12 [Editado]

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OWEN

Vi cómo Kara inhalaba profundo y luego exhalaba con lentitud. Parecía... nerviosa, supongo. Pero yo me quedé en cuclillas frente a ella, que estaba sentada en la taza del baño, esperando a que me dijera lo que había pasado, que me contara qué le había ocasionado esa fea herida.

—Hoy fui a la universidad a hablar con la rectora —comenzó. Sus mejillas enrojecieron de vergüenza. Ella sabía que yo estaba enterado de lo que había pasado y parecía estar arrepentida—, después de eso no me sentí muy bien que digamos y decidí no entrar a tu clase. Yo...

—¿Te sentías mal? —la interrumpí. Kara asintió sin dejar de mirar los azulejos que cubrían el piso.

—Sí, pero no... No como tú crees; no físicamente. Era algo más, como si mi conciencia estuviera molestándome, diciéndome que lo que había hecho no estuvo bien. No creía poder mirarte durante toda la clase sin sentirme peor, por eso decidí irme al gimnasio y despejar mi cabeza un poco. Nadar siempre me ha relajado y pensé... Bueno, imaginé que me ayudaría a aclarar la mente o algo parecido. —Elevó sus tristes ojos y los fijó en los míos—. Perdóname, Owen. No sé por qué hice lo que hice —susurró.

De verdad se escuchaba arrepentida o, mejor dicho, culpable. Aunque deseaba creerle, no podía perdonarla tan fácil por eso. Había puesto en juego mi trabajo, el único que tenía, y ella debía saber lo difícil que era conseguir uno bajo la situación económica tan fea en la que vivíamos, pero no le había importado.

Sacudí la cabeza y fue mi turno de desviar la mirada al suelo.

—Sigue —pedí. Solo unos segundos pasaron en silencio antes de que comenzara a hablar de nuevo.

—Entonces fui al gimnasio, pero... no desayuné antes —admitió. Le lancé una mirada de reproche al escuchar aquello, pero ella hizo como si no la hubiera visto—. No tenía hambre. Nadé unas horas, o minutos, no estoy segura, y cuando salí después de haberme cambiado, comencé a sentirme demasiado cansada. Me mareé, sentía que me iba a caer en cualquier momento... y eso fue lo que pasó. Me desvanecí. Por fortuna estaba conversando con Dan antes de desmayarme y fue él quien me llevó al extraño intento de enfermería que tienen en el gimnasio.

—¿Hay una enfermería? —pregunté asombrado. Casi cuatro años yendo a ese lugar y ni siquiera sabía que tenían una de esas. Kara sonrió e hizo una mueca de dolor al mismo tiempo. Llevó su mano a su frente, pero la detuve antes de que pudiera tocarla y la coloqué sobre su regazo de nuevo—. No la toques —solicité. Ella parpadeó confundida por mi orden.

—Mmm... Sí. Yo no lo sabía tampoco, pero apenas llevo tres días, así que no puedo decirte que me haya sorprendido.

—Bueno, a mí sí —admití—. Llevo cuatro años ahí y jamás había escuchado sobre un minihospital en las instalaciones.

Una pequeñísima sonrisa tiró de sus labios al escucharme y sus ojos bajaron de nuevo a su regazo. Seguí su mirada al punto donde estaba clavada y observé que todavía no soltaba su mano desde que la había desviado de tocar la herida en su frente. Como si sujetarla quemara, quité mi mano y me puse de pie en un intento por poner más distancia entre nosotros.

—Uh, ya está desinfectada, solo es cuestión de ponerte una pomada y gasa. ¿Tienes algo de eso aquí? —inquirí nervioso con voz insegura y algo brusca.

¿Por qué me había puesto así su contacto? Solo era una mano que había estado sosteniendo. Una suave, pequeña y delicada mano, pero al fin y al cabo nada del otro mundo.

Kara asintió y señaló un pequeño mueble blanco detrás de mí.

—La caja azul tiene varias cosas que pueden servir —dijo. Asintiendo, me di media vuelta y comencé a hurgar dentro de la pequeña caja. Tampones, toallas sanitarias, pastillas anticonceptivas... ¿crema antiverrugas? Hice una cara de asco y solté el tubo como si quemara. Parecía más un kit de emergencias femenino que un botiquín médico.

Sin ver atrás ✔ (EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora