir se le daba bien, mentir, desviar conversaciones y manipular gente era lo que mejor se le daba, pero Gustabo no estaba tomando desayuno con cualquier Gilipollas, no, estaba sentado al lado de Conway, el que siempre lograba ver a través de él y saber cuándo ocultaba cosas.

— ¿Ah no? Porque anoche lo dijiste claramente "preferiría entregarme a la mafia antes que ver a un maldito payaso de nuevo" — Sabía que se estaba riendo el muy hijo de puta, no necesitaba ni siquiera mirarlo a la cara para saber que se estaba burlando y que le estaba cobrando la factura por haberlo tenido que traer a su casa.

— No me gustan sus pelucas — mintió.

— ¿Alguna razón especial para odiar tanto a los payasos, Gustabín? — esta vez no pudo huirle a la mirada, menos cuando buscaba retarlo y hacerlo sentir inferior al usar su nombre con un diminutivo, pero quizás sólo esta vez se permitirá ser más sincero que de costumbre.

— Ni yo, ni Horacio tenemos buenos recuerdos con los payasos, tuve problemas con uno hace mucho tiempo — su mirada cayó a la taza, concentrándose para que los recuerdos que había sepultado de su vida anterior no se atrevieran a salir a flote.

— ¿Por qué no quisiste volver a casa? — otra pregunta complicada de contestar a para Gustabo y un dolor de cabeza que amenazaba con volver.

— ¿Joder qué es esto? ¿Un interrogatorio acaso? — Tal vez no era buena idea replicar, menos cuando estaba en una casa ajena, su ropa aún no la encontraba y sus pertenencias habían decido jugar a las escondidas.

— Sí. Mi casa, mis reglas — no había malicia, no había aquel siseo molesto del que estaba acostumbrado a escuchar en la comisaría y le preocupaba un poco que estuviese disfrutando tanto de ello.

— Es muy fría, es muy oscura, a veces siento que las paredes me volverán loco como la vez que ataque al civil en la comisaría. — Seguía destapando cosas de sí mismo sin saber porqué, de su boca salía la verdad, sin intención alguna de modificar lo que sentía, como si cada palabra que había estado guardando hace meses y quizás una vida comenzaba a salir de él desbordándose desde sus labios.

— No quiero perder el control, no quiero lastimar, no quiero engañar, cada vez que lo hago me recuerda a ese yo del que quise escapar, del que nos obligó a llegar acá y cada vez que abro más la boca, vuelve a golpearme en el rostro, como si no tuviera una verdadera escapatoria de mi mismo, de que no soy libre ni siquiera de mis propios actos. Pero es lo único que sé hacer, es lo único que aprendí, es lo único que me ha mantenido vivo, es lo único que me ha permitido protegerlo a él— su voz ya sonaba temblorosa, a ella se le unían sus manos, el frío recorriendo su piel, lo densa que se había vuelto su saliva que no lo dejaba tragar de forma normal.

— Horacio es lo único que me queda e incluso sabiendo eso, me da miedo que alguna vez le pueda hacer algo, porque si lo hago significaría que todo lo que hice, que por todo lo que pasé sería una mierda, que yo soy una mierda y que siempre lo fu... — no alcanzó a terminar sus palabras cuando su voz se quebró y sus manos se agarraron a la camiseta que no era suya con fuerza.

¿Hace cuánto que no lloraba? ¿Alguna vez lo había hecho? ¿Por qué ahora? Y por sobre todo ¿Por qué con él? Gustabo se sentía pequeño en una silla encogiéndose a sí mismo casi con vergüenza de enseñarle a aquel hombre lo que por mucho tiempo llevaba callando, lo que a veces no lo dejaba dormir por las noches y que trataba de ocultar de todos con indiferencia y siendo un hijo de puta.

Gustabo no se lo esperó, no lo vio venir, tampoco pensó que jamás ocurriría y muchos menos viniendo de él, pero ahí se encontraba su cabeza apoyada sobre un pecho ajeno, mojandola tela con sus lágrimas, no sabiendo si querer deshacerse entre esos brazos ylas manos que rodeaban su espalda era bueno o malo, el rubio se permitióllorar, hipear entre sollozos, arrugar con sus manos la tela como si quisiesefundirse en ella para no poder escapar. 

— Que mala suerte tienes Gustabín, viniste a caer frente a alguien que está igual o más jodido que tú, que menuda mierda — Su tono era pacífico distando mucho de aquel con el que lo conoció, también se atrevía a decir que era conciliador y protector como una nana antes de dormir que jamás escuchó.

— Menudo par de mierda que se vino a juntar — le devolvió la broma con su nariz congestionada pero recuperando en algo su voz juguetona.

— De esto a nadie, me escuchaste capullo. No quiero que los gilipollas de la malla vayan de nenazas a llorar a mi oficina — el abrazo no se cortaba, existía una comodidad que ninguno de los dos aún se atrevía a cortar.

— Ni de coña, no quiero que se enteren que terminé llorando en los brazos de un abuelo. Además nadie me creería si les dijera que sí tiene sentimientos. — el rubio rió, esperó la contestación molesta, quizás un golpe, pero nada de eso llegó, sólo se mantuvo la calidez del abrazo contra su cuerpo mientras la tristeza desaparecía de a poco entre el olor a cigarrillos y café.





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*Aclaraciones extras: no ahondare con el tema de Pogo, porque la trama se me iría de las manos  y si pensaba hacer desde ya un fic corto, ya creció más de lo que tenía planificado.

Des-Inhibition || IntendentePlayWhere stories live. Discover now